No
es solo este desventurado país, que de caudillos e iluminados ya carga un
rosario; sino naciones primermundistas, las que, por temor, se refugian en
hombres fuertes, como lo refiere Zygmunt Bauman en una entrevista realizada por
Davide Casati[1].
En la UE y en estados Unidos, con la candidatura de Trump, se manifiestan
rasgos atávicos que muchos creían exclusivos de naciones tercermundistas. Como
otras veces, el desmoronamiento de paradigmas causa temor, mucho temor, y, por
ello, los ciudadanos corren a refugiarse en hombres fuertes como lo fueron en
el pasado Mussolini en una Italia joven que parecía ser presa fácil de los
comunistas, Hitler en Alemania luego del fracaso de la República de Weimar, y Mao
Zedong en una China suspendida en el medioevo.
En la década de los ’90 se creyó que caída la
URSS, y con ella, las naciones socialistas bajo su dominio (excepto Cuba), significaba
el triunfo del capitalismo. La crisis del 2008 sin embargo, patentó graves
fisuras en las regulaciones financieras (y en general de los mercados),
amenazando la estabilidad de la economía mundial (sin que diga con esto que
modelos fallidos, como el socialismo, sean una respuesta). Por ello, los
demonios que nos asechan han reanimado la vocinglería ruidosa y poco
inteligente de charlatanes como Donald Trump, y como Hugo Chávez y Nicolás Maduro;
quienes solo para obtener ganancias políticas, conducen a las naciones por
caminos ruinosos. Si bien es cierto que las ideas liberales propuestas por la
Ilustración francesa son en esencia inmejorables, como lo planteaba Francis
Fukuyama (e incluso Hegel a fines del siglo XVIII), no podemos engañarnos y
creer que ya todo está escrito. Por el contrario, la velocidad con la que
suceden los cambios ha resquebrajado infinidad de paradigmas, que, quiérase o
no, crean incertidumbre sobre la seguridad de las personas, haciéndolas
refugiarse en falsos recintos particulares.
Por mucho que «mensajeros» del pasado
intenten evocar «tiempos mejores», la realidad es que no es posible volver. En
los últimos 100 años, la humanidad ha progresado en una forma vertiginosa. Para
expresarlo, nada mejor que el ejemplo de Alvin Toffler en su obra «El shock del
futuro»: solo hasta 1870 logró superarse la velocidad del caballo con los
trenes de vapor mejorados; ya para mediados del siglo pasado, esa velocidad se
incrementó con los aviones; y, hoy por hoy, los transbordadores espaciales
alcanzan velocidades que para un hombre de fines del siglo XIX y principios del
XX eran impensables (como lo era viajar a la luna). El mundo se redujo a una
«aldea global» y, nos guste o no, estamos condenados a cohabitar con otras
culturas, otras religiones, otras creencias, otros estilos de vida y otros
cánones morales. Esa mirada parroquiana de la sociedad es anacrónica y, acaso,
contraria a la «situación cosmopolita» que abraza a toda la humanidad.
Sé que existe temor y que semejantes a
visitantes no preparados, no logramos comprender los nuevos paradigmas. Sin
embargo, no podemos mirar al futuro imbuidos por rasgos atávicos. Estamos
obligados – aun condenados – a asumir la contemporaneidad con sus retos, con
sus bondades y desde luego, con sus problemas. Los paradigmas pasados ya no
satisfacen las crecientes demandas de una sociedad que, de acuerdo a Raymond
Kurzweil, está próxima a experimentar una «singularidad tecnológica», cuyos
efectos son impredecibles. En una sociedad así, a pesar de que tantos busquen
refugiarse en ellos, los hombres a caballo, los caudillos, no tienen cabida. Son
tan solo un anacronismo, o, en todo caso, el último refugio de quienes no
aceptan la contemporaneidad.
[1] La referencia de Bauman puede
leerse en
http://ctxt.es/es/20160803/Politica/7562/Europa-fronteras-muros-egoismo-seguridad-poder.htm
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