Nicolás
Maduro no comprende la gravedad de la crisis. Su proceder estos últimos días ha
sido desatinado e incluso, irresponsable. Más allá de su incapacidad para
reconocer la derrota y sus consecuencias, no atiende la raíz del profundo descontento
popular. La economía venezolana colapsó y mientras tanto, el presidente se
ocupa de «proteger el cuartel de la montaña por cien años» o de ordenar que a diez
mil taxistas favorecidos por el convenio con China les quiten sus vehículos (y
su sustento). Mientras gente duerme en cartones frente a un supermercado o una
farmacia esperando productos como pollo, café, leche, papel higiénico o toallas
sanitarias, el TSJ atiende al PSUV por la puerta de atrás, y otros convocan a
los colectivos para impedir que los diputados electos por el voto popular tomen
posesión de sus cargos.
Venezuela
necesita atender problemas muy graves. La postergación de las medidas
económicas necesarias, más que una idiotez, es un suicidio. Uno que de paso,
nos arrastrará a todos por procesos muy dolorosos. Impedir con trucos cada vez
más baratos la voluntad de cambio que expresó la ciudadanía el pasado 6 de
diciembre en lugar de atornillarlos en el poder, acelera su caída. Nicolás Maduro
podría culminar su mandato, siempre que abra los ojos, abandone el dogmatismo y
rectifique realmente sus políticas. Si no, las élites no van a suicidarse con
él y no dudo que como en el pasado, aun su propia gente le dé una patada
impíamente. Cuando el pescado hiede, nadie lo quiere cargar.
A
Nicolás Maduro se le acabó el tiempo (y los reales). Su taita político no pocas
veces huyó hacia adelante. Y le funcionó. Podía hacerlo. Contaba con el dinero
para ello. Sin embargo, su sucesor heredó solo deudas, y en su «huida hacia
adelante» se topó con un muro al final del callejón.
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