martes, 19 de noviembre de 2013

Mentalidad primermundista

Se dice, y puede que con razón, que los pueblos merecen los gobiernos que tienen. Y es así porque el liderazgo, de alguna forma, es reflejo de lo que cada pueblo es como sociedad. Ellos concentran el ideario colectivo. Por ello, durante catorce años, Chávez se mantuvo como un roble, a pesar de que su pésima gestión de gobierno es la causa de los males que estos causahabientes suyos han agravado exponencialmente.
En días recientes, el presidente, en un acto descaradamente irresponsable, llamó a bajar los precios a juro y por qué sí. Aún más, llamó veladamente a saquear, como una suerte de tribunal popular, ése que en tiempos de los jacobinos tomaba como prueba suficiente la mera acusación e impartía una falsa justicia, arbitraria y brutal. No dudo que la gente de a pie, que sale a diario a comprar leche, queso, huevos, azúcar y un sinfín de productos desaparecidos de los anaqueles por la estupidez económica de un gobierno anacrónico, se sienta satisfecha porque ahora sí le están dando duro al especulador, que no es otra cosa que una manifestación de la envidia: estoy jodido, pero ahora el rico también lo está.
Maduro es pues, el espejo en el que miles de resentidos se ven (como se veían también en Chávez y en otras épocas, en José Tomás Boves). Eso no dice nada halagüeño de nosotros, los venezolanos. Todo lo contrario, nos define como un pueblo envidioso, que agrede al exitoso y lo culpa del fracaso propio. Si bien hay cientos de miles de casos de jóvenes que aprovecharon las herramientas educativas ofrecidas por el Estado venezolano (no el gobierno) y son hoy por hoy, hombres y mujeres exitosos (muchos de ellos, exiliados por falta de trabajo e incluso, por agresiones contra ellos y sus familiares), asimismo lo es, sin embargo, que también abundan también los flojos, los irresponsables, que luego de crecer y percatarse del mundo tal como es, resienten el éxito ajeno, del que sí se esforzó por salir adelante, sin esperar al Estado benefactor que le resolviera hasta la más nimia necesidad.

Los países no se construyen con gente mediocre, que solo espera la dádiva del caudillo de turno. Con personas que se conforman con las limosnas que reciben de los líderes, sean los de antes o los socialistas de hoy. Un país se construye con gente crítica y responsable que busca su futuro, que lucha por él. Gente que exige sus derechos pero que también cumple sus deberes. Termino pues, estas palabras con una reflexión: tan privilegiado es el rico que compra prebendas, como el pobre, que por ese solo hecho cree merecer los privilegios y prebendas que demagógicamente le son obsequiados. Cuando entendamos esto, habremos dado el primer gran paso en la construcción de una Venezuela primermundista. 

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