La
mansedumbre no es sinónimo de paz. Por el contrario, supone una aberrante forma
de violencia: la sumisión y la humillación.
En un artículo de «El
País», leo que, palabras más palabras menos, la mesa de negociación busca
estabilizar al gobierno de Maduro, con la esperanza de que este enmiende, cosa
que de antemano, bien sabemos, no va a hacer. Desde el Vaticano hasta Estados
Unidos coinciden en que «Venezuela no puede celebrar elecciones en medio de los
desastrosos resultados de su economía, porque supondría, de ganar la oposición,
el inicio de un período incierto y de alta probabilidad de violencia».
La jugada de los
mediadores implica a mi juicio, el riesgo de estar inmersos los venezolanos en
una situación semejante unos meses después, cuando el gobierno arrecie sus
políticas, con las cuales no está de acuerdo la mayoría de los venezolanos, y
de nuevo, se plantee una crisis institucional. La paz de Venezuela no se
consigue con un canal humanitario ni dándole tiempo al gobierno para mejorar
sus finanzas e iniciar el despilfarro grotesco que nos trajo a esta crisis,
sino forzando a la élite chavista a renunciar a un comportamiento que ha sido
la causa de la crisis.
La MUD debe dejar en
claro a los mediadores que de seguir Maduro en el poder, con sus políticas
empobrecedoras y su actitud totalitarista y ante la incredulidad popular que
sobre él gravita, no va a haber paz en Venezuela, y que los mediadores estarían
apostando a una salida que el gobierno, la MUD y los mediadores no desean. Y
que, desde luego, sería fatal para los venezolanos.
Sé de la importancia
que tiene Venezuela en la región. Sin embargo, apuntalar a un gobierno
antidemocrático, que ha desmantelado la democracia porque no le convienen sus
reglas, no solo me luce violento, sino además, una injusticia con el pueblo
venezolano, que anhela mayoritariamente «cambiar de gobierno democráticamente»
a través de un mecanismo contemplado en la constitución. Por eso, la MUD debe
ser enfática. Muy enfática. Debe dejar en claro antes de este viernes que para
hablar de negociación (y en todo caso, de una cohabitación política del chavismo
y la oposición), el gobierno debe: 1) renunciar a sus propósitos socialistas,
que no están en la constitución y fueron rechazados por los venezolanos cuando se
les consultó al respecto, y aceptar que la revolución en los términos
propuestos no es aceptable; 2) reconocer a la Asamblea Nacional y respetar sus
decisiones, y cuando digo respetar, me refiero a acatar la decisión popular expresada
el 6 de diciembre de 2015, y los actos dictados por el parlamento en uso de sus
atribuciones; 3) solicitar la renuncia (voluntaria) de los magistrados del TSJ
y del CNE para allanar la reinstitucionalización del Estado; 4) la elección de
las autoridades regionales a más tardar en diciembre de este año, como lo prevé
la constitución.
La violencia no se
limita a los tiros, que de paso ya los hay, ni a los muertos, que igualmente
los hay, y en demasía; sino también a la imposición de condiciones injustas.
Pedirle a los venezolanos tolerar este desastre para evitar una escalada de
violencia (que en verdad no están evitando) es lo mismo que pedirle a la mujer
que soporte los coñazos del marido por el bien familiar. La mansedumbre no es
sinónimo de paz. Por el contrario, supone una aberrante forma de violencia: la sumisión
y la humillación. Pedir a los venezolanos que se posponga cualquier escenario
electoral porque conviene es en sí mismo un acto violento, que en este caso no estaría
perpetrando el gobierno, sino los mediadores.
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