Un mal gobierno no es inédito en
estas tierras. La ineficiencia y corrupción de éste sí lo es, cuando menos,
desde que el general Gómez desbancó a los Liberales Amarillos. Entender lo que
ocurre hoy requiere una comprensión del fenómeno «chavista».
En primer lugar, no existe un
movimiento «chavista». Hay, en todo caso, la agrupación de intereses alrededor
de un caudillo, que en su momento se llamó Hugo Chávez. Pero no hay un
pensamiento que realmente sirva de amalgama. Solo la oportunidad que la
popularidad del caudillo ofrecía. En el «chavismo» se reúnen bajo la bandera del
«socialismo del siglo XXI» a buscadores de fortuna y comunistas dogmáticos. Una
alianza así no puede considerarse jamás un «movimiento». Es una suma de
intereses, como ocurre con las alianzas políticas, pero desde perspectivas aun
antagónicas.
El problema se presenta pues, cuando
los buscadores de fortuna – y las élites, en general - ven sus intereses
afectados. Eso es lo que está sucediendo. Indistintamente de quién logre la
mayoría en la Asamblea Nacional en las próximas elecciones, las élites, sobre
todo ésas que se forjaron al amparo del «chavismo», sienten que sus intereses corren peligro. La crisis
trascendió a lo meramente económico y los riesgos son muchos y en extremo
peligrosos. Hay una corrupción de tal magnitud que el Estado está en vías de
«africanizarse». Salvo las tribus (llamadas así solo para emular a Robert
Kaplan), nadie tiene interés alguno en una desintegración del Estado y de la
nación venezolana.
Todos los analistas presagian un año
2016 muy complicado. El barril de petróleo no parece acercarse al «precio
justo» que necesita Maduro. La comunidad internacional ya no ve con buenos ojos
esa conducta de «enfant terrible» que caracterizó a Chávez. Por el contrario,
la inminencia de una guerra contra el terrorismo empieza a exigir definiciones
de los países. Jugar con fuego en este momento resulta muy mal negocio. Las
élites lo entienden y, aún más, saben de qué lado deben ubicarse.
Maduro está obligado a enmendar. Si
no lo hace, todas las fuerzas vivas, incluyendo a su propio partido, van a
darle la espalda como en 1993, se las dieron a Carlos Andrés Pérez. La política
es negociación y consenso, aunque para los dogmáticos, tal cosa sea lo más
parecido a una herejía. Un gobierno hegemónico y déspota como éste no puede
perdurar, sobre todo si los fracasos son tantos que puedo uno empezar a hablar
de un Estado fallido.
El voto masivo por las fuerzas
democráticas es necesario pues, no para impulsar los cambios, sino para
llevarlos a cabo del mejor modo posible.
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