miércoles, 18 de mayo de 2011

Más de lo mismo

            Nadie discute que el presidente Chávez haya ganado numerosas elecciones en el pasado, pero, lo sabemos todos, perdió una que, para su proyecto, era trascendente. Más que trascendente, vital. En diciembre del 2007, con un triunfo que, sin pudor, en cadena nacional de radio y TV, él mismo calificó como una mierda, la sociedad venezolana dijo no al proyecto socialista (si este enredijo militarista y populista puede calificarse como tal) propuesto desde altas instancias del gobierno, al amparo de una supuesta reforma constitucional. No obstante, a pesar del rechazo popular, consultado el electorado vía referendo aprobatorio y anunciado, entonces y ahora, hasta el hartazgo, por encuestas variopintas, se ha venido imponiendo, ilegalmente claro. Habría que ver, sin embargo, cuándo esa disociación entre el discurso oficialista y las demandas populares se tornará explosivo.
            Esta derrota de Chávez – la primera desde que ganó en 1998 - desnudó variadas explicaciones, vinculadas muchas de ellas a esa forma tan particular de ver las cosas que tenemos los venezolanos. Sobre todo porque luego, sus números mejoraron y cuando se planteó, ilegal e inconstitucionalmente, la enmienda para la reelección indefinida de los cargos de elección popular, especialmente la del presidente, triunfó de nuevo (cosa ésta que, dicho sea de paso, no exime la nulidad e ilegalidad de la fulana enmienda). Resulta obvio, como una primera lectura de este fenómeno, que la ciudadanía rechazó – y aún rechaza - el modelo desarrollado en la que sería la primera reforma de la constitución aprobada en 1999, para adecuarla a los postulados socialistas, que, se sabe, disienten conceptualmente de los principios democráticos. Podrán imponerla entonces por ley, a juro, por las malas, la reforma rechazada popularmente, birlando la legalidad y el Estado de derecho, pero el soberano, consultado concretamente sobre ese particular, expresó su rechazo, y esa brecha entre lo que el gobierno pretende imponer y lo que la gente común y corriente quiere se ampliará lo suficiente, de no rectificar el liderazgo regente, hasta causar, eventualmente, el colapso. Esta es una verdad de Perogrullo y, como diría la sabia conseja popular, allá el necio que no quiera verla.
            Otra lectura sería la base mágico religiosa del liderazgo de Chávez. A pesar de las ventajas abusivas que le ha concedido el poder, no hay duda posible acerca de todas las veces que este caudillo ha logrado derrotar a la oposición en unas elecciones, salvo aquéllas que  no contemplaron una consulta sobre su liderazgo, sino que involucraron un modelo mayoritariamente rechazado por la gente, o, en el caso de las pasadas elecciones parlamentarias, que no cuestionaban el liderazgo del caudillo, sino del poder legislativo, relegado a un segundo plano en un país sobradamente presidencialista como éste. Sí revelaron al oficialismo, no obstante, una peligrosa mayoría opositora (52% de los electores votaron por los candidatos de la MUD, aunque, por manejos poco claros, el oficialismo se haya hecho de una mayoría en la AN), pero fueron éstas elecciones, ya se ha dicho, sobre candidatos distintos al presidente, aunque éste les hubiese alzado la mano.
            Podrá haber muchas lecturas, y las hay, en efecto. Todas pivotan no obstante sobre una visión mágico-religiosa de la realidad por parte de la gente, disfrazada tal vez de tesis de variada índole pero, a la postre, pruebas todas irrefutables de un mesianismo reciamente arraigado en la mentalidad del pueblo venezolano, causa de muchos de sus incontables males y desventuras. Ése es, a juicio de este humilde servidor, el verdadero enemigo a vencer, que derrotada esa des-responsabilidad de la gente hacia sí mismo, su desarrollo individual y su bienestar, no habrá caudillo que pueda venderles fantasías y, como ellos mismos critican de los colonizadores españoles, cambiarles espejitos por oro, ahora ése bituminoso. Este socialismo quimérico puede venderse bien entre los que se abandonan y entregan su vida y sus decisiones a un caudillo. Sin embargo, a pesar de la crudeza de esas verdades que ciertamente deben ser dichas, no deben interpretarse estas palabras como alcahueteo de una eventual insensibilidad del liderazgo emergente hacia las urgencias de la gente, que se sabe, sobradamente, son muchas las carencias creadas por este (des)gobierno, o agravadas, que algunas, no puede negarse, las heredó.
            El reto del liderazgo emergente será ése, crear una sociedad no de masas, sino de ciudadanos, responsables de sus propias vidas, pero que no olvide a los que, víctimas del embeleco desvergonzado, del maniqueo inmundo, ahora ven cuesta arriba salir del atolladero. Sobre todo hoy, que el mundo se ha hecho mucho más competitivo y, por qué negarlo, en cierto sentido, más cruento., No serán sin embargo las dádivas de un gobierno irresponsable, derrochador impúdico del dinero público, las que asistirán a la creación de una nación verdaderamente próspera. El reto está por lo tanto, en esa ayuda inaplazable que pueda dársele a gente para revalorizarse, para conectarlas con su lado creativo, para que entonces, cada quien explote lo mejor de sí para sí mismo, que con eso ya es suficiente para que el país todo gane. 

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