martes, 8 de octubre de 2013

No son juegos

Uno lee articulistas, como Fausto Masó, por ejemplo, y siente un mal sabor en la boca. Una amargura profunda. Ésa que causa el miedo, más bien el terror, porque, no lo dudo, Nicolás Maduro no está jugando. Su meta es cumplir el sueño de su taita. Y ése no es otro que el delirio comunista. Ése que arruinó a Rusia y con ella a un número significativo de países que siguieron su doctrina. Ése que mantiene a cuba al borde de la inanición.
No cabe duda de la necesidad de girar a la derecha. Solo así puede salvarse la república de un desastre económico, antesala de un desastre político. Sin embargo, el tonto, dice el refranero popular, no ve la brizna en el ojo propio. Y Maduro, inmerso en la desesperación de los hermanos Castro (o secuestrado por ellos), se aferra a una idea delirante, cuya inviabilidad quedó demostrada. Por ello, como lo dice Masó, su discurso, su pelea con los Estados Unidos, se perfila como el nuevo dogma revolucionario… la guerra económica y la conspiración del imperio, frases manidas, copiadas de una dictadura que sobrepasa el medio siglo.
No doy un centavo por la inteligencia de Maduro, que dogmatizado como está por el comunismo retardatario y monárquico, no comprende este nuevo mundo, surgido precisamente de las clases medias, de la tecnología al alcance de todos. Un mundo donde no hay lucha de clases, sino el avasallante triunfo de un modelo que asegura mejor que cualquiera otro el más preciado bien de todo ser humano: su libertad. Maduro, cegado por una cúpula podrida pero enquistada en el poder como parásitos en la barriga de los muchachitos tripones, no entiende que su proyecto – el de su amado taita - es la causa del desastre económico que permite un acto tan cruel como sórdido, el saqueo de un camión mientras su chofer agonizaba.
La MUD, los líderes opositores, deben entender que Maduro no va a cejar su empeño por hacer de Venezuela una copia del modelo cubano, sobre todo en ese afán por negar a todo mundo su derecho a ser libre, porque la miseria esclaviza por igual a favor de un patrono o de un gobierno, y al fin de cuentas, esclavo es esclavo. Su propia existencia está amenazada porque eso persigue la Ley Habilitante. Ya hemos visto suficiente para creer que la corrupción va a perseguirse más allá de quienes resulten molestos para el régimen. Maduro, desde luego, no está jugando, como tampoco toda la ralea de oportunistas que han sacado provecho la idiotez revolucionaria.  
Otras facciones tampoco están jugando. Los empresarios, carentes de dólares, al borde de la quiebra y asfixiados por un modelo que castiga la productividad y premia las empresas de maletín (en su mayoría dominadas por la naciente élite revolucionaria), tanto como otras manifestaciones de esa sociedad decadente que somos hoy por hoy, no van a quedarse de brazos cruzados, esperando su turno en la fila hacia el cadalso. Ellos terminarán por defenderse, como lo hicieron años atrás, al llevar a la presidencia al responsable de toda esta crisis horrenda: al jefe de una asonada militar fracasada, el “comandante” Hugo Chávez.
No son juegos. Y las secuelas de tamaña irresponsabilidad pueden ser – y seguramente serán – catastróficas. A la oposición le corresponde hacer lo suyo, oponerse y servir de muro de contención. A las personas con un mínimo de criterio en el gobierno, imponerse, como servidores que son de un pueblo, no de un difunto, y exigir la necesaria enmienda. No se trata pues, de unos u otros, sino de hacer lo correcto. Y lo correcto es ofrecer real y efectivamente una mejora en la calidad de vida de la mayor cantidad posible de ciudadanos. Por ahora no tenemos eso, por ahora solo nos resta el odio sembrado por el comandante difunto, que anima y nutre el discurso de sus causahabientes. 

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