martes, 6 de mayo de 2014

Entendiendo la democracia

Estados Unidos es una nación realmente democrática. Nosotros, no. Al igual que en estas tierras, allá el poder político lo concentró una elite, identificada con la ilustración francesa. Quizás Bolívar y algunos más comprendieran las ideas ilustradas, pero la formación republicana venezolana estuvo determinada por el caudillismo hasta principios del siglo pasado.
No hay raigambre democrática. Hay visionarios e ideas, sí; pero no hay una genuina convicción democrática en la gente corriente, que ve al gobierno como un maná del cual proveerse. Ya en los últimos años del general Gómez, el liderazgo emergente pensaba en términos medianamente democráticos. Sin embargo, su instauración fue deficiente. No hablo solo de la hegemonía que mantuvieron los antiguos jefes gomecistas después de muerto el tirano, así como la posterior ruptura del orden instituido, llevada a cabo por civiles y oficiales de rango subalterno sin ninguna experiencia de gobierno. Hablo sobre todo de la malsana idea de creer que el Estado puede mantener a todo mundo.
El orden político posterior a Pérez Jiménez fue sin duda un intento genuino para instituir una democracia real. No funcionó. No voy a caer en el simplista discurso antisistema que nos condujo a esta pesadilla anacrónica, pero no pocas veces AD pretendió erigirse como amo y señor de Venezuela. Para ello, además de intentar controlar hegemónicamente la política, alimentó la idea de un Estado magnánimo. En el pináculo de la inevitable crisis, manifestado con los sucesos del Caracazo, la reacción de los venezolanos ante las reformas adelantadas por Carlos Andrés Pérez durante su segundo mandato puso de manifiesto esa falta de vocación democrática.
El CEN de AD estaba molesto por la democratización efectiva del poder político, al hacer a los gobernadores y alcaldes, funcionarios electos popularmente. Gracias a esa reforma no obstante, pudo ser gobernador, por ejemplo, Andrés Velázquez. El empresariado por su parte se opuso a las reformas económicas, que lo obligaba a modernizarse y a competir realmente con empresas extranjeras, no para beneficio de trasnacionales, como arguyen los memos, sino para el de todos los venezolanos.
A Pérez lo echó del poder el establishment. Y lo hizo porque ya les resultaba incómodo y, electoralmente, el discurso antisistema – abanderado por hombres notables, como Uslar Pietri – comenzaba a calar profundamente en la agonizante clase media venezolana. Por esas circunstancias, en las que Hugo Chávez realmente tuvo muy poco que ver, el actual liderazgo se hizo del poder en 1998.
La revolución trajo consigo viejas taras, que Pérez había erradicado o por lo menos quiso hacerlo. La elección directa de gobernadores y alcaldes fue de hecho una conquista que difícilmente podrán arrebatar al pueblo. Sin embargo, primero con el segundo mandato de Caldera y luego, con la llegada de la revolución al poder, las reformas económicas de Pérez cayeron en desgracia. Ésas constituían no obstante, el pivote de la democratización. Una clase media fuerte, independiente de las dádivas del gobierno de turno, era – y de hecho, lo es – una espina en el culo de muchos líderes, acostumbrados a manipular a las masas, antes, con potes de leche, botellas de ron y láminas de zinc; y ahora, con dádivas. Hoy, una infinidad de misiones sirven de bozal de arepa para sojuzgar a los ciudadanos. 
Si algo comprendieron los padres fundadores de Estados Unidos fue la importancia de una sociedad fuerte, crítica. Y para ello, una clase media robusta era necesaria. No se logró, en efecto, hasta entrado el siglo XX (gracias a las reformas impuestas por Teodoro Roosevelt a partir de 1901). Por supuesto, ninguna nación se construye de la noche a la mañana, cosa que en cambio, hemos creído los venezolanos. La creación de una clase media fuerte, en gran medida por la visión de Henry Ford para vender masivamente su Ford T, robusteció la democracia estadounidense. Hoy por hoy, en ese país, el dinero se encuentra repartido entre millones de propietarios, aunque existan milmillonarios.
En Venezuela, por el contrario, el dinero sigue en manos de unos pocos, aunque cambien de vez en cuando. Una elite se apodera del gobierno, desde ahí se lucra y se erige como una nueva clase social dominante, pero la inmensa mayoría sigue pobre, esperando del gobierno las ayudas que le hagan un poco menos gravosa la pesada carga de mantener una casa. Unos pocos se arrogan la voz popular, no para legar un paso más en la construcción de una democracia fuerte, sino para hacer del poder su fuente de riqueza. Mientras no aceptemos que solo una clase media robusta puede ser la base sólida sobre la cual edificar un orden democrático, seguiremos gobernados por caudillos e iluminados que las masas lleven al poder irresponsablemente.

La solución empieza por crear ciudadanía en lugar de pueblo, y que esos ciudadanos sean libres política y, sobre todo, económicamente; de modo que el poder no pueda sojuzgarlos fácilmente. 

No hay comentarios: