lunes, 29 de agosto de 2011

Sobre el totalitarismo y otras aberraciones humanas


El adoctrinamiento es peligroso porque tiene su origen en una perversión no del conocimiento, sino de la comprensión que los seres humanos damos a nuestras vidas[1]. A pesar de ello, aún hoy, existen hombres que pretenden adoctrinar y refundar los valores de una sociedad sobre principios que podrían – y generalmente son – ajenos a ese grupo social. Los nazis y los fascistas en su momento desearon eso, a pesar del innegable fanatismo despertado en las masas por sus líderes. También los bolcheviques. Aspiraban crear un hombre nuevo, pero olvidaron los teóricos de esas corrientes políticas que la libertad es una condición innata del ser humano y que ningún hombre nuevo podría emerger de las cadenas del totalitarismo. No se trata sólo de un mero derecho enunciado por los enciclopedistas, hablamos de un derecho considerado fundamental e inherente a la persona humana. Se trata de un hecho.
            Si uno ve en perspectiva las obras de este gobierno, destaca mucho que entre sus primeras medidas estuvo la de acaparar la mayor cantidad de medios posibles. Si algo ha sido constante en estos últimos doce años han sido, precisamente, las interminables alocuciones oficiales. Y, se sabe, tanto el régimen nacionalsocialista como el modelo soviético, sin excluir, desde luego, al fascismo, se han apoyado no sólo en la exaltación del líder y del monopolio ideológico, sino en el control de los medios de poder, que hoy por hoy , sin obviar otros, como el aparato represor, se confunden con los medios de comunicación social y, por supuesto, la propaganda. Y, paradójicamente, subyace en ese aparente discurso nacionalista la intención de desdibujar la identidad nacional.
            No es casual que el gobierno dedique infinidad de horas al acaparamiento de los medios. Carece de obras que enseñar, más allá de la propaganda. Pero es que su objetivo jamás ha sido la solución de problemas concretos, como el saneamiento económico o la construcción de obras de infraestructura para impulsar el desarrollo. Su propósito ha sido – y es – la concentración de poder en manos del caudillo, para que éste, refugiado en una corte de acólitos de su liderazgo y exégetas de su discurso, despinte los valores tradicionales de una nación que aspira a vivir al amparo de las reglas democráticas. 
            La pluralidad humana es más que un hecho, sin lugar a dudas. No se puede negar hoy por hoy la diversidad de credos y pareceres, de puntos de vista e ideologías, a pesar de la globalización y de la aparente homogenización del pensamiento humano. Aspirar a una sociedad uniforme, creyente en un único credo, luce como una aberración contraria a la naturaleza humana. Y esta pluralidad abarca a toda la actividad humana. Desde las artes hasta la política. Creer que todos pueden pensar y actuar uniformemente no sólo es utópico, sino que es, sobre todas las cosas, una abominación.
            Ésa es la causa fundamental del fracaso del socialismo (así como de otras formas totalitarias de ejercer el poder político). El triunfo del liberalismo, que era ya un hecho consumado mucho antes de surgir el marxismo[2], se basa justamente sobre la idea de la libertad del individuo, idea ésta que se opone plenamente al modelo socialista. Distinto de lo presumido comúnmente, no son antagónicos el fascismo y el socialismo, lo son éstos de la democracia liberal. De hecho, los orígenes del fascismo – el partido de las haces - pueden hallarse en el socialismo, ideología con la cual congenió inicialmente Benito Mussolini.
            El discurso oficialista y, sobre todo, el del propio presidente, se ha nutrido, en principio, de tres vertientes ideológicas: Douglas Bravo y su comunismo panfletario subversivo, agotado desde siempre en este país. El neocomunismo de Heinz Dieterich y su nada novedoso socialismo del Siglo XXI. Y por último, el neofascismo de Norberto Ceresole. De ellos tomó lo que creyó conveniente para su proyecto, que podrá estar claro para quienes como él pretenden atribuir a ideas vagas sobre política y Estado el carácter de un proyecto político, que, sin lugar a dudas, no deja de ser más que una quimera. Y todas estas ideas pivotan sobre el totalitarismo, sobre el desconocimiento de la libertad individual y del derecho santo a ser único. Por eso, después del golpe fracasado, se reunieron en torno al caudillo militar, además de los ingenuos y los sinvergüenzas de siempre, reductos de una guerra de guerrillas derrotada ad-initium y seguidores del general Pérez Jiménez. Gente que, a claras vistas, no congeniaba con los valores democráticos.
            Hoy, de Dieterich ya no queda la amistad del principio y, en su lugar, el filósofo mexicano-alemán ha levantado su voz crítica desde su página www.kaosenlared.com en contra del régimen militar de Hugo Chávez. El neofascista argentino Norberto Ceresole ya descansa en la paz del Señor y si limitamos estos cismas al ámbito doméstico, hace rato ya que Douglas Bravo se deslindó del gobierno y del caudillo. De su modelo, ahora sólo parece restar un mamotreto militarista, con vagos carices socialistas y notorios visos totalitarios. Ya se ha dicho en este texto. Todo régimen totalitarista se cimienta sobre la exaltación de la figura del líder, el monopolio ideológico y, muy importante, el control de los medios de persuasión y represión. Quién no vea elementos como éstos en el gobierno bolivariano, sencillamente no quiere ver la realidad.
            El fracaso actual ya estaba previsto. No puede llegarse a la utopía porque por eso se le conoce como una quimera. Las frases retóricas, muchas de ellas prevaricadoras, no solucionarán jamás los problemas verdaderos de la gente. Pero, trágicamente, dada la inmediatez de los análisis de toda índole que caracterizan al mundo contemporáneo, esa verborrea mema e insustancial ha ido calando y, por ello, la ciudadanía ha degenerado en una masa amorfa y sin identidad que obedece al caudillo. Podría decirse, para emular al Libertador, que el pueblo se acostumbró a obedecer al caudillo, y que, así mismo, éste se acostumbró a mandar. Ha ocurrido en otras latitudes, aún en países más desarrollados políticamente, no serán pues, los venezolanos la excepción a la regla.
            Se corre el riesgo, no obstante, de que Chávez triunfe en diciembre de 2012. No parece probable, en virtud de la magnitud de la crisis que le ha estallado en el peor de los momentos, ahora que padece una enfermedad grave, cuyo tratamiento y síntomas lo debilitarán enormemente (cosa ésta sabida por todo aquél que haya tenido un paciente de cáncer cercano). Sin embargo, imposible, su triunfo, desde luego, no es. Por ello, los líderes opositores, que representan esa diversidad maravillosa de la que hablaba Hannah Arendt, están obligados a responsabilizarse por su verbo y por su acción. No basta ser el candidato, hay que llegar a la gente, comunicarle la gravedad de la crisis y ofrecerle una solución visiblemente viable.
            Razón tenía el doctor Uslar, urge sembrar el petróleo y no hay mejor cimiente que una ciudadanía educada y consciente, capaz de criticar, capaz de distinguir el verbo atrabiliario de un encantador de serpientes de las soluciones y programas realmente factibles. La verdadera revolución será ésa que transforme al pueblo en ciudadanía.
           


[1] Rodolfo García Cuevas. Hannah Arendt. La libertad: condición humana.
[2] El triunfo del liberalismo puede decirse que tuvo lugar con la victoria de Napoleón sobre las tropas prusianas en la batalla de Jena (14 de octubre de 1806). 

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