lunes, 28 de noviembre de 2011


        La pobreza no trae la felicidad

       En medio de esta crisis, se advierten detalles sumamente graves. Uno de ellos, la banalidad con la que se advierten las cosas. La reciente declaración de Kiko Bautista sobre las acciones intentadas en La Haya por Diego Arria demuestra a cabalidad esta afirmación. Creer que se es más civilizado porque por pusilánime se acepta la impunidad de crímenes imperdonables es una ofensa a las víctimas de esos delitos. Aún más, ofende a la condición humana. Otra cosa es que por razones de índole política se decida por el mal menor, como ocurrió en Chile.
        Esa inmediatez banal para ver las cosas ha servido bien a la deformación del discurso. Hoy por hoy me asombra la monstruosa distorsión acerca del tema de la pobreza. Se elogia la dádiva infamante. Se premia la mediocridad y la irresponsabilidad. Se crea una casta de privilegiados – por ser pobres – y por ende, un sistema de apartheid. Sin embargo, se advierte tal abominación como algo políticamente correcto. Y aún más, no faltan quienes ridiculicen la calidad de vida que TODOS merecemos. Y de eso trata el capitalismo. De crear condiciones favorables para que los pobres no sean pobres, sino ciudadanos de la clase media.
       Ningún Estado, por muy rico que sea, puede – ni debe – regalar cosas. La limosna es cuando mucho, un mal necesario, y por ello, mientras menos se dé, mejor. Importa que cada quien explote sus cualidades y aptitudes para labrarse un porvenir. Los países que han elevado el pesebre, son los más desarrollados. Insisto, la mediocridad no es el camino. Por esto, tampoco debe propiciarse una sociedad de limosneros. Y eso somos, una sociedad mendicante. ¿Alguien ha dicho algo sobre crear condiciones favorables para que baje la inflación y con ella, las tasas de interés, y de ese modo, facilitar créditos al mayor número de personas posibles? ¿Alguien ha hablado de generar confianza para que los empresarios traigan capitales e inviertan en el país y entonces generar empleos bien remunerados? ¿Alguien ha alegado la urgente necesidad de sanear la economía para que el dinero circule y de ese modo, favorecer la generación de prosperidad?
         No se trata de crear mercados populares, malos, mal surtidos, hediondos, y con suerte, menos caros que uno común y corriente. Se trata de sanear la economía para que el Estado deje de invertir en lo que no le compete y orientar su esfuerzo a lo más importante: gobernar. Y gobernar bien supone administrar bien los recursos. No apropiarse de todo para luego dejarlo perder en manos indolentes. Basta de un Estado que es vendedor de chorizos, carros y lavadoras, a la vez que banquero, minero, petrolero, y por último, si queda tiempo y dinero, Estado. Gobernar es un asunto serio. La inmediatez en un concurso de Miss Venezuela importa poco, pero los errores económicos de un gobierno ineficiente lo pagan varias generaciones.
        Aburren los socialistas con sus delirios. Al Estado no debe interesarle la felicidad de los ciudadanos porque tal cosa compete a la esfera íntima de cada persona, en la que el Estado no tiene cabida alguna. Al Estado le importa la calidad de vida de sus ciudadanos, que es otra cosa. Y calidad de vida es lo que hay cada vez menos en este país. Eso es lo que deviene del socialismo: pobreza. Al tanto estamos que si bien la riqueza no trae la felicidad, tampoco la pobreza. 
         No nos engañemos con la falsa alegría que vende el socialismo. Éste es trágico, mentor de la pobreza y la miseria. En socialismo no se produce y por ello, cada vez hay menos que repartir. Por el contrario, el capitalismo ofrece la esperanza de crecer, de desarrollarte y de ser, como lo fue un gran visionario, Steve Jobs, el motor de tu propia prosperidad. Claro, en el capitalismo, nada es regalado y es ésa la clave de su éxito.  

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