miércoles, 16 de diciembre de 2015

¿Reeditar el 13 de abril?

           
La incapacidad de Maduro para aceptar la derrota ya es riesgosa. Dada su investidura como presidente, sus bravatas dejan de ser graciosas. Desnudan un talante antidemocrático que podría conducirnos a todos por derroteros muy peligrosos. No, no es una actitud loable. Por el contrario, es un acto de malcriadez inaceptable.
            Muchos dirán que no importan sus fanfarronadas de camorrero de barrio, que sin dudas, rebajan la majestad de su cargo. Pero en ese discurso pugnaz subyace un modo de ver y comprender la realidad. Para Maduro, y muchos de sus conmilitones, «pueblo» son solo los cinco y medio millones de ciudadanos que votaron por los candidatos oficialistas, pero los más de siete millones y medio de venezolanos que optaron por los candidatos opositores, no lo son y, en todo caso, son el enemigo a vencer.
            Si Maduro no acata la decisión del electorado, que sin ambages está demandando una rectificación del modelo, el año entrante va a ser muy complicado para todos. Es obvio, para Maduro, tanto como lo era para su taita político, la meta no es la mejora de la calidad de vida de las personas, sino el socialismo en sí mismo, y poco importa que cada vez más ciudadanos se opongan a ese modelo. Hablamos de un acto de soberbia imperdonable. Lo he creído desde que llegaron al poder estos señores hace 17 años, el cual aspiraban conquistarlo mediante un golpe de Estado que de paso, no cesan su empeño por justificar y celebrar.
            Creo que el PSUV, del que emergen voces sensatas reconociendo las causas de su derrota el pasado 6 de diciembre, debe exigirle a Maduro respeto por los casi ocho millones de venezolanos que no votaron por sus candidatos, porque tan «pueblo» son ellos como los cinco y medio millones que sí lo hicieron. Creo que la nación está en el deber de imponerle a Maduro su decisión y lo más importante, límites a su mandato. Él es el presidente de la República pero no está autorizado para hacer lo que le venga en ganas. No lo estaba su predecesor, que contaba con una popularidad mucho más robusta.  
            Su intolerancia para digerir la derrota puede impulsarlo a tomar medidas desesperadas que si bien podrían producir un golpe de Estado, dudo que las condiciones sean suficientes para lograr una reedición del «13 de abril». Un gobierno desprestigiado por escándalos de corrupción jamás vistos, una escasez inédita y una inflación descontrolada no va a encontrar sustento para salir airoso de una aventura intragable como la que se lee en las arengas de Maduro y otros voceros oficiales.
            Quiera Dios que se imponga la sensatez.  

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