De socialistas y
capitalistas
La pobreza no es un tema simple. Mal puede
enfocarse su solución con medidas a corto plazo, con políticas que apenas buscan
paliar el problema inmediato más no la causa estructural que ha ido generando
miseria.
Se sabe bien que en Estados Unidos y Europa (occidental)
hay pobreza. Sin embargo, la calidad de vida en esas naciones supera con creces
la de estas naciones, cuyo líderes se llenan la boca hablando humanismo y de
gobiernos progresistas mientras cada vez más gente vive en la pobreza. Y no la
de un humilde obrero estadounidense, que puede pagar la hipoteca de su casa,
sino ésta de estas tierras, en las que el sueldo no alcanza para cubrir los
gastos esenciales.
Si se compara la calidad de vida de un
estadounidense versus la de un venezolano, la de aquél le permite comprar una
casa y un auto (y cambiarlo cada tres años), comprar los víveres y pagar los
servicios (que no son baratos), contratar un seguro médico y gastarse unos
dólares en distracciones, además de un remanente para ahorrar, porque saben que
la matrícula universitaria de sus hijos es costosa. En cambio, el venezolano
podrá ir a una universidad nacional gratuita (que las hay también en EEUU),
pero no tendrá para comprar los libros y otros enseres necesarios para sus
estudios, seguramente abandonará sus estudios para buscarse un empleo mal
remunerado pero que ayude a paliar la falta de dinero para comprar la comida. Tendrá
un hospital gratuito, sólo porque así se les dice, ya que de requerir atención
médica en uno de ellos, deberá llevar hasta el hilo para suturar, si es que no
muere de mengua mientras aguarda que lo atiendan. Deberá usar un transporte colectivo
desastroso y vergonzoso y probablemente a fin de mes camine más de la cuenta
para salvar las pocas monedas que le restan para llegar a la quincena. Por
almuerzo tendrá un perro caliente y una Coca-Cola y por la noche cenará una
arepa con margarina y si hay suerte y si encuentra en el mercado, queso blanco
rayado o huevo.
La pobreza – la infame – la causan las
políticas pseudo-progresistas, el excesivo gasto para programas sociales que no
persiguen la productividad sino otorgar dádivas, que a la postre terminan
siendo impagables y por ello, destinadas al fracaso y, obviamente, a su
desaparición.
No habrá jamás prosperidad si no hay productividad.
No basta el trabajo. Picar piedras en una cantera con pico y mandarria es un
trabajo, pero también es ciertamente estéril e improductivo. El dinero es un
flujo, una corriente que debe moverse, como un río, que lleva sus aguas a todos
y del que todos se benefician para producir. En ese movimiento perpetuo del
dinero, todos ganan.
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