La incapacidad de Maduro para aceptar la derrota ya
es riesgosa. Dada su investidura como presidente, sus bravatas dejan de ser
graciosas. Desnudan un talante antidemocrático que podría conducirnos a todos
por derroteros muy peligrosos. No, no es una actitud loable. Por el contrario,
es un acto de malcriadez inaceptable.
Muchos dirán que no importan sus
fanfarronadas de camorrero de barrio, que sin dudas, rebajan la majestad de su
cargo. Pero en ese discurso pugnaz subyace un modo de ver y comprender la
realidad. Para Maduro, y muchos de sus conmilitones, «pueblo» son solo los
cinco y medio millones de ciudadanos que votaron por los candidatos
oficialistas, pero los más de siete millones y medio de venezolanos que optaron
por los candidatos opositores, no lo son y, en todo caso, son el enemigo a
vencer.
Si Maduro no acata la decisión del
electorado, que sin ambages está demandando una rectificación del modelo, el
año entrante va a ser muy complicado para todos. Es obvio, para Maduro, tanto
como lo era para su taita político, la meta no es la mejora de la calidad de
vida de las personas, sino el socialismo en sí mismo, y poco importa que cada
vez más ciudadanos se opongan a ese modelo. Hablamos de un acto de soberbia
imperdonable. Lo he creído desde que llegaron al poder estos señores hace 17
años, el cual aspiraban conquistarlo mediante un golpe de Estado que de paso,
no cesan su empeño por justificar y celebrar.
Creo que el PSUV, del que emergen
voces sensatas reconociendo las causas de su derrota el pasado 6 de diciembre,
debe exigirle a Maduro respeto por los casi ocho millones de venezolanos que no
votaron por sus candidatos, porque tan «pueblo» son ellos como los cinco y
medio millones que sí lo hicieron. Creo que la nación está en el deber de
imponerle a Maduro su decisión y lo más importante, límites a su mandato. Él es
el presidente de la República pero no está autorizado para hacer lo que le
venga en ganas. No lo estaba su predecesor, que contaba con una popularidad
mucho más robusta.
Su intolerancia para digerir la
derrota puede impulsarlo a tomar medidas desesperadas que si bien podrían
producir un golpe de Estado, dudo que las condiciones sean suficientes para
lograr una reedición del «13 de abril». Un gobierno desprestigiado por
escándalos de corrupción jamás vistos, una escasez inédita y una inflación
descontrolada no va a encontrar sustento para salir airoso de una aventura
intragable como la que se lee en las arengas de Maduro y otros voceros
oficiales.
Quiera Dios que se imponga la
sensatez.
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