martes, 29 de abril de 2014

La malcriadez del gobernante

Hugo Chávez inició su luengo mandato en 1999 apoyado por una inmensa mayoría. En el curso de su gobierno hasta su muerte en abril de 2013, ingresaron al erario público sumas inimaginables de dinero. Hoy por hoy, al cumplirse un año del gobierno de su sucesor, las arcas del Estado están exhaustas. A pesar de haber ingresado en estos 15 años más de un billón de dólares, Venezuela se encuentra quebrada.
¿Cómo se explica esto? El gobierno, a veces inflando números, a veces mintiendo, culpa de la crisis al sector privado. Pero cabe preguntarse si parece razonable que los empresarios arruinen sus negocios solo para fastidiar al gobierno. La excusa es demasiado idiota como para tragársela. Al sector privado no le interesa vender menos, le interesa vender más. Y para ello necesita gente con capacidad adquisitiva.
Gobernar es un arte. No cualquiera puede. Un país se compone de diversos de intereses que sin enemistarse, pueden ser eventualmente opuestos. En una sociedad de servicios como es la contemporánea, los trabajadores, por ejemplo, demandarán mejores sueldos, que no pocas veces los empresarios no podrán satisfacer, por el peso que supone una nómina abultada en la estructura de costos y su impacto en el precio final (que terminaría castigando al trabajador, al verse impedido de poder pagar por bienes y servicios). Algo semejante ocurre con los ambientalistas, cuyo objetivo es rescatar al planeta. Pero a veces esas medidas verdes tienen un impacto negativo en la economía doméstica y por ende, en la relación entre los ingresos y los egresos de los ciudadanos.
En el mundo contemporáneo la democracia es un complejo equilibrio entre los intereses que cohabitan en una nación. A veces, el gobierno debe ayudar al empresariado para poder generar empleos bien remunerados. Otras, al trabajador, para que devengue un salario razonable. Por mucho que parezca, el gobierno no puede estar con algún bando. Su trabajo es defender a todos los ciudadanos, sean pobres, ricos, profesionales, obreros, ecologistas o empresarios, y armonizar las relaciones entre las partes para que todas ganen. Al gobierno le compete que las relaciones entre los distintos intereses sean de ganar-ganar.
La actitud del gobierno es malcriada, empeñado en una defensa de los pobres que cada vez luce más falsa. Sordo y ciego se emborracha con su propio discurso, desconociendo no solo la existencia de una multitud que rechaza su proyecto, sino además la crisis que ese desconocimiento ha ido generando, con víctimas fatales de lado y lado. Si de verdad desean una solución, deben empezar por aceptar que cediendo ganan y que aferrándose al poder pierden. Si comprendieran que todos deben ganar, ellos ganarían la estabilidad que por ahora su tozudez corroe como las termitas, una silla.  

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