La
propaganda oficial pregona una que en verdad no existe. El hastío en las colas,
para comprar alimentos, repuestos básicos o para solicitar al Estado la expedición
de documentos que está obligado a entregar no se corresponde con la idea de
vivir bien. Tampoco el temor a ser víctima del hampa o que no pueda siquiera ir
al cine, porque no le alcanza el dinero.
La vocería oficial se limita responsabilizar
a una inexistente oligarquía local o enemigos externos, llámese Colombia o
Estados Unidos, pero no acepta que la causa de todos los problemas que hoy
merman considerablemente la calidad de vida del venezolano radica en los
excesivos controles. No se puede controlar una sociedad sin asfixiarla.
Los controles afectan desde la cosa
más simple, como la expedición de una cédula de identidad o del pasaporte (que
no pueden ser negados), hasta la entrega de divisas en un país cuya economía
está basada en las importaciones, bien sea de las maquinarias y tecnologías
para producir localmente o bien para importar bienes terminados, algunos generados en el país hasta recién.
Se habla de una independencia que no
es real y de un poder popular inexistente. Hoy por hoy, dependemos de China (a
la que debemos una cuantiosa suma de dinero) y de Cuba (a la que hemos
entregado áreas sensibles, como la administración de notarías y registros, y la
expedición de los documentos de identidad). El pueblo no posee poder alguno. Una
élite lo detenta y ejerce, solo que dice hacerlo en nombre de aquél.
Entonces, ¿de qué democracia
hablamos? Todos los teóricos coinciden en que todo orden democrático se
construye sobre las libertades de una ciudadanía que no necesita dádivas del
Estado para sobrevivir. Puedo decirlo, un país que se construye sobre misiones,
demuestra tan solo que su Estado y sus gobiernos han fallado. Controlados,
sujetos a un perpetuo estado de sospecha y eventualmente acusados, empobrecidos
y acobardados no podemos ser ni seremos jamás una sociedad democrática.
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