lunes, 12 de septiembre de 2011


            Los juristas del horror

            Las tropas soviéticas sintieron escalofrío cuando hallaron el campamento de extermino Auschwitz en Polonia. Y eran las tropas al servicio del padrecito Stalin (que ya es decir mucho). Seis millones de judíos fueron sistemáticamente exterminados por las tropas de la SS. Desde 1934, con la sanción de las leyes de Nuremberg, fueron segregados cada vez más, al extremo de prohibirse el matrimonio con judíos, se les despojó de su nacionalidad alemana hasta relegarlos a una condición disminuida y, por último, se les llegó a considerar una peste meritoria de exterminio, como si fuesen sólo alimañas. Digo esto para los que creen que basta sancionar una ley, sobre todo porque entonces no faltaron juristas – muchos de ellos notables juristas – que, en nombre del nacionalismo, engendraron el infausto aparato legal para una monstruosidad como ésa. Y por ello, fueron juzgados posteriormente.
            Si alguna guerra se justificó, y no es fácil esa tarea de justificar guerras, fue la Segunda Guerra Mundial. Muchos europeos vieron con horror lo que Churchill veía con idéntico horror, pero a sabiendas de que era inevitable: la necesidad de contener a un modelo totalitario y hegemónico como el que pretendía imponer Hitler, no sólo en esa tierra que asumió como suya – Alemania -, sino en todo el mundo, de ser posible. Quizá la guerra habría sido menos cruenta si detenían tempranamente al führer. No se hizo y por ello, las hostilidades se prolongaron durante seis años, causando la muerte de 55 millones de personas. Muchos hombres y mujeres murieron para defender la democracia y derrotar al totalitarismo. Aún más, dos bombas horrendas se necesitaron para rendir al último bastión totalitario: el Japón del general Hideki Tojo.
            Se aprendió y de la guerra heredamos todos, aún quienes no la vivimos, un orden internacional nuevo, basado en reglas con contenido mucho más ético, para evitar la sanción de leyes inhumanas, adefesios como ésas, las leyes de Nuremberg. Se aprendió y hoy por hoy, que la OTAN bombardea Libia para ayudar a los rebeldes de ese país a deponer una dictadura de cuatro décadas, cobran vigencia las razones que motivaron el ataque de la OTAN a Yugoslavia: hacer lo que en efecto, era moralmente correcto, si civilizados nos llamamos, ante las atrocidades del régimen de Milosevic. Si queremos decir que hemos progresado política y, sobre todo, moralmente, tenemos que reconocer que esos ataques han sido y son éticamente aceptables e incluso más, exigidos por una sociedad mundial atenta a esas violaciones infames. Son dolorosos. Desgarradores. Pero no imputen delitos a la OTAN por hacer lo que hacer debe, porque sería echar por tierra el sacrificio de 55 millones de personas para detener al totalitarismo.
            Se han escuchado a lo largo de estos doce años de gobierno revolucionario un sinfín de excusas para justificar el uso político de la justicia y la ley. Todas han sido y serán siempre grotescas e infames. Con un discurso prevaricador, se vende como justo lo que mal puede serlo, si tanto como aquel régimen del führer viola leyes e incluso más, principios por los que 55 millones de personas perdieron sus vidas. Se comportan estos juristas revolucionarios como aquéllos que hicieron del régimen nazi una de las más dantescas tragedias humanas. Suena duro y sin duda lo es. Pero no podemos cerrar los ojos ante un régimen cuyo único propósito es confundir al pueblo y al Estado con un caudillo y su visión particular de la realidad.
            Todo parece indicar que más temprano que tarde, este gobierno caerá por su propio peso. No sólo porque pueda verse impedido el caudillo de seguir al frente de este proyecto, seguido más por mercenarios que por verdaderos creyentes, sino porque mal puede triunfar un líder y un equipo que perdieron el control del país y han causado una de las más nefastas etapas de nuestra historia. Habrá elecciones, Dios mediante, pero no parece probable una victoria de este equipo, de esta gente, que, mermada la capacidad de convocatoria del líder, por su ineficiencia más que por la terrible enfermedad que dice padecer, comenzarán a saltar la talanquera sin pudor alguno. Bien sabe el sabio, por la plata baila el mono y por la plata besa la puta.
            Una vez que esta pesadilla acabe, no lo dudo, sin que importe realmente si lo deseo o no, no serán pocos nuestros juristas del horror, que, al igual que sus homólogos nazis, terminen sentados en el estrado de una corte internacional… y puede que algunos de ellos se derrumben al verse condenados, no por los venezolanos, sino por la moral y la ética. 

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