Como si de malvados hollywoodenses se tratase, los
marxistas, que si a ver vamos se comportan peor que cualquier avaro, acusan a
sus detractores, sobre todo los que comprenden que no pueden reglarse lo que no
se produce, de ser unos villanos inescrupulosos que hacen sus maldades por mero
placer. Sé bien que exagero, pero no tanto.
Los republicanos, para citar un grupo tenido por
recalcitrantemente retrógrado, no gozan fastidiando pobres, machacándoles su
miseria (cosa que en cambio, sí hacen los marxistas aunque no sea ése su
deseo). No, ellos, como la UP, para citar un ejemplo de socialismo mitificado
(el de Allende), también persiguen reducir la pobreza. Como lo hacen igualmente
el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Solo que éstos, distinto
de los marxistas, saben que no pueden regalar lo ajeno y aún menos, fomentar la
holgazanería.
Puede que Margaret Thatcher hay sido un tanto dura
con las clases pobres, sobre todo porque bien lo sé, a veces, quien no tiene
trabajo, no lo tiene por razones que no le son atribuibles. No obstante, en su
discurso no escaseaban verdades que los marxistas eluden. Y las eluden porque
su credo no concede respuestas a las distorsiones que todo orden socialista va
creando hasta ahogar la economía y hacerla inviable. Ocurrió en la extinta
URSS, en Cuba y sucede en Venezuela.
La pobreza no se acaba aniquilando las libertades,
la iniciativa privada y controlando a la ciudadanía al extremo de adormecerla y
amansarla. Bien se ha visto, mucho mejor se vive en Miami que en La Habana. Mal
se vivía en Moscú y en Varsovia. Mientras la gente fallece famélica al norte
del paralelo 38, al sur, florece una de las economías más prósperas del
planeta.
Una clase media fuerte y vigorosa es además del
mejor motor de desarrollo para un país, el mejor contralor del poder. Una clase
media que no depende de dádivas, es verdaderamente independiente y por ello,
puede prensarle las bolas a los que ejercen la autoridad y de ese modo
recordarles que su poder es siempre temporal.
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