Hoy y ayer, no importan las fechas, han salido al paso en este país de aventureros, personajes que han prestado su inteligencia a las más viles vagabunderías. No cito nombres, porque la lista es larga y no deseo excluir a nadie, pero no hay dudas que felicitadores los tuvo Castro pero también otros, antes y después. La adulación ha sido la impronta de muchos, cuya calidad intelectual les debía haber sugerido no prestarse para tropelías. Pero, decía el general Douglas MacArthur, todo hombre – o mujer, para no incurrir en violencia de género – posee un precio. Algunos resultan realmente baratos.
Usted podrá decir que un hombre puede rectificar y
yo le aseguro que es así. Sin embargo, la rectificación es humilde, la
sinvergüenzura es soberbia. Durante la época de la guerrilla (1964-1967), hubo
hombres y mujeres que desde finales de 1965 ya manifestaban la imposibilidad de
un triunfo militar y que el camino era – y ciertamente lo es – la
institucionalidad democrática. Hombres y mujeres que evolucionaron su
pensamiento y sin claudicar la base de sus ideales, comprendieron que la
revolución armada no era la forma de obtener mejoras para las clases pobres
venezolanas. Ésos son personas humildes que rectificaron y son hoy claras
referencias políticas, aunque pueda uno estar o no de acuerdo con ellos.
Hay no obstante, otros, que ayer elogiaban la
revolución y que luego, de ella hicieron severas críticas, para después, volver
sobre sus dichos y asegurar que está bendita. Hombres que acusaron con
tremendos epítetos al liderazgo revolucionario y que luego, como si las palabras
se las llevase el viento de la memoria de los hombres, elogian sin ambages a
quienes antes eran objeto de sus críticas. No hay en ellos un ápice de humildad
ni de disposición para rectificar. Hay, sin dudas, ambiciones mezquinas, deseos
inconfesables, por los que, quienes no practican las virtudes, ponen de lado
sus propias convicciones y se prestan al juego de quienes pueden complacerlos.
Estos felicitadores son sin embargo, poco
confiables. Su ética se reduce al precio que por sus servicios pagan los dictadores
y, por qué negarlo, también algunos líderes democráticos, dados a la exagerada
celebración de sus logros. No son fiables, porque, como ocurre con los mercenarios
y condotieros, no libran sus luchas por ideales, sino por el beneficio que ésta
les reporta.
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