Nelson Mandela – Madiba – fue un
líder visionario que supo sembrar el perdón en un país malherido por la
injusticia. No hizo de su dolor un mezquino acto de venganza, como no dudo yo,
quisieron muchos de sus seguidores. Había razones para la existencia de un odio
intransigente entre blancos y negros. Sin embargo, pudo sortear resistencias y
lograr la unidad y lo más importante, el perdón entre hermanos. Solo por eso, ya
es grande e inmortal el líder sudafricano.
El chavismo hizo lo que hicieron
otros líderes, igualmente famosos pero no por su brillante visión de futuro.
Usó el resentimiento, la envidia y otras emociones poco virtuosas para
apuntalar un liderazgo que buscaba el poder por el poder, para luego, no saber
qué hacer. Las consecuencias saltan a la vista y huelga enumerarlas.
Ésa es pues la gran diferencia
en el liderazgo. Atraer masas para endulzarse el ego no es más que un grotesco
acto de vanidad y mendicidad espiritual. Demuestra lo que una muy querida amiga
– Yoyiana Ahumada - me dijera alguna vez: todo tirano arrastra un legado de
resentimientos. Mandela tenía razones para odiar a los blancos. Sin embargo,
como lo reza el poema “Invictus” (de William Ernest Henley): siempre fue
inquebrantable, inconquistable, nunca bajó la cabeza y a pesar del sufrimiento,
nunca dejó de ser el amo de su destino, el capitán de su alma. Otros, como la
ralea que hoy nos (des)gobierna, son prisioneros de sus resentimientos, de sus sentimientos
mezquinos, y por ello, la enorme diferencia entre ese gran hombre que fue
Mandela y lo que son ellos. Lo siento si en este saco encierro a algunos
injustamente.
Si queremos salir de esta
crisis, que trasciende incluso al actual liderazgo gobernante, debemos pensar
en una visión de país que no se base en los resentimientos, en los deseos de
venganza y el falso bienestar que causa ver al oponente abatido. La política no
es una guerra. La política es diálogo, es consenso, es una fiesta de hermanos,
unidos a pesar de sus diferencias, para construir todos, un país mejor, cada
vez mejor.
Tal vez porque nos urge vigorizar
el espíritu como se lo vigorizó a Mandela, termino estas palabras recordando el
poema que, al parecer, le ayudó a mantenerse de pie durante su horrendo
cautiverio en Robben Island:
Más
allá de la noche que me cubre,
Negra
como el abismo sin fin,
Agradezco
a los dioses que puedan existir,
Por
mi alma inquebrantable.
Caído
en las garras de la circunstancia
No
me he lamentado ni llorado en voz alta.
Bajo
los golpes del destino
Mi
cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más
allá de este lugar de cólera y lágrimas
Yace
el horror de la sombra,
Y
sin embargo la amenaza de los años
Me
encuentra, y me encontrará sin miedo.
No
importa cuán estrecho sea la puerta,
Cuan
cargada de castigos la sentencia,
Soy
el amo de mi destino:
Soy
el capitán de mi alma.
William
Ernest Henley
Muchas gracias
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