lunes, 15 de agosto de 2016

El cumpleaños de Fidel


Con ocasión de una de esas muchas necedades que uno lee en las noticias, no quiero ser yo, un buen hijo de Fidel o Chávez. Soy, creo, un buen hijo de mi papá y mi mamá.

Fidel Castro Ruz cumplió 90 años. Senil y apartado del poder, parece ser tan solo un fetiche al que una izquierda terca rinde pleitesía como a un dios menor. Uno que por arte de magia permitirá la resurrección del socialismo. No comprenden estos adoradores lo que Hegel ya veía hace más de 200 años: que el liberalismo es desde un punto de vista conceptual, un modelo que ya no puede mejorarse más.
Nicolás Maduro, como muchos más que permanecen congelados en el pasado, se refugia en su ignorancia – grosera – para loar un modelo que sin dudas ha sido la causa de esta crisis, la más profunda y grave de nuestra historia reciente. Viaja a Cuba para obsequiarle a un dictador, decrépito que va caminando hacia el olvido, una serenata de trasnochados que como él, loan al dictador y creen en la poderosa magia del socialismo para resolver los problemas. Mientras tanto, en Venezuela se repiten las mismas anécdotas de todos los países en los que se ha ensayado una idiotez tan grande como seguidores llegó a tener (y que aún sigue teniendo, creo yo más, por una necesidad de tener la razón y de justificar la mediocridad propia que por una genuina creencia de que eso puede funcionar): la escasez, los controles, la represión y la necesidad de criminalizar cada vez más actividades para hacer lo único que el socialismo puede redistribuir, la miseria.
Fidel Castro no es un ejemplo a seguir. Condenó a su pueblo a la desdicha de vivir encerrados en una isla depauperada por una revolución que un lugar de soluciones, trajo problemas. Su terquedad – y soberbia – le impiden reconocer lo que su hermano sí, aunque sea veladamente: que el socialismo fracasó. Le importó un rábano que millones de cubanos padecieran penurias mientras a él solo le preocupaba mantenerse en el poder, sostener su régimen e intentar, fallidamente, crear un bloque regional con epicentro en él (disfrazado de La Habana).
Creo que América Latina debe hacer un mea culpa y en lugar de achacarle sus errores a otros, llámense los conquistadores españoles del siglo XVI o Estados Unidos, reconocer que como naciones, hemos hecho muy mal las cosas. A pesar de las diferencias que como pueblos tenemos, todos mostramos una tendencia infame a creer en las soluciones mágicas y el «hombre a caballo», redentor de las causas que habitualmente termina siendo un demonio causante de pesadillas indecibles. No se es un gran país porque se tengan maravillas naturales como el Salto Ángel o El Gran Cañón del Colorado (obras de Dios o de accidentes geográficos, pero no del hombre). Se llega a ser un país grande y próspero por la gente que lo habita. Y mientras nosotros nos excusamos, como el mal alumno que se refugia en excusas necias; los estadounidenses han hecho de su país la potencia que es.

Basta de refugiarnos en momias y encantadores. Es hora de sustituir al pueblo por una ciudadanía respetuosa de la ley, productiva y responsable de sí misma, y a los caudillos por verdaderos dirigentes políticos, conocedores del oficio. Es hora de creer que los pueblos, la gente, son lo suficientemente maduros para vivir en democracia y no depender, como unos manganzones, del padrecito Estado, llámese Fidel Castro, Hugo Chávez o Nicolás Maduro. 

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