viernes, 11 de noviembre de 2016

Basta de pendejadas


Una cosa es reclamar pacíficamente lo que por derecho nos corresponde, y otra muy diferente, ser pasivo, y por ello, dejarnos despojar de lo que es nuestro y nos pertenece.
Una vez más, las masas opositoras, los ciudadanos que a diario padecen las penurias impuestas por políticas fracasadas, ven sus esperanzas frustradas. Según lo ha expresado el diputado Henry Ramos Allup, el revocatorio está muerto. Mientras tanto, el gobierno nos impone celebrar desde ahora unas fiestas que, visto el escenario, las realizaremos sin hallacas ni pan de jamón. Veremos, los caraqueños, la cruz del Ávila y, suspirando, tal vez le mentemos la madre a muchos.
¿A qué creen que nos enfrentamos? ¿A un mal gobierno? ¡No! No se ha tratado jamás de una mala gestión gubernamental. Ha sido siempre «una revolución», y, repitiendo a Orwell, la de los chavistas busca instaurar dictadura, porque sin esta no va a ser viable aquella… y las otras, que intentan sobrevivir y expandirse. Todos los golpistas que acudieron al 4 de febrero de 1992, deben favores a muchos, y en especial los Castro, que no quieren perder su condición de actores en la región y pasar a ser solo una desventurada isla, hambreada por dos dictadores de la peor calaña. La MUD no enfrenta a un mal gobierno, sino a un plan más grande, urdido incluso antes de aparecer Chávez en el escenario.
Como ciudadano, tengo el derecho de juzgar, y, nos duela o no, otra vez la oposición ha fracasado. No lo llamemos revés, porque no lo es. Es, sin dudas, un fracaso. Llegó la hora de las discusiones serias, y no de delirios, de frases que en el mejor de los casos pretenden servir de ungüento analgésico. Lo que está en juego va más allá de los presos políticos, del discurso atorrante, de los dimes y diretes. Venezuela es hoy, un Estado fallido. Sus instituciones no cumplen sus cometidos y sirven solo a una causa: apertrechar al régimen con falsos argumentos jurídicos, ideados por abogados «palangristas», que prestan su oficio para trapisondas.
Como ciudadano, como opositor, como hombre de a pie que he visto mi calidad de vida deteriorarse dramáticamente, les pregunto, ¿qué van a hacer? ¿Cómo van a resolver los problemas inmediatos, que, les guste o no, amenazan con hacer de este país, un escenario de guerra similar al de las pseudo-repúblicas africanas?

En otro texto lo dije (http://actualidadvenezuela.blogspot.com/2016/11/la-mujer-apaleada.html), creer que mantener el statu quo es garantía de paz no solo es una ilusión, o una idiotez; sino aún más importante, una forma de violencia terrible. Al mundo le horrorizó la victoria de un patán sin formación alguna en Estados Unidos, y nadie en su sano juicio pretendería que en pro de la paz estadounidense (y ya han ocurrido brotes violentos por ello), se desconozca ese triunfo. Como venezolano, digo lo mismo. Este es nuestro país, y si Thomas Shannon y el Vaticano vienen a apoyar algún diálogo, este debe ser, sin lugar a dudas, para plantear una transición que permita poner fin a la revolución – a lo que esta significa ideológicamente –, rescatar la legalidad e institucionalidad perdida y abrirle espacio a una verdadera cohabitación democrática de todos los venezolanos. 

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