jueves, 24 de noviembre de 2011


Hablar de lo que hablar se debe

Hoy no ocurre, porque, al parecer, la enfermedad que padece le impone una agenda diferente, pero desde que asumió el poder en 1999, en este país no se hablaba de otra cosa que no fuesen las peroratas de Chávez. Esto responde a una estrategia bien pensada para reducir a la ciudadanía a la infame condición de masas. Si bien ahora no puede imponer una agenda mediática (aunque ciertamente lo intenta con cadenas, aún en unas en las que sólo habla por teléfono), sí degeneró el discurso en general hasta minimizarlo hasta una idiotez. Y lo más grave, muchos han caído en esa trampa.
El tema de la enfermedad del presidente importa únicamente por la degradación que ha hecho este gobierno de las instituciones con el solo propósito de adueñarse del poder, como quien se apropia indebidamente de un fundo, unos reales… en fin. Importa porque este régimen se ha cimentado sobre la persona del caudillo y ahora que éste, adalid sin contendores en su propio partido, podría fallecer (se sabe que su enfermedad es grave, ciertamente tratable e incluso curable, pero sin lugar a dudas mortal en muchos casos), las alarmas en el PSUV no cesan de sonar, aún al extremo de aturdir. Por mucho que el caudillo quiera hacerles creer que está curado, cualquiera está al tanto que nadie sana de un cáncer en apenas cuatro meses. Sin un candidato que releve al caudillo-presidente en las presidenciales venideras, o incluso en el cargo, si ocurre lo peor, la pérdida del poder es una realidad aterradora. Sobre todo porque pocos no son los que encararían juicios por delitos sumamente graves.
En medio de esta estampida de ratas (no lo digo por llamarlos ratas, sino por la conducta de estos roedores cuando un barco se hunde), bien sea por la imposibilidad de Chávez para ser el candidato o seguir al frente del gobierno, bien sea por la posibilidad cierta de que el candidato de la unidad resulte ganador en las elecciones presidenciales venideras, mal puede reducirse el discurso a lo políticamente correcto, como parece hacerlo Kiko Bautista y su falsa postura de consenso frente a las acciones intentadas por Diego Arria en La Haya. O a las frases manidas – y tristemente aceptadas por la mayoría – sobre las formas de combatir la pobreza. Urge decir las realidades estridentemente, a ver si los venezolanos de una vez por todas escuchamos lo que de verdad nos atañe como pueblo, como nación.
Reconstruir este país, diezmado por esta plaga horrenda de socialistas y oportunistas, no será una tarea fácil ni indolora. Pero hay que empezar, no con la idea tonta de refundar la república. Ya bastante daño ha causado esa imbecilidad en estos doscientos años que llevamos de vida republicana. Se requiere enmendar la infinidad de errores pasados con miras a desarrollar eficazmente al país. Basta del discurso memo de ser la periferia y que el primer mundo sojuzga al tercero, porque con complejos como ése no vamos a salir de este atolladero. Eso han hecho algunas naciones del sudeste asiático y por qué negarlo, otras más en este continente nuestro, y les ha resultado productivo.
El tema central para desarrollar este país pivota sobre la idea de país que queremos. Si en verdad deseamos una nación de rémoras, manganzones inútiles atentos a las dádivas del gobierno, o un país productivo, capaz de generar prosperidad para la mayor cantidad de personas posibles. Y precisamente por esto, me vienen a la memoria unas palabras de Nelson Mandela. Como líder, a veces hay que hacerles ver a la gente que están erradas y que sus convicciones, en vez de ayudar, entorpecen la consecución de metas. Los líderes emergentes no pueden reducirse a esa retórica manida que el electorado desea escuchar, sino que por el contrario, servir de faro. Advertir a esos votantes sobre los difíciles tiempos por venir, no porque Estados Unidos – el Imperio - así lo desee, sino por nuestra irresponsabilidad para asumir el destino de nuestras vidas.
Una sociedad democrática no es lo que a cualquier caudillo de turno se le antoje, sino lo que efectivamente es. Y una sociedad en verdad democrática no puede contemplar una economía socialista porque ésta le es antagónica desde un punto de vista conceptual. No se trata pues, de crear una casta de pobres privilegiados a quienes el estado les regala todo, sino de incluir en la clase media al mayor número posible de ciudadanos, para que ellos responsablemente asuman las cargas y ejerzan sus derechos como cualquiera otro sin importar si es más o menos próspero. 

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