En
una excelente película, Barry Levinson desnuda las impudicias de la realpolitik
contemporánea. En un tono sarcástico, Wag
the dog nos recuerda que damos por cierta la realidad que muestran los
medios y que solo ésa importa políticamente. Las conversaciones entre Stanley
Motss y Conrad Brean resquebrajan sin pudor la credibilidad de una sociedad
percibida a través de los medios y de unos noticieros que, lejos de informar,
se han erigido en un divertimento, un reality
show del mundo y sus líderes.
La
grotesca situación planteada en el filme es de hecho exagerada (necesaria para conferirle
donosura), pero en esta aldea global no vemos lo que realmente ocurre, sino lo
que los medios nos informan. Quiérase o no, solo conocemos una información
filtrada por intereses y líneas editoriales. No juzgo este hecho que, de paso,
siendo los medios una creación del hombre, difícilmente puede escapar de sus
vicios.
Las
dictaduras contemporáneas han descubierto que resulta más eficiente un bombardeo
mediático (una mentira dicha mil veces se
vuelve una verdad) que un costoso aparato represor, como el que instituyó
la STASI en la desaparecida Alemania Oriental. No en balde los regímenes
totalitarios han gastado fortunas para crear sus Big Brothers. Desde Sergei Einsestein hasta Leni Riefenstahl, han
sido muchos los cineastas que han hecho
uso del enorme potencial que la propaganda tiene sobre un pueblo al que
pretende sojuzgarse.
Toda
esta perorata viene al caso por una noticia que leí en El Universal Digital (a
través del perfil de un amigo en Facebook), según la cual el ministro Francisco
Armada asegura que la escasez de suministros en los hospitales es falsa, y que “la
guerra de fotos en Twitter es muy divertida y que sería irresponsable decir que
esas fotos se corresponden con la realidad”.
Dije
antes que las situaciones en Wag the dog
eran exageradas. Resultan exageradas porque aún en esta civilización del
espectáculo, hay eventos que saltan a la vista y que difícilmente pueden
ocultarse. Tiempo atrás, tratando este tema con un amigo, le argüí que podía
engañarse al pueblo sobre muchas cosas, pero que la escasez, la inflación y la inseguridad
eran como la tos, imposibles de ocultarse.
Maduro
no heredó el carisma del comandante, sino serios problemas creados por su absurda
gestión. Chávez creyó poder crear una ilusión de bienestar a través de los
medios. Gastó una fortuna en ese empeño. Su heredero se encuentra imposibilitado
de sufragar tamaño dispendio. Como su sucesor, trata de vender un reality show de la vida en revolución. No
obstante, la gente ya no se traga un cuento tan ajeno a su agobiante cotidianidad.
Distinto de lo planteado en el filme de Levinson, esta vez la cola no menea al
perro.
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