La
crisis es el resultado de una visión de país que no es viable. Pudo serla tras
la muerte de Gómez. Eran los venezolanos entonces mayormente analfabetos y
pobres[1],
en un Estado enriquecido por el hallazgo de pozos petroleros. Se explicaba pues
un modelo rentista-distributivo. Hoy, no. Ya no somos un país despoblado y bendecido
con una cuantiosa renta petrolera.
La
crisis es consecuencia de un proceso de desintegración que condujo a la dictadura
del general Gómez. En ese proceso – 1857 a 1899 - se sustituyó la
institucionalidad por jefaturas temporales. En el curso de nuestra historia
republicana han sido sancionados 26 textos constitucionales. Sin embargo, no
hemos cosechado una nación y mucho menos, un orden institucional
coherente.
A
pesar de quererse un orden democrático, demasiadas taras aún viciaban la
construcción de uno robusto después de muerto el dictador. El golpe de Estado a
Medina interrumpió el orden que él y López intentaban construir.
El
trienio adeco también fracasó. Sus socios militares derrocaron al presidente
Rómulo Gallegos solo 9 meses después de su elección. Hombre serio y honesto, fue
víctima de la arrogancia de su propio partido, que solo aspiraba apropiarse del
poder, sin poseer experiencia de gobierno alguna, como lo reseña Arturo Uslar
Pietri (Golpe y Estado en Venezuela, 1992).
Heredaban
los adecos una industria petrolera pujante que aportaban importantes sumas de
dinero a las arcas públicas. Asimismo, una cartilla de ideales progresistas, aportados por sus líderes,
en su mayoría militantes comunistas. Si bien Betancourt abandonó esta
militancia desde principios de los ’30, arrastraba la idea de un Estado
benefactor, capaz de asegurarles a los venezolanos prosperidad. Esa idea aún
subyace en nuestro ideario y es la génesis de la prolongada crisis que ha
azotado a este país hace más de 30 años.
La
amarga dictadura militar (1948-1958) dio origen a otra visión de la política.
Líderes de los partidos de entonces, AD, URD, COPEI y PCV, convocaron un
compromiso democrático que se materializaría con la firma del Pacto de
Puntofijo. Si bien fue éste un acuerdo para robustecer la democracia naciente, la
idea rentista-distributiva y la debilidad de las instituciones siguió latente.
Hubo
errores. Dos de ellos serían la debilidad de las instituciones y el
empobrecimiento sostenido de la población. Carlos Andrés Pérez trató de
enmendarlos, con la consecuente cólera de su propio partido, que ni creía en la
apertura económica ni estaba dispuesto a democratizar realmente al poder. Sus sucesores
tampoco.
Si
bien la reforma de Pérez fue dolorosa al principio, rindió frutos. Desgraciadamente
fue interrumpida por el segundo gobierno de Caldera y retomada luego por el
ministro Petkoff a partir de 1996. Si bien en menos de 2 años empezó a
concretar logros, el jefe del 4F sirvió de vocero a una élite que apoyando su
ascenso al poder, intentaba mantener el statu quo. Mucha gente con variadas
intenciones creyó que Chávez – un militante del comunismo infiltrado en el
ejército con el fin de gestar un alzamiento[2] –
sería dócil a sus consejos.
Destruida
la institucionalidad y ganada la pueril idea de que una nueva Constitución
corregiría los males nacionales, Chávez subordinó las instituciones a su voluntad
para entronizarse e imponer sus políticas, destinadas a una clara sustitución
de la producción nacional por importaciones. Un empresariado local fuerte podía
volvérsele díscolo. Pero el exagerado gasto social sin ninguna retribución
diferente a la lealtad hacia el “comandante supremo” arruinó las arcas públicas.
La
gente, empobrecida desde de los ’80, dependía cada vez más del Estado y creyó
que era su obligación mantenerlos. Por ello, sin escrúpulos, la revolución ha
usado la pobreza como herramienta para atornillarse al poder. Las personas han
sido sojuzgadas por un infame “bozal de arepa”. Pero ya no hay dinero.
El
chavismo es pues, una consecuencia (indeseable), originada por nuestra desidia
para enfrentar el desarrollo con una visión realizable, que asegure a la mayor
suma de gente un ingreso cónsono con el costo de vida. Urge pues amalgamar voluntades
con el propósito de mejorar la capacidad de pago y endeudamiento de la
ciudadanía de modo que pueda alcanzar una calidad de vida acorde con estándares
aceptables. Solo así serán libres e independientes.
La
salida a la crisis podrá tener muchos pasos e incuso, cambios de nombres. En el
curso de nuestra historia han gobernado muchos nombres, pero no ha habido una transformación
de viejos vicios arraigados en el ideario popular, sin la cual todo cambio de
nombre terminará irremediablemente en la frustración.
Caracas,
junio de 2014.
[1]
Dos tercios de la población
era analfabeta y la industria petrolera había iniciado la migración de
campesinos depauperados a los centros urbanos, en busca de mejores trabajos
(fuente: Los Causahabientes. De Carabobo a Puntofijo. Rafael Caldera. Panapo. 1998).
[2] Así lo refieren tanto Alberto
Garrido como Manuel Felipe Sierra (De la revolución bolivariana a la revolución
de Chávez. La fractura militar. Venezuela: la crisis de abril. IESA. Caracas.
2002). Guerrilla y conspiración militar en Venezuela. Caracas. 1999).
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