lunes, 28 de diciembre de 2015

De la pérdida de la razón y el pensamiento acrítico


            Edzar Ernst publicó un trabajo después de veinte años de investigaciones, desmotando creencias y mitos de la medicina alternativa. Su trabajo, «A Scientist in Wonderland» («Un científico en la tierra de la maravillas»), prueba a través del método científico, que la medicina complementaria no solo es un fiasco, sino que además puede resultar peligrosa. La sustitución de tratamientos convencionales, aunque sean muy duros (como la quimioterapia), por otros alternativos pueden costarle la vida al paciente, aunque se disfracen de «sabiduría milenaria».
            En su libro expone la feroz oposición que sobre sus estudios hizo mucha gente, incluso el príncipe de Gales, al parecer un defensor a ultranza de la homeopatía. Sin adentrarnos en los chismes, el autor concluye que su esfuerzo sirve para demostrar la ineficacia de las terapias alternativas, pero no para convencer a sus defensores, para quienes «la medicina alternativa parecía haberse transformado en una religión, una secta cuyo credo central debe ser defendida a toda costa contra el infiel».
            No pretendo polemizar sobre la eficacia o no de esas terapias. He usado el trabajo de Ernst para exponer un mal que no solo afecta a las ciencias, sino que se arraiga en el alma del hombre, nublándole la razón y por ello, cegándole la inteligencia. Podría compararse quizás, con las teorías conspirativas, sobre las cuales no se ha aportado evidencia alguna que avale concienzudamente esas afirmaciones. Insisto, parte de la esencia de su trabajo, y que podría ser profundamente beneficiosa para el mundo de hoy, es el profundo daño que puede causar el dogmatismo, que sin duda hace de personas inteligentes, unos verdaderos idiotas.
            No malinterprete mis palabras, amigo lector. Creer en algo no convierte a nadie en un imbécil. Aun si cree con fervor. Ese no es el problema. Lo es, sin dudas, cuando se pierde la capacidad autocrítica y un mínimo de objetividad y por ello, se ignoran infinidad de evidencias concretas para defender dogmáticamente lo indefendible. Al fin de cuentas, eso termina siendo tan solo soberbia.
            En el ámbito político ocurre con tanta frecuencia que en abundan el mundo los malos gobiernos y las llamadas revoluciones, causantes de profundos estragos. Lo que sucede en Venezuela es prueba de ello. Ante el caudal de evidencias irrefutables sobre la pésima gestión de este «proceso revolucionario», sus cabecillas, como los defensores a ultranza de los tratamientos alternativos, se aferran a sus dogmas y recurren al discurso prevaricador, pero en modo alguno logran derribar una realidad demostrada con hechos.

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