martes, 21 de julio de 2015

Nada está tan mal para no poder empeorar

            
Cada día quema más el cabo de una mecha encendida que nadie tiene a bien apagar. Como el tic tac de una bomba a punto de estallar, la gente, a diario, enfrenta una cotidianidad cada vez más hostil. Su sueldo se desvanece como el sueño al despertarse, y el costo de la vida le abofetea el rostro sin clemencia y sin pudor. Estamos mal. Muy mal. Y mientras unos debaten sobre una ilusoria – o delirante – guerra económica y otros apañan todas sus energías en unas elecciones que a pesar de tener fecha cierta en el calendario no están garantizadas, el ciudadano común la está pasando fatal.
            No se requieren credenciales académicas para advertir la volatilidad de la crisis. Los venezolanos hemos perdido más que nuestra capacidad de pago, nuestra calidad de vida. No es solo lo mucho que cuesto todo, sino lo difícil que se ha hecho nuestra cotidianidad. Y yo me atrevo a preguntar a tirios y troyanos, ¿qué creen que va a pasar?
            La posibilidad de un estallido salta a la vista como la tormenta que va ennegreciendo el paisaje. Nadie saldría victorioso de una debacle que hoy se debe a causas mucho más graves que aquéllas que incendiaron a Venezuela en febrero de 1989. E igualmente, si en 2001 estaban dadas las condiciones para lo que ocurrió en abril del 2002, hoy, esas condiciones eran sandias, comparadas con las actuales. Y bien cabe agregar, Nicolás Maduro carece del carisma que sí tenía el difunto presidente Chávez.
            El gobierno tiene la popularidad por el suelo. La oposición solo la tiene un tanto mejor, y podría decirse que solo por default. El voto en las próximas elecciones, de celebrarse, no sería un voto por una causa sino uno para castigar a un pésimo gobierno. Ese descrédito en ambas aceras, no obstante, resulta peligrosísimo para la estabilidad del sistema y por ello, también para la oposición. Por condiciones semejantes (aunque mucho menos graves), se derrumbó la democracia venezolana en 1998. Esta dictadura la cimentó el discurso que contra la democracia vendieron tantos. No olvidemos, al dueño de este (desdichado) circo lo aclamaron y sin pudor le dieron un cheque en blanco.
            Creer que no pueden ocurrir desgracias peores es una estupidez imperdonable. Nada llega a estar tan mal como para no poder empeorar. Creo que con esto último ya lo dije todo.   

No hay comentarios: