En asuntos de interés, primero yo
que mi padre en la Puerta del Cielo (refrán popular).
Si Maduro está debilitado, y lo está, sin lugar a dudas, ¿por qué aún
se mantiene en Miraflores? Hay, a mi juicio, varias razones, salvando, desde
luego, la debida humildad porque, en efecto, puedo errar.
El
factor militar: El ejército, que otrora fuese uno de los bastiones del
chavismo, seguramente por la errada convicción de ser ellos los más eficientes
gobernantes, ahora se encuentra fracturado, desarmado y según lo recomendó el
felón del Caribe, Fidel Castro, desarticulada la cadena de mando, con lo cual
hace cuesta arriba cualquier organización peligrosa para la preservación del
poder por la élite. Pero no es solo esto, sino además, como herencia de esa
idea que tienen los militares sobre su derecho a tutelar al gobierno de turno,
la dirigencia castrense no confía en el liderazgo político opositor, y, a pesar
de las deficiencias de la élite regente, cree, en gran medida por fábulas
creadas por la propaganda política del chavismo, que es esta la que puede
asegurar la gobernabilidad (aunque sea falso).
El
factor político: Imaginar que las organizaciones políticas no persiguen
cuotas de poder es una necedad imperdonable, sobre todo entre aquellos que se
dicen dirigentes políticos (cosa a la cual no aspiro). La política supone
negociar, dialogar, conceder en algunas cosas para lograr otras. Y se negocia –
o se debe negociar - con todos los factores y no solo con los contrarios. No
podemos obviar la negociación con aquellos con quienes aspiramos crear
alianzas… ¡Sobre todo con estos últimos!
Dudo mucho – y me atrevo a negarlo – que Henry
Ramos Allup o Henrique Capriles Radonsky sean tránsfugas. Estoy convencido de que
ellos – y muchos más – persiguen por igual el cese de la usurpación. Sería
necio imaginar algo distinto. Otra cosa es que (y he aquí el verdadero quid del
problema) una parte del liderazgo opositor – ese que en el pasado fue
protagonista (como AD o Copei) – aspire a que el cambio tenga lugar después de
asegurarse ellos cuotas de poder, que, en algunos casos, ciertamente podrían
exceder la dimensión de algunas organizaciones.
El
factor económico: Se dice, y se dice bien, que el dinero es espantadizo, y
yo me atrevería a decir, y creo que con razón, que cobardísimo. En medio de las
fábulas que se cuecen en la marmita social que es Venezuela, se cree que todos
los que han hecho dinero en estos años revolucionarios son ladrones, y tal cosa
es falsa. Si bien muchas de las fortunas se han amasado criminalmente, otras,
no. Otras se han creado al amparo de la ley, al amparo de las circunstancias
(quien haga dinero vendiendo plantas eléctricas o tanques de agua no irrumpe la
ley, solo aprovecha una eventualidad causada por el desgobierno). Además,
supongo que muchos empresarios temen lo que sucederá al cambio, dada la
tradición venezolana, y, tanto como los políticos de la vieja guardia, desean
que el cambio se dé, desde luego, pero sin perder ellos el control que tuvieron
o incluso, aún tienen. La llegada de nuevos empresarios puede amenazar sus
negocios, o, al menos, eso pueden sentir muchos de los que han forjado desde
hace mucho la sinergia entre el poder político, el poder económico y la clase
social dominante.
No quiero decir con esto que son todos
ellos desvergonzados traidores. Son representantes de intereses, sus intereses;
como lo es cualquiera en este mundo de Dios. Ninguna sociedad es pues, ajena a
estas cosas. Por el contrario, son esenciales a ellas, porque, ciertamente, son
inherentes al ser humano. Ahora bien, la buena o mala política no depende del
diálogo sobre esos intereses, sino la ética detrás de esas negociaciones. Toda
sociedad se cimienta sobre un caudal de intereses, muchas veces encontrados
(como cualquiera comprenderá, el empleador anhela pagar el menor salario
posible, como el empleado, por el contrario, aspira al mayor). La política es
pues, la negociación de esos intereses. Si volvemos sobre el ejemplo de la
relación patrono-trabajador, sabemos que un salario de hambre no beneficia a
nadie (ni siquiera al empleador, porque, a grandes rasgos, tendríamos una
producción sin mercado local), pero tampoco pagar salarios extravagantes, como
los aumentos compulsivos que propone la política chavista desde hace rato (si
el empleador quiebra, el empleado pierde su trabajo). Huelgan más detalles,
¿no?
Viene al caso recordar una máxima de Buda
Gautama: Si la cuerda del laúd se tensa de más, se romperá y el instrumento no
sonará, pero si no se tensa lo suficiente, tampoco. Toda negociación supone
hallar un punto de equilibrio, un punto en el que ambas partes ganen (y se
conoce en el mundo comercial como una relación ganar-ganar, que es lo que
garantiza el éxito). Ese equilibrio depende de dos grandes contrapesos. Por una
parte, la praxis, lo pragmático, la viabilidad fáctica de las metas. Por otra,
de la ética. La política sin ética se pervierte. Se degenera y corrompe a los
líderes, y por qué negarlo, también al ciudadano, que aprende de aquellos hábitos
reprochables.
Lo he dicho hasta el hartazgo, ¡claro que
la negociación es urgente! Sin embargo, esta no tiene sentido con quien solo desea
negociar el suicidio de su contrario, de su contraparte, que es lo que sin
lugar a dudas aspiran los hermanos Rodríguez, para citar un ejemplo, que solo
expresan lo que para la izquierda es un axioma incuestionable: el poder no se
comparte. Esas negociaciones deben plantearse con los factores que he citado en
este texto, y también otros que tanto como estos, también pugnan en este
pugilato.