Hegel
ya había dicho que el fin de la historia tuvo lugar en 1806. El triunfo de las
tropas francesas frente a las prusianas en la batalla de Jena (14 de octubre de
1806) determinó – y cito a Francis Fukuyama[1] –
la victoria de los ideales de la Revolución Francesa y la inminente
universalización del Estado que incorporaba los principios de libertad e
igualdad. No supone esto, ni lo pretendió jamás el filósofo estadounidense en
su obra «El fin de la historia y el último hombre», que no existan
contradicciones en el mundo contemporáneo y que no se planteen aun hoy,
importantes reformas sociales y políticas. Pero desde el punto de vista ideológico,
decía Hegel – y lo citan tanto Alexandre Kojève como Fukuyama – que las ideas
de la Ilustración – que no son otras que aquellas inspiradoras de las
revoluciones americana de 1776 y francesa de 1789, así como de los procesos emancipadores
en el Nuevo Mundo – ya no son mejorables en su esencia.
Para
muchos, sobre todo entre los teóricos marxistas-nacionalistas, el modelo
liberal burgués propuesto por la Ilustración en el siglo XVIII es una
imposición de occidente sobre el resto del mundo. Creo que ese planteamiento resulta
exageradamente parroquiano y que sin dudas ignora la universalidad de las ideas,
que carecen de nacionalidad. No creo que la Ilustración haya sido impuesta por
Europa. No puede entenderse – so pena de incurrir en una mirada muy provinciana
– como el triunfo de alguna potencia. Se trata de la universalización de unas
ideas sobre las cuales se han ido construyendo naciones más allá de los
confines europeos. No es un triunfo atribuible a algún país, sino al vasto proceso
de creación humana. Gracias a esas ideas, el hombre dejó de ser lacayo para ser
ciudadano, aunque en efecto, aún no sea una realidad universal. Y esa
liberación es, según Hegel, la perfección en cuanto a las ideas políticas.
El
proceso iniciado en el siglo V, con la caída de Roma y occidente, ciertamente
dibujó un nuevo orden no solo en los territorios romanos en los cuales se
construyó el concepto de Europa durante la Edad Media, sino también en el resto
del mundo. Mil años – desde el 476 hasta 1453 – tardó la reconfiguración de un
nuevo orden planetario. En el curso de la Edad Moderna (1453-1789) tienen lugar
los grandes descubrimientos que Europa hizo del resto del mundo. Sobre todo a
lo largo del siglo XVI, a través del encuentro con otras culturas. Si bien
desde la antigüedad se tenía conocimiento de otros pueblos allende los limes
del Imperio Romano, la caída de Constantinopla (7 de abril al 29 de mayo de
1453) obligó a los reinos europeos a indagar otras rutas hacia oriente y,
gracias a ello, intensificó y diversificó el contacto entre diversas naciones e
ideas, hasta entonces más o menos aisladas.
Ese
intercambio entre pueblos, que ya venía produciéndose desde la Baja Edad Media
(siglos XIII al XV), rescató buena parte del pensamiento clásico, que tras la
caída de Roma en el 476 d.C., permaneció en Bizancio; introdujo elementos del
mundo musulmán y de los pueblos árabes a través de la dominación otomana en
oriente e incluso, en parte de Europa del este; e importó rasgos de pueblos tan
remotos como los mongoles y chinos a través de los mercaderes de especias y
telas. La invención de la imprenta de tipo movible y el papel barato a mediados
del siglo XV masificó ese conocimiento, dando lugar al Renacimiento.
Con
la llegada de la Era de los Descubrimientos (siglo XVI), el flujo de ideas se
intensificó. La Ilustración no es una obra enteramente francesa como no es particular
de lugar alguno, ninguna creación del hombre. El conocimiento humano es un vastísimo
recorrido que va desde los días prehistóricos hasta hoy, y, obviamente,
continuará su tránsito hacia el futuro. El conocimiento es universal e imposible de contener. Mucho menos hoy,
cuando las redes sociales y los medios internacionalizados han reducido al
mundo a la «aldea global» de McLuhan.
Las
ideas son universales, y como se ha visto, son el resultado del contacto de
seres humanos de variadas culturas. Vargas Llosa planteaba para el año 2000,
como la visión parroquiana de algunos líderes, considerados gente inculta por
el escritor, amenazaba la cultura[2], y
yo agregaría que en efecto, esa visión miope y limitada no solo está condenada
al olvido, sino que además resulta contraria a la universalidad del pensamiento
humano. Las ideas trascienden aunque no queramos y hoy por hoy, con el
desarrollo de las nuevas tecnologías, y en especial el desarrollo de los medios
de comunicación globales, resulta vertiginosamente rápida la forma como se crea
y difunde el conocimiento.
No,
no es una imposición de occidente sobre otras naciones. No es el resultado de
una conquista de Estados Unidos frente a la URSS o al resto del mundo. Es, sin
lugar a dudas, el triunfo de esas ideas las que en definitiva determinaron la
victoria estadounidense en el curso de la guerra fría y que de acuerdo a
Maurice Duverger[3], pueden resumirse en el
artículo primero de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano:
«Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho».
[1] Francis Fukuyama hace
referencia en su obra «El fin de la historia y el último hombre» a Alexandre
Kojève, arguyendo que este filósofo ruso radicado en Bélgica rescató a Hegel de
la distorsión que sobre su trabajo hicieran los marxistas.
[2] La referencia de Vargas Llosa
se encuentra en un artículo publicado en «El país», fechado el 16 de abril de
2000.
[3] M. Duverger. «Las dos caras de
occidente». Ariel. 1975. Pág. 9
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