No niego la tragedia del niño Aylan. En ese
incidente también murieron ahogados su hermano y su madre. Sin embargo, no son
ellos casos aislados y he ahí la verdadera tragedia detrás de estas muertes. La
migración de personas, sean sirios huyendo de esa locura infernal que es ISIS,
centroamericanos migrando a Estados Unidos o africanos que buscan una vida mejor
en Europa, es, si se quiere, un problema global… un problema que nos atañe como
especie y no como nacionales de éste o aquel país.
Son pocos los que dejan todo atrás
para emigrar por gusto. Sus razones por lo general gravitan sobre tragedias.
Guerras intestinas en África o una vida miserable en Centroamérica o el horror
del fanatismo religioso. Levantar muros, encender la xenofobia o crear
restricciones no solo ha resultado inútil, sino que además, empieza a tomar un
cariz que como especie no podemos tolerar. No creo exagerar al repetir que los
desplazados ya no son problema de unas pocas naciones y se perfila como un tema
humano.
Creo que la humanidad debe
encaminarse hacia la Ecumenópolis. Estoy convencido de la necesidad de un
gobierno mundial. Nos guste o no, la globalización – o la comunicación masiva
que es posible hoy – ha volado las fronteras y no hay forma de impedir el
desplazamiento de personas cuando en sus países la esperanza murió en manos de
fanáticos y corruptos. Solo mejorando las condiciones globalmente se evitará la
migración ilegal y desde luego, tragedias como la de Aylan.
La ONU, que hasta hoy ha sido cuando
mucho un club de gobiernos que poco o nada representan a sus nacionales, no
puede seguir negando las atrocidades que en nombre de la fe o de una ideología
o de vaya a saber uno qué perpetran gobiernos, grupos de poder, caudillos,
cofradías religiosas y pare uno de contar. Insisto, es perentorio un gobierno
mundial que ponga la ONU al servicio de la humanidad y no de los gobiernos.
No puedo concluir sin recordar a
John Locke. Su obra filosófica está orientada a la creación de un orden basado
en derechos que sin dudas, son anteriores a la constitución de las sociedades,
y por ende, ningún credo u ordenamiento jurídico positivo tiene la potestad de
abrogarlos. Se tienen y punto.
No me queda más que pedir a Dios,
cualquiera sea su nombre, para que extienda sus manos y reciba a ese pequeño
angelito. Ojalá y la muerte de Aylan Kurdi encienda las alarmas y nos llame a
una reflexión profunda sobre la conducta que como especie debemos asumir de
cara a un sinfín de problemas globales, a los que nuestras creencias
religiosas, políticas o las que puedan
existir les importa un carajo.
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