sábado, 24 de enero de 2009

Las reglas del juego

Bajo la mirada del Libertador, como si estuviese dignificado por éste, Chávez arengó a las masas. Ignoro la cantidad de asistentes, pero sé que pocos no serían. No soy ingenuo y por ello, conozco bien la fortaleza del liderazgo popular del teniente coronel. Sin embargo, no son mayoría ni su liderazgo es democrático. ¿Cómo puede serlo? Cual majadero, asegura que mientras más le pidan que marche, menos lo va a hacer.
Su discurso – maniático – versa ahora sobre la enmienda. Sus acólitos le juran que se constriñe a la institucionalidad. Otros, aseguran la inconstitucionalidad de cualquier reforma que trate los temas consultados en el referendo del 2 de diciembre de 2007. A mi juicio, modesto desde luego, se trata de un fraude a la ley. No obstante, no pretendo fastidiar a nadie con explicaciones jurídicas. Prefiero limitarme a decir que el meollo de la enmienda en sí mismo y lo que supone son contrarios a los principios republicanos y democráticos, consagrados desde 1776. Porque a pesar de lo que Chávez pueda pensar de los estadounidenses, fue su independencia la que propugnó mejor los ideales de la ilustración. Claro, eso es otro asunto que maliciosamente traigo al tema.
La alteración de las normas esenciales, ésas que regulan las relaciones entre gobernantes y gobernados, no pueden ser objeto de innovaciones, cualquiera sea la forma de éstas, cada vez que los detentadores del poder lo deseen. Una diferencia realmente plausible entre Hugo Chávez y quienes le precedieron en Miraflores estriba en el hecho de que ninguno de ellos intentó reformar la constitución para alargar su mandato. Rómulo Betancourt, de hecho, asumió desde su triunfo electoral en diciembre de 1958, que su mandato comenzaba a partir de 1959, a pesar de que la constitución no se sancionó sino hasta 1961. Aun más, nunca ellos imaginaron siquiera reformar las reglas que regulan la relación entre gobernantes y gobernados, a pesar del riesgo implícito en la victoria de Hugo Chávez en diciembre de 1998.
Significa mucho que entre 1958 y 1999, la constitución de 1961 sufrió reformas ligeras pero ninguna afectó negativamente las reglas relativas al ejercicio del poder. Este gobierno, en cambio, no titubea para acomodar las normas a su conveniencia. Esto no es democrático. Aunque los acólitos del comandante se rasguen las vestiduras en defensas vehementes.
El carácter dictatorial de este régimen parece bastante claro. El frenesí de Chávez por componer las reglas para su provecho define su vocación autocrática. Desde que asumió el poder, ha ido robándose las instituciones, con el fin de adecuar todas las normas a su antojo revolucionario. Por eso, un parlamento sumiso legisla a su medida y, en caso de dudas, jueces subordinados interpretan favorablemente las normas confusas. Eso, por favor, no puede considerarse democrático.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra