jueves, 9 de junio de 2011

Un movimiento continental

Escribo esto porque Ollanta Humala ganó, desde luego. Sé que la opción de la senadora Keiko Fujimori espantaba a muchos, entre ellos el escritor Mario Vargas Llosa y al expresidente Alejandro Toledo. Creo que, de paso, con razones suficientes para ello. No pretendo, tampoco, dármelas de sabiondo, conocedor de la realidad peruana mejor que estas dos personalidades. Pero, por aquello de guardarse de los mogotes cuando uno ha sido mordido por una culebra, me permito dudar, que acá en este país, un encantador de serpientes ya hizo lo propio, de decir una cosa y hacer otra.
            No dudo que tenga buenas intenciones, el señor Ollanta Humala. Hugo Chávez también pudo tenerlas, pero hoy, que está más comprometido con su proyecto que con la gente de este país, las cosas han cambiado. Supongo, o más bien me temo, que algo parecido ocurrirá con Humala en Perú y, una vez liberado de las camisas de fuerza que por ahora le impiden loar al comandante de la revolución bolivariana y este socialismo trasnochado, sacado de algún cuarto de cachivaches, se irá robando todos los espacios institucionales y, poniendo en práctica políticas económicas suicidas, acabará por arruinar la bonanza económica que ha mostrado Perú los últimos años.
            Y es esta bonanza peruana la que hace resultar extraño que ganara Humala las elecciones presidenciales. Sobre todo por su discurso, muy parecido al del caudillo venezolano. Distinto del presidente electo peruano, Hugo Chávez ganó en un contexto diferente. Política y económicamente, Venezuela estaba en crisis. En el Perú de hoy, no puede hablarse de crisis, al menos, no desde el punto de vista económico. Salvo que, al igual que en el caso venezolano entonces, las medidas adoptadas para corregir las distorsiones económicas no hayan llegado a las masas, por falta de tiempo, en primer lugar, como ocurrió en estas tierras, pero además, como también ocurrió antes en este país, por la codicia de una parte de los sectores productivos, que, inmersos en todas las distorsiones causadas por un prolongado rosario de políticas erráticas, no advirtiesen el panorama en perspectiva y limitasen sus visión a las ganancias inmediatas.  
            El riesgo de que el actual proyecto socialista – rechazado incluso por teóricos del neocomunismo, como Heinz Dieterich – se incruste en la región no depende sólo de los líderes políticos, de los empresarios, sino de todos. Al fin de cuentas, somos dueños de nuestro propio destino y así debe ser. No podemos seguir pensando irresponsablemente, como si el problema no fuera de nuestra incumbencia.
            Tal vez haya dos izquierdas, como se dice. Una borbónica y otra inteligente. Una comprometida con la realidad actual y por ello, visionaria de un futuro próspero e incluyente, y otra torpe, creyente de una utopía. Aquélla cree, distinto de los trogloditas, que el desarrollo se construye de la mano del capital privado, aunque se adopten algunas medidas sociales. Pero no para regalar, sino para incluir a los más pobres, no para crear una masa ingente de mendigos, sino una ciudadanía responsable, capaz de hacerle frente a sus propios desafíos.
            América Latina es una región de contrastes, donde abundan recursos de toda índole, pero también pobres, excluidos, los olvidados por todos. Por una parte, existe en la región un potencial enorme, pero igualmente, desigualdades abisales. Esperemos que Alejandro Toledo y Mario Vargas Llosa estén en lo cierto y que el gobierno de Humala sea de amplitud democrática para beneficio del pueblo peruano. Sin embargo, antes de que ocurra algo semejante a lo ocurrido en la tierra de Bolívar, mejor que la comunidad internacional y en especial las naciones del subcontinente estén atentas, que no devenga esta esperanza en otra facción más de este socialismo trasnochado, anacrónico y, sobre todo, inviable. Yo, que no soy más que un ciudadano entre muchos más, sin mayores créditos académicos, me permito no obstante, mantenerme escéptico. 

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