miércoles, 3 de agosto de 2016

El triunfo de las ideas y el fin de los dogmas


Hegel ya había dicho que el fin de la historia tuvo lugar en 1806. El triunfo de las tropas francesas frente a las prusianas en la batalla de Jena (14 de octubre de 1806) determinó – y cito a Francis Fukuyama[1] – la victoria de los ideales de la Revolución Francesa y la inminente universalización del Estado que incorporaba los principios de libertad e igualdad. No supone esto, ni lo pretendió jamás el filósofo estadounidense en su obra «El fin de la historia y el último hombre», que no existan contradicciones en el mundo contemporáneo y que no se planteen aun hoy, importantes reformas sociales y políticas. Pero desde el punto de vista ideológico, decía Hegel – y lo citan tanto Alexandre Kojève como Fukuyama – que las ideas de la Ilustración – que no son otras que aquellas inspiradoras de las revoluciones americana de 1776 y francesa de 1789, así como de los procesos emancipadores en el Nuevo Mundo – ya no son mejorables en su esencia.
Para muchos, sobre todo entre los teóricos marxistas-nacionalistas, el modelo liberal burgués propuesto por la Ilustración en el siglo XVIII es una imposición de occidente sobre el resto del mundo. Creo que ese planteamiento resulta exageradamente parroquiano y que sin dudas ignora la universalidad de las ideas, que carecen de nacionalidad. No creo que la Ilustración haya sido impuesta por Europa. No puede entenderse – so pena de incurrir en una mirada muy provinciana – como el triunfo de alguna potencia. Se trata de la universalización de unas ideas sobre las cuales se han ido construyendo naciones más allá de los confines europeos. No es un triunfo atribuible a algún país, sino al vasto proceso de creación humana. Gracias a esas ideas, el hombre dejó de ser lacayo para ser ciudadano, aunque en efecto, aún no sea una realidad universal. Y esa liberación es, según Hegel, la perfección en cuanto a las ideas políticas.
El proceso iniciado en el siglo V, con la caída de Roma y occidente, ciertamente dibujó un nuevo orden no solo en los territorios romanos en los cuales se construyó el concepto de Europa durante la Edad Media, sino también en el resto del mundo. Mil años – desde el 476 hasta 1453 – tardó la reconfiguración de un nuevo orden planetario. En el curso de la Edad Moderna (1453-1789) tienen lugar los grandes descubrimientos que Europa hizo del resto del mundo. Sobre todo a lo largo del siglo XVI, a través del encuentro con otras culturas. Si bien desde la antigüedad se tenía conocimiento de otros pueblos allende los limes del Imperio Romano, la caída de Constantinopla (7 de abril al 29 de mayo de 1453) obligó a los reinos europeos a indagar otras rutas hacia oriente y, gracias a ello, intensificó y diversificó el contacto entre diversas naciones e ideas, hasta entonces más o menos aisladas.
Ese intercambio entre pueblos, que ya venía produciéndose desde la Baja Edad Media (siglos XIII al XV), rescató buena parte del pensamiento clásico, que tras la caída de Roma en el 476 d.C., permaneció en Bizancio; introdujo elementos del mundo musulmán y de los pueblos árabes a través de la dominación otomana en oriente e incluso, en parte de Europa del este; e importó rasgos de pueblos tan remotos como los mongoles y chinos a través de los mercaderes de especias y telas. La invención de la imprenta de tipo movible y el papel barato a mediados del siglo XV masificó ese conocimiento, dando lugar al Renacimiento.
Con la llegada de la Era de los Descubrimientos (siglo XVI), el flujo de ideas se intensificó. La Ilustración no es una obra enteramente francesa como no es particular de lugar alguno, ninguna creación del hombre. El conocimiento humano es un vastísimo recorrido que va desde los días prehistóricos hasta hoy, y, obviamente, continuará su tránsito hacia el futuro. El conocimiento es universal  e imposible de contener. Mucho menos hoy, cuando las redes sociales y los medios internacionalizados han reducido al mundo a la «aldea global» de McLuhan.
Las ideas son universales, y como se ha visto, son el resultado del contacto de seres humanos de variadas culturas. Vargas Llosa planteaba para el año 2000, como la visión parroquiana de algunos líderes, considerados gente inculta por el escritor, amenazaba la cultura[2], y yo agregaría que en efecto, esa visión miope y limitada no solo está condenada al olvido, sino que además resulta contraria a la universalidad del pensamiento humano. Las ideas trascienden aunque no queramos y hoy por hoy, con el desarrollo de las nuevas tecnologías, y en especial el desarrollo de los medios de comunicación globales, resulta vertiginosamente rápida la forma como se crea y difunde el conocimiento.
No, no es una imposición de occidente sobre otras naciones. No es el resultado de una conquista de Estados Unidos frente a la URSS o al resto del mundo. Es, sin lugar a dudas, el triunfo de esas ideas las que en definitiva determinaron la victoria estadounidense en el curso de la guerra fría y que de acuerdo a Maurice Duverger[3], pueden resumirse en el artículo primero de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano: «Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho».



[1] Francis Fukuyama hace referencia en su obra «El fin de la historia y el último hombre» a Alexandre Kojève, arguyendo que este filósofo ruso radicado en Bélgica rescató a Hegel de la distorsión que sobre su trabajo hicieran los marxistas.
[2] La referencia de Vargas Llosa se encuentra en un artículo publicado en «El país», fechado el 16 de abril de 2000.
[3] M. Duverger. «Las dos caras de occidente». Ariel. 1975. Pág. 9

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