Se
dice, y puede que con razón, que los pueblos merecen los gobiernos que tienen.
Y es así porque el liderazgo, de alguna forma, es reflejo de lo que cada pueblo
es como sociedad. Ellos concentran el ideario colectivo. Por ello, durante
catorce años, Chávez se mantuvo como un roble, a pesar de que su pésima gestión
de gobierno es la causa de los males que estos causahabientes suyos han
agravado exponencialmente.
En
días recientes, el presidente, en un acto descaradamente irresponsable, llamó a
bajar los precios a juro y por qué sí. Aún más, llamó veladamente a saquear,
como una suerte de tribunal popular, ése que en tiempos de los jacobinos tomaba
como prueba suficiente la mera acusación e impartía una falsa justicia,
arbitraria y brutal. No dudo que la gente de a pie, que sale a diario a comprar
leche, queso, huevos, azúcar y un sinfín de productos desaparecidos de los
anaqueles por la estupidez económica de un gobierno anacrónico, se sienta
satisfecha porque ahora sí le están dando
duro al especulador, que no es otra cosa que una manifestación de la
envidia: estoy jodido, pero ahora el rico
también lo está.
Maduro
es pues, el espejo en el que miles de resentidos se ven (como se veían también
en Chávez y en otras épocas, en José Tomás Boves). Eso no dice nada halagüeño
de nosotros, los venezolanos. Todo lo contrario, nos define como un pueblo
envidioso, que agrede al exitoso y lo culpa del fracaso propio. Si bien hay
cientos de miles de casos de jóvenes que aprovecharon las herramientas
educativas ofrecidas por el Estado venezolano (no el gobierno) y son hoy por hoy,
hombres y mujeres exitosos (muchos de ellos, exiliados por falta de trabajo e
incluso, por agresiones contra ellos y sus familiares), asimismo lo es, sin
embargo, que también abundan también los flojos, los irresponsables, que luego
de crecer y percatarse del mundo tal como es, resienten el éxito ajeno, del que
sí se esforzó por salir adelante, sin esperar al Estado benefactor que le
resolviera hasta la más nimia necesidad.
Los
países no se construyen con gente mediocre, que solo espera la dádiva del
caudillo de turno. Con personas que se conforman con las limosnas que reciben de
los líderes, sean los de antes o los socialistas de hoy. Un país se construye
con gente crítica y responsable que busca su futuro, que lucha por él. Gente
que exige sus derechos pero que también cumple sus deberes. Termino pues, estas
palabras con una reflexión: tan privilegiado
es el rico que compra prebendas, como el pobre, que por ese solo hecho cree
merecer los privilegios y prebendas que demagógicamente le son obsequiados. Cuando
entendamos esto, habremos dado el primer gran paso en la construcción de una
Venezuela primermundista.
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