Los
juristas del horror
Las
tropas soviéticas sintieron escalofrío cuando hallaron el campamento de
extermino Auschwitz en Polonia. Y eran las tropas al servicio del padrecito Stalin
(que ya es decir mucho). Seis millones de judíos fueron sistemáticamente
exterminados por las tropas de la SS. Desde 1934, con la sanción de las leyes
de Nuremberg, fueron segregados cada vez más, al extremo de prohibirse el
matrimonio con judíos, se les despojó de su nacionalidad alemana hasta
relegarlos a una condición disminuida y, por último, se les llegó a considerar
una peste meritoria de exterminio, como si fuesen sólo alimañas. Digo esto para
los que creen que basta sancionar una ley, sobre todo porque entonces no
faltaron juristas – muchos de ellos notables juristas – que, en nombre del
nacionalismo, engendraron el infausto aparato legal para una monstruosidad como
ésa. Y por ello, fueron juzgados posteriormente.
Si
alguna guerra se justificó, y no es fácil esa tarea de justificar guerras, fue
la Segunda Guerra Mundial. Muchos europeos vieron con horror lo que Churchill
veía con idéntico horror, pero a sabiendas de que era inevitable: la necesidad
de contener a un modelo totalitario y hegemónico como el que pretendía imponer
Hitler, no sólo en esa tierra que asumió como suya – Alemania -, sino en todo
el mundo, de ser posible. Quizá la guerra habría sido menos cruenta si detenían
tempranamente al führer. No se hizo y
por ello, las hostilidades se prolongaron durante seis años, causando la muerte
de 55 millones de personas. Muchos hombres y mujeres murieron para defender la
democracia y derrotar al totalitarismo. Aún más, dos bombas horrendas se
necesitaron para rendir al último bastión totalitario: el Japón del general
Hideki Tojo.
Se
aprendió y de la guerra heredamos todos, aún quienes no la vivimos, un orden
internacional nuevo, basado en reglas con contenido mucho más ético, para
evitar la sanción de leyes inhumanas, adefesios como ésas, las leyes de
Nuremberg. Se aprendió y hoy por hoy, que la OTAN bombardea Libia para ayudar a
los rebeldes de ese país a deponer una dictadura de cuatro décadas, cobran
vigencia las razones que motivaron el ataque de la OTAN a Yugoslavia: hacer lo
que en efecto, era moralmente correcto, si civilizados nos llamamos, ante las
atrocidades del régimen de Milosevic. Si queremos decir que hemos progresado
política y, sobre todo, moralmente, tenemos que reconocer que esos ataques han
sido y son éticamente aceptables e incluso más, exigidos por una sociedad
mundial atenta a esas violaciones infames. Son dolorosos. Desgarradores. Pero
no imputen delitos a la OTAN por hacer lo que hacer debe, porque sería echar
por tierra el sacrificio de 55 millones de personas para detener al
totalitarismo.
Se
han escuchado a lo largo de estos doce años de gobierno revolucionario un
sinfín de excusas para justificar el uso político de la justicia y la ley. Todas
han sido y serán siempre grotescas e infames. Con un discurso prevaricador, se
vende como justo lo que mal puede serlo, si tanto como aquel régimen del führer
viola leyes e incluso más, principios por los que 55 millones de personas perdieron
sus vidas. Se comportan estos juristas revolucionarios como aquéllos que
hicieron del régimen nazi una de las más dantescas tragedias humanas. Suena
duro y sin duda lo es. Pero no podemos cerrar los ojos ante un régimen cuyo único
propósito es confundir al pueblo y al Estado con un caudillo y su visión
particular de la realidad.
Todo
parece indicar que más temprano que tarde, este gobierno caerá por su propio
peso. No sólo porque pueda verse impedido el caudillo de seguir al frente de
este proyecto, seguido más por mercenarios que por verdaderos creyentes, sino
porque mal puede triunfar un líder y un equipo que perdieron el control del
país y han causado una de las más nefastas etapas de nuestra historia. Habrá
elecciones, Dios mediante, pero no parece probable una victoria de este equipo,
de esta gente, que, mermada la capacidad de convocatoria del líder, por su
ineficiencia más que por la terrible enfermedad que dice padecer, comenzarán a
saltar la talanquera sin pudor alguno. Bien sabe el sabio, por la plata baila
el mono y por la plata besa la puta.
Una
vez que esta pesadilla acabe, no lo dudo, sin que importe realmente si lo deseo
o no, no serán pocos nuestros juristas del horror, que, al igual que sus
homólogos nazis, terminen sentados en el estrado de una corte internacional… y
puede que algunos de ellos se derrumben al verse condenados, no por los
venezolanos, sino por la moral y la ética.
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