jueves, 11 de septiembre de 2014

La hora del juicio


No es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar

Sé bien que da rabia. Estoy al tanto de las muchas situaciones injustas creadas por este gobierno. Desde la detención arbitraria y encarcelamiento de jóvenes por manifestar su descontento – que de paso, impulsa a miles de ellos a emigrar – hasta las interminables colas para comprar productos cotidianos, como harina de maíz o papel higiénico, sin obviar por supuesto a los presos políticos. No ignoro ni soy ajeno al sufrimiento impuesto por esta revolución al pueblo venezolano.
Como millones también yo me desespero. Sin embargo, no podemos darnos el lujo de perder la razón. Y cuando digo razón no me refiero a esa posición tan soberbia de creer que unos detentan la verdad y otros, no. Me refiero a la capacidad de analizar fríamente la realidad y como reavivar una democracia agónica. Empieza esta tarea comprendiendo que la oposición va más allá de unas elecciones, que ciertamente pueden ganarse o perderse, en sana lid o con trampas. La oposición es el contrapeso necesario en todo orden democrático para que quienes detentan el poder temporalmente no pretendan hacerlo a perpetuidad y sin escuchar a las voces disidentes.
Sabemos que esta gente, desde Chávez hasta Maduro, no negocia. Proceden ellos de grupúsculos – grupúsculos, sí – extremistas que jamás aceptaron la pacificación y que nunca dejaron de soñar con la conquista violenta del poder, emulando a los milicianos cubanos que en 1959 entraron triunfantes en La Habana (para luego depauperar a la nación antillana). Para el chavismo, negociar es una herejía imperdonable. No obstante, también sabemos que, como bien reza el proverbio castizo, la necesidad tiene cara de perro.
El ciudadano común está agobiado por una cotidianidad hostil. El dinero no le alcanza y las pocas horas de ocio, debe destinarlas a aburrirse en interminables colas para comprar productos esenciales o tramitar algún documento, soportando en uno y otro caso las impertinencias de quien cree que la nación toda es un matacán. No hay que ser un taumaturgo o nigromante experimentado para intuir que en efecto, la desesperanza y el hastío popular pueden estallar, con las consecuencias trágicas que ello supone. Imagino que en nuestras Fuerzas Armadas, en las que militan personas inteligentes y bien formadas, ese riesgo es bien conocido. Sobre todo porque de suceder, les tocaría a ellos la infame tarea de contener el caos.
En las filas del PSUV, o del GPP, ocurrirá algo semejante. Hay, de hecho, artículos muy críticos en medios abiertamente afectos al proyecto revolucionario, como Aporrea. En días recientes, una periodista de Últimas Noticias renunciaba al diario con una elocuente descripción de su desencanto. Sé, porque gente razonable la hay en ambos bandos, que, pese a lo pecaminoso que pueda resultarles negociar, para algunos ésa es la única salida posible, ante la irremediable tozudez de otros.
La oposición – la MUD – está obligada a acercarse a esos personajes - que podrán ser aun desagradables - para conciliar una salida incluyente, que acerque a los actores de modo que, en primer lugar, se acuerde detener el proceso totalitarista de un sector, el más radical ciertamente, muy cercano al régimen cubano; se abra en segundo lugar, un genuino proceso de diálogo que permita recomponer el daño político y económico causado durante estos 15 años de gobierno revolucionario, y, por último, se asegure la participación más o menos igualitaria en el venidero proceso electoral del 2015.
No es una tarea fácil. Nadie dijo que lo sería. Sin embargo, llegó para los líderes, la hora de ser juzgados. Como ciudadano no solo tengo ese derecho, sino además el deber de hacerlo. Venezuela no necesita una campaña electoral (que de plantearse en los mismo términos de las anteriores, ganará el PSUV, con consecuencias desastrosas aun para ellos mismos). El país necesita ahora de un gran pacto, uno que, como el difamado Pacto de Puntofijo en su momento, asegure la viabilidad política de la nación. Y para ello urge negociar acuerdos políticos y encarar con seriedad la profunda crisis económica.
Sé que muchos ven con horror una salida negociada con quienes destruyeron al país y se han enriquecido con la depauperación del pueblo. Sé igualmente que la verdadera paz se construye sobre la justicia. Pero, si no negociamos todos, opositores y chavistas, el futuro puede ser muy malo, para ellos… y también para nosotros.


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