miércoles, 13 de noviembre de 2013

Frankestein

Un amigo me refirió hace algunos que mientras sucedía el golpe de Estado que lo depuso, el presidente Allende preguntaba donde andaba Augusto (Pinochet), preocupado por su bienestar. Ignoro si la anécdota es real. Ilustra sin embargo como son las cosas en la política. Según he leído, a Pinochet lo involucraron en un alzamiento, organizado por otros militares, y él secuestró ese movimiento a su favor. Golpe de Estado, por cierto, que aplaudió, o cuando menos miró con buenos ojos, la mitad de Chile (porque ignoraban que una cosa es llamar al diablo y otra, verlo llegar).
Maduro puede que esté asesorado por los cubanos, como lo estuvo Allende (y no quiero comparar la calidad intelectual del expresidente chileno con la del heredero político de Chávez). Y por ello, viene bien recordar que el socialismo en Chile causó una distorsión catastrófica de la economía. Había dinero, pero no había qué comprar. La gente se apilaba en colas para comprar hasta una simple hogaza de pan. El modelo socialista quebró a Chile en solo tres años. La ofuscación del gobierno socialista de Allende, asesorado por cubanos, los condujo al golpe de Estado de 1973. Venezuela ha aguantado más tiempo porque tiene petróleo. Pero hasta semejante ingreso, como nunca antes tuvo este país, fue dilapidado por la estupidez socialista. Ni siquiera un ingreso billonario (más de un billón de dólares) pudo pagar una sociedad de zánganos. Hoy, esos zánganos roban las tiendas con la venia del gobierno.
Maduro juega con fuego, asesorado por unos dinosaurios incapaces de comprender la complejidad del mundo post-contemporáneo. Incentivar saqueos veladamente como válvula de escape a la presión que genera la escasez y la inflación puede volverse en su contra. Hasta ahora le ha sido útil. Ha calmado la arrechera popular. O, al menos, eso parece. Y puede que haya ganado algunos votos. Sobre todo entre muchos memos que aún creen que la inflación es producto de la especulación. Y puede que, a largo plazo (si es que acaso lo hay para este régimen), podrá imponer el comunismo, ayudado por la necesidad popular de encontrar lo que urge, aunque sea racionado.

Pero hay un viejo refrán popular y es que una cosa dice el burro y otra quién ha de arrearlo. Este “caos controlado” es como fumar en una fábrica de fuegos artificiales. Podrá creerse que se tiene control por un momento, pero basta una brizna encendida para prender el candelero.  Deberían recordar, si es que lo han leído, el relato de Mary Shelley sobre el doctor Frankestein y su horrenda criatura (“Frankestein”). Si no, léanla. Nunca se sabe que pueda ocurrir cuando se crea un monstruo. 

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