jueves, 11 de septiembre de 2014

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Escuché hoy temprano en Actualidad 90.3 FM a Rafael Simón Jiménez. Fue muy crítico de la gestión de la MUD, de la cual confesó ser parte integrante. Hombre procedente de la izquierda y otrora militante del chavismo y del pensamiento revolucionario, como lo dijo él mismo, aporta al debate político elementos interesantes. Uno de ellos, a mi juicio uno muy relevante, fue que, palabras más, palabras menos, ni Chávez ni Maduro ni ninguno de quienes hoy detentar el poder estaban ni están dispuestos a negociar. Entonces, no queda otra que construir una fuerza que se pare de frente a las aspiraciones totalitarias del régimen y le diga que no a su proyecto, y que, con el carácter suficiente, le imponga una agenda distinta a la que pretenden llevar a cabo, pese a la negativa popular expresada en las urnas el 6 de diciembre de 2007.
Planteó este abogado barinés y quien conoció a Chávez desde que militaban en la Juventud Comunista de Barinas, que la tesis de apostar a unas elecciones parlamentarias debe ir acompañada necesariamente de un trabajo masivo de calle, porque, de otro modo, el gobierno echará dinero a manos rotas, aunque deba endeudarse para ello, de modo que, tal como ocurrió con el “Dakazo” en las pasadas elecciones, recupere votos perdidos que, y es muy importante recalcar esto, no ha capitalizado la oposición. Creer, como lo dijo Jiménez, que el mero descontento mina las bases del chavismo y arrastra votos hasta la MUD es una pendejada mayúscula. Esto sin mencionar el proyecto comunista – palabra que procede de las comunas – que busca crear un parlamento comunal dominado por el partido, como ocurría en las naciones comunistas.
No creo sin embargo, que el tema se centre exclusivamente en los pobres, como lo plantea Jiménez. Ésa ha sido una de las causas fundamentales del fracaso político-económico venezolano. Esta crisis no solo requiere un discurso, una oferta diría yo, viable y que se gane la confianza de la gente; urge además de una gran mesa de diálogo para pactar un proyecto a corto, mediano y largo plazo, en la que el desarrollo sea impulsado no por un sector, sea el trabajador o el empresariado, sino por todos; planteando cada uno sus necesidades y expectativas. Obviamente, el trabajador desea mejores sueldos y el empresario mayores ganancias. Si bien en principio parecen opuestas, estas apetencias pueden bien hallar un punto de concilio en una mesa de negociaciones.
El país necesita primero sanear esta economía maltrecha y luego, robustecerla para crear prosperidad. Eso solo se logra con políticas coherentes y consensuadas que permitan una relación armoniosa de ganar-ganar entre los factores involucrados. El trabajador necesita un salario que le permita afrontar sus gastos decentemente, de acuerdo a parámetros aceptados internacionalmente (capacidad de pago y endeudamiento para adquirir vivienda y sufragar los gastos cotidianos, incluyendo las necesidades de diversión y ocio); el empresario debe ganar dinero para poder pagar esos salarios (que redundarán en su propio beneficio porque la gente gastaría ese dinero generalmente dentro del país) y obtener un beneficio legítimo por su inversión. Se necesita que el dinero circule, que no se represe en pocas manos (como ocurre, que el capital se acumula en el Estado – y por ende lo usufructúan quienes lo administran – sin que la gente tenga realmente acceso a éste más allá de una limosna disfrazada de misión y que sin dudas hace del ciudadano un lacayo). El Estado debe reducir su exagerado protagonismo y fungir más como un mediador, que, teniendo sus propias necesidades, es lógico que cobre impuestos a unos y otros.

El tema verdadero es llegar a esa economía saludable, en la que todos ganen y no solo un sector, sea el Estado, los empresarios o los pobres. Con un discurso socialista – y del más reaccionario – no va a lograrse. Por el contrario, va a empeorar la crisis (porque el socialismo es su génesis). Por ello, la MUD no solo debe ganarse a las clases más necesitadas, como lo planteaba Jiménez (y muchos más), sino también a la depauperada y descreída clase media y, desde luego, a las clases altas en los sectores económicos y políticos, porque solo así se construiría esa gran fuerza que sirva de muro de contención a las aspiraciones de la revolución mientras se logra el cambio de fuerzas en la Asamblea Nacional. 

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