sábado, 9 de noviembre de 2013

No entender a la boliburguesía

El gobierno no entiende. No se trata de una propaganda fascista destinada a crear una matriz de opinión (aunque ciertamente hacen uso del manual goebbeliano). Se trata de una creencia arraigada en buena parte del ideario venezolano. Una cosa es pues, que en un discurso prevaricador se hagan acusaciones infundadas y sobre todo, se cree la idea de un enemigo tan etéreo como lo es Samuel Goldstein en la excelente novela “1984”. Eso lo hacían Mussolini y Hitler como parte de su proyecto totalizante. Otra muy diferente que en verdad crean esas necedades. Y lo más grave es que en efecto, las creen.
Resulta una sandez hacer una cadena nacional para decirle al país que unos sitios en internet (tucarro.com, tuinmueble.com y mercadolibre.com) son responsables, junto con unos enemigos muy malucos en Estados Unidos (Miami), para causar la inflación agobiante y el exagerado precio del dólar (precio y no paridad porque, dada la política de soberanía impuesta por el comandante galáctico,  el dólar es hoy la principal materia prima en un país como éste, que todo lo importa). Y sin embargo, se hizo. Ya eso es muy grave.
El gobierno dista mucho de tener un programa coherente para impulsar mejoras en verdad perentorias. No cree en las medidas que inevitablemente deben tomarse, porque el comandante galáctico arruinó al país gracias a su proyecto delirante (y personalista). Basta ver el costo de la campaña electoral del 2012 (no creo posible que a esas alturas, Chávez no estuviese al tanto de su propia gravedad) como muestra de la magnitud de la irresponsabilidad de quienes hoy nos gobiernan.
El problema venezolano es sin embargo político. Aún más. Yo me atrevería a decir que se trata de una enfermedad social crónica de vieja data. Se trata de una concepción equívoca sobre el verdadero rol del gobierno y del Estado (que no son lo mismo, aunque nuestra herencia caudillista nos lo haga ver de ese modo). Por ello, la gente ha votado por caudillos, por líderes mesiánicos que les prometan (con la inevitable decepción posterior) una vida de confort y lujo sin mayores molestias que vocear por el líder de turno en plazas y romerías, como lo hacía Mussolini en la Piazza Venezia de Roma. 

Somos pues, un país distinto del que pudimos ser alguna vez. Nos domina una pueril idea izquierdista de una sociedad utópica (y por ello, imposible) y rechazamos cualquier oferta seria que nos ofrezca un genuino desarrollo, porque agrede nuestra idiosincrasia. Y he aquí el meollo de todo este asunto: no somos ese pueblo grandioso que fuimos alguna vez (y que independizó a cinco naciones). Somos los restos de un pueblo valiente, que ahora se ahoga en la ridiculez y la grotesca demostración de riqueza (que ni siquiera tenemos), que prefiere excusar su cobardía en un oportunismo triste, mediocre y carente de la ética que hace grande las naciones. Nos parecemos más a los boliburgueses que a los prohombres que en el pasado trataron de construir una nación independiente y próspera. 

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