Arthur
Neville Chamberlain temía la guerra más que nada. Como muchos europeos, el recuerdo
de la Gran Guerra era un mal sabor, agrio y penetrante. Los centenares de
lisiados podían verse en las calles europeas como una evocación trágica de
aquel horror, ciertamente indeseable. Deseaba la paz codiciosamente. Su
interlocutor, el arrogante cabo austríaco devenido en führer del Tercer Reich,
no. Adolfo Hitler solo buscaba ganar tiempo para armarse como lo hizo. El diálogo europeo entonces no fue un
diálogo.
El
presidente Nicolás Maduro, cuya legitimidad se ha reducido a un dudoso proceso electoral,
se ha visto acosado por una miríada de problemas heredados del pésimo gobierno
de su predecesor, un teniente coronel sin ninguna experiencia política. Su
visión del mundo, aprendida de un anciano dictador enquistado en su
obsolescencia, ha generado más problemas que soluciones. Por eso, las calles
venezolanas son escenarios de infinidad de protestas. La gobernabilidad se desmorona
y los dirigentes gubernamentales no parecen comprenderlo. Su propio pellejo
está en riesgo y como otros tiranos, creen suficiente refugio su retórica
bulliciosa pero insustancial.
Se
ha planteado la necesidad de diálogo. La MUD está dispuesta. El gobierno, no. El
planteamiento de conversaciones razonables entre unos y otros ofende al liderazgo
chavista que, convencido de librar una lucha de clases, no ve un adversario político
sino un enemigo. Para Chávez siempre se trató de una guerra en contra de una oligarquía
y la oposición ha sido por ello un
objetivo militar, uno que debe ser aniquilado.
Ayer
surgieron declaraciones que de no ser por el cargo de ostentan, no habrían
dejado de ser unas frases retrecheras. A la propuesta del
expresidente brasilero Lula Da Silva de convocar un gobierno de unidad con
sectores opositores, Maduro se ha negado categóricamente, arguyendo que él es
el que gobierna. El vicepresidente Jorge Arreaza ha dicho por su parte, que
ellos no van a pactar con sectores opositores. Cabe preguntarse pues qué carajo
entienden por diálogo. Claro, es ésta, mi interrogante, una pregunta retórica. Los líderes del gobierno no desean dialogar,
desean oxigenar un liderazgo asfixiado.
No quieren aceptar sin embargo, el único oxígeno posible, porque atenta contra
sus creencias más arraigadas.
Termino
diciendo que la MUD debe sentarse a dialogar, por supuesto; pero no deben los
líderes opositores claudicar sus principios fundamentales. Se trata de construir la paz. Y ésta no debe confundirse jamás con
la sumisión.
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