En un artículo suyo,
«Utilizar al pueblo», publicado en L’espresso en 2003[1], Umberto
Eco refería a la utilización del pueblo, o lo que a mi juicio sería más
apropiado, el abuso del vocablo. Como lo afirma el filólogo italiano, el
«pueblo», como expresión de única voluntad y sentimientos iguales, una fuerza
casi natural que encarna la moral y la historia, no existe realmente. Lo que sí
existe, y cito de nuevo a Eco, son los ciudadanos, que tienen ideas diferentes;
y el régimen democrático, que si bien no es el mejor pero sí es el menos malo
de todos, establece que gobierna el que obtiene el consenso de la mayoría de
los ciudadanos.
El pueblo, al que apelan
con ligereza los demagogos, como Chávez y Maduro (y en el caso del artículo de
Eco, Berlusconi), es solo una ficción para crear una imagen virtual de la
voluntad popular, que, como ocurre hoy en Venezuela, no se corresponde con la
realidad. El país es mucho más que el Ejecutivo o la Asamblea Nacional. El país
incluye a infinidad de factores que van desde los colegios profesionales al
ejército, desde la prensa hasta los poderes industriales, y pare uno de contar,
porque la lista es inagotable. Pero reduciendo «el pueblo» a la ficción que de
este hacen los demagogos, se logra confundir los proyectos del régimen con la
voluntad popular, al menos la mayoría de las veces. Eso hacía Chávez y hace
Maduro, que sin dudas, este régimen ha estado muy bien asesorado en lo que atañe
a la propaganda.
Eso ha hecho este
gobierno, no solo inventar un apoyo masivo a la revolución cuando en verdad hay
un profundo rechazo, cercano al 90 % según las encuestas; sino además,
arrogarse una representación de la genuina voluntad popular de la que
ciertamente carecen. Cada vez que alguno de los voceros oficiales habla en
nombre del pueblo, lo hace realmente en nombre de esa ficción que les permite
desviar una discusión de fondo: la indiscutible ilegitimidad de un proyecto
rechazado por la mayoría de los venezolanos.
Eso hace también con
otros neologismos, como la guerra económica o el de bachaquero, para ocultar la
escasez de productos como consecuencia de las políticas socialistas; el de
guarimba y guarimberos para criminalizar la protesta; el de guerra mediática
para coartar la libertad de expresión e impedir que la prensa libre desnude la
realidad… La verdad es que el régimen de Maduro, y antes el de Chávez, como también
otros regímenes totalitarios, han pretendido crear una realidad que le resulte
cómoda a sus aspiraciones hegemónicas, negando el hecho de ser su proyecto, la génesis
de esta crisis, que bien puede calificarse como la más grave que haya padecido
este país en décadas. Creo que en medio de las estrategias necesarias para a
atacar los muchos frentes, debemos enseriar la discusión política y mantenerla sobre
lo que es relevante, sin permitirle a la élite gobernante desnaturalizarla con ese
discurso falsificador que Umberto Eco llamó «retórica prevaricadora».
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