lunes, 19 de septiembre de 2016

El regreso del hombre a caballo


No es solo este desventurado país, que de caudillos e iluminados ya carga un rosario; sino naciones primermundistas, las que, por temor, se refugian en hombres fuertes, como lo refiere Zygmunt Bauman en una entrevista realizada por Davide Casati[1]. En la UE y en estados Unidos, con la candidatura de Trump, se manifiestan rasgos atávicos que muchos creían exclusivos de naciones tercermundistas. Como otras veces, el desmoronamiento de paradigmas causa temor, mucho temor, y, por ello, los ciudadanos corren a refugiarse en hombres fuertes como lo fueron en el pasado Mussolini en una Italia joven que parecía ser presa fácil de los comunistas, Hitler en Alemania luego del fracaso de la República de Weimar, y Mao Zedong en una China suspendida en el medioevo.  
En la década de los ’90 se creyó que caída la URSS, y con ella, las naciones socialistas bajo su dominio (excepto Cuba), significaba el triunfo del capitalismo. La crisis del 2008 sin embargo, patentó graves fisuras en las regulaciones financieras (y en general de los mercados), amenazando la estabilidad de la economía mundial (sin que diga con esto que modelos fallidos, como el socialismo, sean una respuesta). Por ello, los demonios que nos asechan han reanimado la vocinglería ruidosa y poco inteligente de charlatanes como Donald Trump, y como Hugo Chávez y Nicolás Maduro; quienes solo para obtener ganancias políticas, conducen a las naciones por caminos ruinosos. Si bien es cierto que las ideas liberales propuestas por la Ilustración francesa son en esencia inmejorables, como lo planteaba Francis Fukuyama (e incluso Hegel a fines del siglo XVIII), no podemos engañarnos y creer que ya todo está escrito. Por el contrario, la velocidad con la que suceden los cambios ha resquebrajado infinidad de paradigmas, que, quiérase o no, crean incertidumbre sobre la seguridad de las personas, haciéndolas refugiarse en falsos recintos particulares.
Por mucho que «mensajeros» del pasado intenten evocar «tiempos mejores», la realidad es que no es posible volver. En los últimos 100 años, la humanidad ha progresado en una forma vertiginosa. Para expresarlo, nada mejor que el ejemplo de Alvin Toffler en su obra «El shock del futuro»: solo hasta 1870 logró superarse la velocidad del caballo con los trenes de vapor mejorados; ya para mediados del siglo pasado, esa velocidad se incrementó con los aviones; y, hoy por hoy, los transbordadores espaciales alcanzan velocidades que para un hombre de fines del siglo XIX y principios del XX eran impensables (como lo era viajar a la luna). El mundo se redujo a una «aldea global» y, nos guste o no, estamos condenados a cohabitar con otras culturas, otras religiones, otras creencias, otros estilos de vida y otros cánones morales. Esa mirada parroquiana de la sociedad es anacrónica y, acaso, contraria a la «situación cosmopolita» que abraza a toda la humanidad. 
Sé que existe temor y que semejantes a visitantes no preparados, no logramos comprender los nuevos paradigmas. Sin embargo, no podemos mirar al futuro imbuidos por rasgos atávicos. Estamos obligados – aun condenados – a asumir la contemporaneidad con sus retos, con sus bondades y desde luego, con sus problemas. Los paradigmas pasados ya no satisfacen las crecientes demandas de una sociedad que, de acuerdo a Raymond Kurzweil, está próxima a experimentar una «singularidad tecnológica», cuyos efectos son impredecibles. En una sociedad así, a pesar de que tantos busquen refugiarse en ellos, los hombres a caballo, los caudillos, no tienen cabida. Son tan solo un anacronismo, o, en todo caso, el último refugio de quienes no aceptan la contemporaneidad.



[1] La referencia de Bauman puede leerse en http://ctxt.es/es/20160803/Politica/7562/Europa-fronteras-muros-egoismo-seguridad-poder.htm

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