sábado, 14 de junio de 2014

Una aproximación a la tragedia

La crisis es el resultado de una visión de país que no es viable. Pudo serla tras la muerte de Gómez. Eran los venezolanos entonces mayormente analfabetos y pobres[1], en un Estado enriquecido por el hallazgo de pozos petroleros. Se explicaba pues un modelo rentista-distributivo. Hoy, no. Ya no somos un país despoblado y bendecido con una cuantiosa renta petrolera.
La crisis es consecuencia de un proceso de desintegración que condujo a la dictadura del general Gómez. En ese proceso – 1857 a 1899 - se sustituyó la institucionalidad por jefaturas temporales. En el curso de nuestra historia republicana han sido sancionados 26 textos constitucionales. Sin embargo, no hemos cosechado una nación y mucho menos, un orden institucional coherente.  
A pesar de quererse un orden democrático, demasiadas taras aún viciaban la construcción de uno robusto después de muerto el dictador. El golpe de Estado a Medina interrumpió el orden que él y López intentaban construir.
El trienio adeco también fracasó. Sus socios militares derrocaron al presidente Rómulo Gallegos solo 9 meses después de su elección. Hombre serio y honesto, fue víctima de la arrogancia de su propio partido, que solo aspiraba apropiarse del poder, sin poseer experiencia de gobierno alguna, como lo reseña Arturo Uslar Pietri (Golpe y Estado en Venezuela, 1992).
Heredaban los adecos una industria petrolera pujante que aportaban importantes sumas de dinero a las arcas públicas. Asimismo, una cartilla de ideales progresistas, aportados por sus líderes, en su mayoría militantes comunistas. Si bien Betancourt abandonó esta militancia desde principios de los ’30, arrastraba la idea de un Estado benefactor, capaz de asegurarles a los venezolanos prosperidad. Esa idea aún subyace en nuestro ideario y es la génesis de la prolongada crisis que ha azotado a este país hace más de 30 años.
La amarga dictadura militar (1948-1958) dio origen a otra visión de la política. Líderes de los partidos de entonces, AD, URD, COPEI y PCV, convocaron un compromiso democrático que se materializaría con la firma del Pacto de Puntofijo. Si bien fue éste un acuerdo para robustecer la democracia naciente, la idea rentista-distributiva y la debilidad de las instituciones siguió latente.
Hubo errores. Dos de ellos serían la debilidad de las instituciones y el empobrecimiento sostenido de la población. Carlos Andrés Pérez trató de enmendarlos, con la consecuente cólera de su propio partido, que ni creía en la apertura económica ni estaba dispuesto a democratizar realmente al poder. Sus sucesores tampoco.  
Si bien la reforma de Pérez fue dolorosa al principio, rindió frutos. Desgraciadamente fue interrumpida por el segundo gobierno de Caldera y retomada luego por el ministro Petkoff a partir de 1996. Si bien en menos de 2 años empezó a concretar logros, el jefe del 4F sirvió de vocero a una élite que apoyando su ascenso al poder, intentaba mantener el statu quo. Mucha gente con variadas intenciones creyó que Chávez – un militante del comunismo infiltrado en el ejército con el fin de gestar un alzamiento[2] – sería dócil a sus consejos.
Destruida la institucionalidad y ganada la pueril idea de que una nueva Constitución corregiría los males nacionales, Chávez subordinó las instituciones a su voluntad para entronizarse e imponer sus políticas, destinadas a una clara sustitución de la producción nacional por importaciones. Un empresariado local fuerte podía volvérsele díscolo. Pero el exagerado gasto social sin ninguna retribución diferente a la lealtad hacia el “comandante supremo” arruinó las arcas públicas.
La gente, empobrecida desde de los ’80, dependía cada vez más del Estado y creyó que era su obligación mantenerlos. Por ello, sin escrúpulos, la revolución ha usado la pobreza como herramienta para atornillarse al poder. Las personas han sido sojuzgadas por un infame “bozal de arepa”. Pero ya no hay dinero.
El chavismo es pues, una consecuencia (indeseable), originada por nuestra desidia para enfrentar el desarrollo con una visión realizable, que asegure a la mayor suma de gente un ingreso cónsono con el costo de vida. Urge pues amalgamar voluntades con el propósito de mejorar la capacidad de pago y endeudamiento de la ciudadanía de modo que pueda alcanzar una calidad de vida acorde con estándares aceptables. Solo así serán libres e independientes. 
La salida a la crisis podrá tener muchos pasos e incuso, cambios de nombres. En el curso de nuestra historia han gobernado muchos nombres, pero no ha habido una transformación de viejos vicios arraigados en el ideario popular, sin la cual todo cambio de nombre terminará irremediablemente en la frustración.
Caracas, junio de 2014.



[1] Dos tercios de la población era analfabeta y la industria petrolera había iniciado la migración de campesinos depauperados a los centros urbanos, en busca de mejores trabajos (fuente: Los Causahabientes. De Carabobo a Puntofijo. Rafael Caldera. Panapo. 1998).
[2] Así lo refieren tanto Alberto Garrido como Manuel Felipe Sierra (De la revolución bolivariana a la revolución de Chávez. La fractura militar. Venezuela: la crisis de abril. IESA. Caracas. 2002). Guerrilla y conspiración militar en Venezuela. Caracas. 1999). 

No hay comentarios: