Uno escucha aquí y allá voces quejosas, voces que
acusan delitos cometidos por los Estados Unidos, porque se robaron la esperanza
de los países latinoamericanos, porque son malucos como el mismo Satán. Pero
uno escucha los discursos en ésta y otras tierras latinoamericanas y advierte
una pasmosa irresponsabilidad. Uno escucha a la izquierda del mundo y llegar a
creer que en efecto, Estados Unidos personifica al mal. Y en un momento de
lucidez, como si de una epifanía se tratara, uno llega a entender que no se
trata de Estados Unidos, o de otras potencias, sino de nosotros, que como
sociedad hemos fallado.
Culpar a Estados Unidos no va a resolver nuestros
males, no solo porque es inútil encontrar soluciones buscando culpables, sino
porque además, el subdesarrollo latinoamericano no se cuenta entre sus muchos
pecados. Hemos padecido gobiernos mediocres porque, nos guste o no, los
gobernantes son espejo de sus gobernados. Hemos electo badulaques y charlatanes
no porque Estados Unidos los haya impuesto, sino porque como esos mequetrefes,
creemos un sinfín de bobadas como ciertas. Y la única verdad es que los países
son tan grandes como lo es su gente. Inmerso en nuestra propia idiotez no vamos
a superar nuestras desgracias, por el contrario, seguiremos regodeándonos en
ellas.
Creo que en esta vida todo es posible. Claro, solo
si actuamos con responsabilidad. Y la ésta supone, además de seriedad y
compromiso, la gallardía y el coraje para reconocer que hemos errado, porque
los errores empiezan a solucionarse cuando los reconocemos. Y es que errar es
parte del proceso, porque se hace camino al andar. Hemos refundado este país
unas veintetantas veces, con irresponsables llamamientos a la revolución y la
guerra. Por eso, hoy por hoy, todavía no tenemos patria. Tenemos si se quiere,
un terreno habitado. Un solar al que llamamos Venezuela.
Tendremos patria pues, cuando finalmente entendamos
que la retórica no soluciona los problemas, que la gente debe responsabilizarse
de sí misma y esforzarse en su trabajo, que tanto significa un privilegio
primar al rico porque es rico que al pobre por ser pobre. Que el pueblo somos
todos, no solo los menos favorecidos, y que si unos ponen su mano de obra y su
sudor, los otros arriesgan su dinero y aportan sus ideas y su genio. Tendremos
patria pues, cuando entendamos que la democracia es incompatible con el
socialismo, con el fascismo, con el militarismo, con el populismo… que la
democracia no es lo que algunos pretendan decir que es sino exactamente lo que
es: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
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