martes, 29 de septiembre de 2015

El club de los hijos de putas


Como si de malvados hollywoodenses se tratase, los marxistas, que si a ver vamos se comportan peor que cualquier avaro, acusan a sus detractores, sobre todo los que comprenden que no pueden reglarse lo que no se produce, de ser unos villanos inescrupulosos que hacen sus maldades por mero placer. Sé bien que exagero, pero no tanto.
Los republicanos, para citar un grupo tenido por recalcitrantemente retrógrado, no gozan fastidiando pobres, machacándoles su miseria (cosa que en cambio, sí hacen los marxistas aunque no sea ése su deseo). No, ellos, como la UP, para citar un ejemplo de socialismo mitificado (el de Allende), también persiguen reducir la pobreza. Como lo hacen igualmente el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Solo que éstos, distinto de los marxistas, saben que no pueden regalar lo ajeno y aún menos, fomentar la holgazanería.
Puede que Margaret Thatcher hay sido un tanto dura con las clases pobres, sobre todo porque bien lo sé, a veces, quien no tiene trabajo, no lo tiene por razones que no le son atribuibles. No obstante, en su discurso no escaseaban verdades que los marxistas eluden. Y las eluden porque su credo no concede respuestas a las distorsiones que todo orden socialista va creando hasta ahogar la economía y hacerla inviable. Ocurrió en la extinta URSS, en Cuba y sucede en Venezuela.
La pobreza no se acaba aniquilando las libertades, la iniciativa privada y controlando a la ciudadanía al extremo de adormecerla y amansarla. Bien se ha visto, mucho mejor se vive en Miami que en La Habana. Mal se vivía en Moscú y en Varsovia. Mientras la gente fallece famélica al norte del paralelo 38, al sur, florece una de las economías más prósperas del planeta.
Una clase media fuerte y vigorosa es además del mejor motor de desarrollo para un país, el mejor contralor del poder. Una clase media que no depende de dádivas, es verdaderamente independiente y por ello, puede prensarle las bolas a los que ejercen la autoridad y de ese modo recordarles que su poder es siempre temporal.


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