¿Qué
nos pasa? Llevamos 14 años dando tumbos, como las pelotitas de los pinball. Y salvo terminar
irremediablemente en la buchaca que suma derrotas (en las maquinitas pinball), no hay en la reciente política
venezolana un atisbo de seriedad. Hay un afán desmesurado y sinvergüenza por
ganar elecciones, mas no lo hay por estructurar soluciones a los muchos males
que aquejan a este país desde antes de llegar la desgraciada revolución al
poder.
No
se trata de simplemente de legislar, que la solución a los problemas no se
decreta. Se habla impúdicamente de nuevas leyes, de nuevas constituciones, de
regular los problemas, como si tal cosa fuese eficiente. Sin embargo, nadie
habla de su solución. Ningún líder discute un programa de gobierno alternativo,
que ofrezca hechos concretos destinados a minimizar la delincuencia, a reducir
la inflación, a generar empleos bien remunerados, a mejorar la asistencia
hospitalaria… en fin, acciones que ciertamente mejoren la calidad de vida de la
gente, en las ciudades tanto como en la provincia profunda.
Se
escupen críticas en contra de este desgobierno. Críticas que son desde luego
válidas y necesarias. Pero poco se dice de cómo solucionar la miríada de
problemas que agobian al ciudadano común. No basta señalar los errores. También
se adeudan correctivos, porque de otro modo, la gente solo escuchará la
retórica embaucadora del gobierno y sin otros argumentos, creerá ésta como
cierta. La gente necesita escuchar otras opciones y los líderes opositores
deben ofrecerlas.
El
éxito del chavismo se debe en parte a eso, a la oferta hecha por el caudillo
sedicioso a las clases más golpeadas por la crisis. Otra cosa es que su
retórica haya resultado ser el falso y anacrónico discurso socialista
disfrazado de novedad. El deber del liderazgo está ahora a prueba. No hay
elecciones en puertas, pero mal puede adormecerse, porque los lobos siguen
acechando.
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