El verdadero problema del gobierno no
son las consecuencias de la crisis, sino sus causas.
El
gobierno supone erradamente que de llegar al 2017, sus problemas acabaron. Imaginamos
que irá – de tener suerte suficiente – sorteando problemas sin resolverlos,
como ha hecho hasta ahora. Un primo mío refería una conversación con un
militante del Psuv, para quién la crisis ya estaba superada porque están
subiendo la cota del Guri y el precio del petróleo. Nada más falso. Eugenio
Martínez, periodista experto en procesos electorales, analizó recientemente una
encuesta de Venebarómetro, según la cual
55 % de los venezolanos califica como negativa la gestión del expresidente
Chávez. 91 % de la gente, de acuerdo a ese estudio, cree que el país está «de
regular a mal, mal y muy mal». Aún más, alrededor de las dos terceras partes de
la población desea que Maduro sea revocado este año.
El
verdadero problema del gobierno no son las consecuencias de la crisis, sino sus
causas.
La
revolución – que de acuerdo a Thays Peñalver, lleva más de tres décadas
intentando asaltar el poder – llegó tardíamente. El socialismo fracasó hace más
de 40 años y hace 25, colapsó. Sin embargo, el entorno (civil) de Maduro,
procedentes en su mayoría de grupúsculos sediciosos civiles, aún no aceptan que
los paradigmas están cambiando y que la esencia de las ideas ilustradas
constituyen la evolución final del pensamiento político, como ya lo planteaba
Hegel en 1806 y lo reafirmó Francis Fukuyama en 1991.
La
reciente declaración de Vladimir Villegas sobre el socialismo es una necedad.
No llegó al «llegadero», ese modelo, porque haya escasez de alimentos y
medicinas en Venezuela. En sus palabras hay una miopía parroquiana
imperdonable. Fracasó porque sus postulados son ensayos fallidos. Maduro por su
lado, no pudo decir algo más infeliz al acusar de estúpido al que imagine que
el capitalismo va a resolver las dificultades. Su posición solo desnuda un
dogmatismo de tal magnitud que nos patentiza su ceguera política. Si bien es
cierto que el capitalismo muestras fallas, y muy graves, también lo es que las
ideas que le son consustanciales permiten corregirlas sin desmontar principios
sobre las cuales se construye: la libertad del individuo. En cambio, en el
socialismo, cuyos errores son estructurales, estos se intentan resolver restringiendo
cada vez más la libertad del individuo. Y es esa la razón ontológica de su
fracaso.
La
idea «socialista» ha sido recurrente en casi todos los regímenes venezolanos. Podría
decirse además, que hasta la llegada de la revolución al poder, lo era más por
demagogos y oportunistas que por una militancia verdaderamente comprometida con
el marxismo, credo de muy poco calado en la idiosincrasia nacional. Venezuela no
obstante merece una genuina revolución. Y esta no es otra que rescatar los
valores democráticos y republicanos que, a pesar de nuestros errores, que son
muchos, ha sido una genuina aspiración de los venezolanos, al menos desde la
muerte del general Juan Vicente Gómez. Si no emprendemos esa tarea lo antes
posible, la crisis va a generar un peligroso estado de agitación y descontento,
y, llegado el momento, la recuperación nacional será mucho más sacrificada para
todos.
El
verdadero problema del gobierno no era ni es que la cota del Guri alcance los
244 m.s.n.m. o que los precios del barril de petróleo superen los cien dólares,
sino entender la contemporaneidad y no afanarse por tener la razón. El reto de
la oposición no es el revocatorio, ni sacar a Maduro del poder, lo cual es solo
un paso necesario; lo es, sin dudas, construir una república democrática que ciertamente
pueda asegurar a sus ciudadanos una calidad de vida aceptable según estándares
internacionales y, de ese modo, transitar hacia el desarrollo sustentable.
El
verdadero reto es pues, transformar al pueblo lacayo en ciudadanía
primermundista.
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