martes, 27 de mayo de 2014

Meneando al perro

En una excelente película, Barry Levinson desnuda las impudicias de la realpolitik contemporánea. En un tono sarcástico, Wag the dog nos recuerda que damos por cierta la realidad que muestran los medios y que solo ésa importa políticamente. Las conversaciones entre Stanley Motss y Conrad Brean resquebrajan sin pudor la credibilidad de una sociedad percibida a través de los medios y de unos noticieros que, lejos de informar, se han erigido en un divertimento, un reality show del mundo y sus líderes.
La grotesca situación planteada en el filme es de hecho exagerada (necesaria para conferirle donosura), pero en esta aldea global no vemos lo que realmente ocurre, sino lo que los medios nos informan. Quiérase o no, solo conocemos una información filtrada por intereses y líneas editoriales. No juzgo este hecho que, de paso, siendo los medios una creación del hombre, difícilmente puede escapar de sus vicios.
Las dictaduras contemporáneas han descubierto que resulta más eficiente un bombardeo mediático (una mentira dicha mil veces se vuelve una verdad) que un costoso aparato represor, como el que instituyó la STASI en la desaparecida Alemania Oriental. No en balde los regímenes totalitarios han gastado fortunas para crear sus Big Brothers. Desde Sergei Einsestein hasta Leni Riefenstahl, han sido muchos los cineastas que  han hecho uso del enorme potencial que la propaganda tiene sobre un pueblo al que pretende sojuzgarse.
Toda esta perorata viene al caso por una noticia que leí en El Universal Digital (a través del perfil de un amigo en Facebook), según la cual el ministro Francisco Armada asegura que la escasez de suministros en los hospitales es falsa, y que “la guerra de fotos en Twitter es muy divertida y que sería irresponsable decir que esas fotos se corresponden con la realidad”.
Dije antes que las situaciones en Wag the dog eran exageradas. Resultan exageradas porque aún en esta civilización del espectáculo, hay eventos que saltan a la vista y que difícilmente pueden ocultarse. Tiempo atrás, tratando este tema con un amigo, le argüí que podía engañarse al pueblo sobre muchas cosas, pero que la escasez, la inflación y la inseguridad eran como la tos, imposibles de ocultarse.

Maduro no heredó el carisma del comandante, sino serios problemas creados por su absurda gestión. Chávez creyó poder crear una ilusión de bienestar a través de los medios. Gastó una fortuna en ese empeño. Su heredero se encuentra imposibilitado de sufragar tamaño dispendio. Como su sucesor, trata de vender un reality show de la vida en revolución. No obstante, la gente ya no se traga un cuento tan ajeno a su agobiante cotidianidad. Distinto de lo planteado en el filme de Levinson, esta vez la cola no menea al perro.

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