Contra todos los
pronósticos, Donald Trump ganó las elecciones. Al paso han salido muchos
analistas mucho más cultos que yo. Pero internet es un espacio verdaderamente
democrático y yo voy a permitirme hacer unas conjeturas.
Al igual que en las
décadas de los 20 y los 30 del siglo pasado, las democracias liberales son
vistas con recelo por los ciudadanos. Quizás sean apreciadas como pusilánimes.
No ve sin embargo, la gente común y corriente que disfruta viendo los reality shows, que se trata de la
profunda transformación que experimenta la humanidad, y que si bien no son ni
ajenos a ella ni la ignoran, prefieren creer el discurso incendiario de hombres
como Trump, que para ganar, apeló a una fórmula infalible: háblale a una
sociedad temerosa por los cambios y endílgale la culpa de esos cambios a otros.
Eso hizo Hitler en la depauperada República de Weimar, luego del fracaso del putsch de Múnich en 1923.
Las quejas, o por lo
menos muchas de ellas, son válidas. ¡Claro que lo son! Aun aquellas en contra
de políticas adoptadas por los demócratas en estos últimos años, cuya
efectividad puede ser criticada. Estoy de acuerdo, los estadounidenses y los
inmigrantes legales en Estados Unidos no tienen por qué tolerar que el país se
convierta en un abrevadero de menesterosos. Sin embargo, las causas de esas
quejas van más allá de las políticas de los demócratas y, sin dudas, la
construcción de un muro no va resolver problemas originados por el avenimiento
de una nueva era con tal rapidez que no hemos tenido tiempo para asimilarla ni
prepararnos para los retos que impone. Las políticas del programa Trump no van
a sanar esa enfermedad que hace 40 años, Toffler denominó «El Shock del
futuro».
Los mineros de
Virginia del Oeste o los desempleados de Detroit no van a ver mejoras en sus
vidas porque se deporten a los inmigrantes ilegales, que los hay y, sin dudas,
cuestan dinero a los contribuyentes. Por el contrario, aunque suene duro, la
realidad es que esa masa ayuda en parte a hacer de los Estados Unidos una
economía competitiva. Cuando ese «red neck» vea que su hamburguesa con papas ya
no le cuesta cinco dólares sino nueve, va a añorar en los braceros mexicanos
que trabajaban en las fincas ganaderas de Texas y Nuevo México por la mitad de
lo que deberán pagarle a un trabajador estadounidense o un inmigrante legal. Y
aún más, cuando la deportación de inmigrantes ilegales no se traduzca en
empleos para ellos, porque los que no están automatizados dentro de los Estados
Unidos, los realizan obreros en países donde la mano de obra es mucho más
barata.
Trump no parece comprender
la actualidad. Esta sociedad pos-humanista le resulta demasiado extraña y confusa;
y, tanto como sus electores, prefiere explicaciones simples, o simplistas, que,
sin dudas, no resolverán nuevos paradigmas planteados por la Cuarta Revolución
Industrial y la liquidez de una sociedad cuyos vínculos están disueltos. Es más
fácil decir que los demócratas son ineptos, indistintamente de la aprobación o
no de sus políticas, que reconocer la propia ineptitud para comprender a un
mundo que, como si llegásemos a un planeta distante, nos resulta desconocido e
incluso, hostil.
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