miércoles, 30 de diciembre de 2015

Cuando el pescado hiede


Nicolás Maduro no comprende la gravedad de la crisis. Su proceder estos últimos días ha sido desatinado e incluso, irresponsable. Más allá de su incapacidad para reconocer la derrota y sus consecuencias, no atiende la raíz del profundo descontento popular. La economía venezolana colapsó y mientras tanto, el presidente se ocupa de «proteger el cuartel de la montaña por cien años» o de ordenar que a diez mil taxistas favorecidos por el convenio con China les quiten sus vehículos (y su sustento). Mientras gente duerme en cartones frente a un supermercado o una farmacia esperando productos como pollo, café, leche, papel higiénico o toallas sanitarias, el TSJ atiende al PSUV por la puerta de atrás, y otros convocan a los colectivos para impedir que los diputados electos por el voto popular tomen posesión de sus cargos.
Venezuela necesita atender problemas muy graves. La postergación de las medidas económicas necesarias, más que una idiotez, es un suicidio. Uno que de paso, nos arrastrará a todos por procesos muy dolorosos. Impedir con trucos cada vez más baratos la voluntad de cambio que expresó la ciudadanía el pasado 6 de diciembre en lugar de atornillarlos en el poder, acelera su caída. Nicolás Maduro podría culminar su mandato, siempre que abra los ojos, abandone el dogmatismo y rectifique realmente sus políticas. Si no, las élites no van a suicidarse con él y no dudo que como en el pasado, aun su propia gente le dé una patada impíamente. Cuando el pescado hiede, nadie lo quiere cargar.    

A Nicolás Maduro se le acabó el tiempo (y los reales). Su taita político no pocas veces huyó hacia adelante. Y le funcionó. Podía hacerlo. Contaba con el dinero para ello. Sin embargo, su sucesor heredó solo deudas, y en su «huida hacia adelante» se topó con un muro al final del callejón. 

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