Hablar de lo que hablar se debe
Hoy no ocurre, porque, al parecer, la
enfermedad que padece le impone una agenda diferente, pero desde que asumió el
poder en 1999, en este país no se hablaba de otra cosa que no fuesen las
peroratas de Chávez. Esto responde a una estrategia bien pensada para reducir a
la ciudadanía a la infame condición de masas. Si bien ahora no puede imponer
una agenda mediática (aunque ciertamente lo intenta con cadenas, aún en unas en
las que sólo habla por teléfono), sí degeneró el discurso en general hasta minimizarlo
hasta una idiotez. Y lo más grave, muchos han caído en esa trampa.
El tema de la enfermedad del presidente importa
únicamente por la degradación que ha hecho este gobierno de las instituciones
con el solo propósito de adueñarse del poder, como quien se apropia
indebidamente de un fundo, unos reales… en fin. Importa porque este régimen se
ha cimentado sobre la persona del caudillo y ahora que éste, adalid sin
contendores en su propio partido, podría fallecer (se sabe que su enfermedad es
grave, ciertamente tratable e incluso curable, pero sin lugar a dudas mortal en
muchos casos), las alarmas en el PSUV no cesan de sonar, aún al extremo de
aturdir. Por mucho que el caudillo quiera hacerles creer que está curado, cualquiera
está al tanto que nadie sana de un cáncer en apenas cuatro meses. Sin un
candidato que releve al caudillo-presidente en las presidenciales venideras, o incluso
en el cargo, si ocurre lo peor, la pérdida del poder es una realidad
aterradora. Sobre todo porque pocos no son los que encararían juicios por
delitos sumamente graves.
En medio de esta estampida de ratas (no lo digo
por llamarlos ratas, sino por la conducta de estos roedores cuando un barco se
hunde), bien sea por la imposibilidad de Chávez para ser el candidato o seguir
al frente del gobierno, bien sea por la posibilidad cierta de que el candidato
de la unidad resulte ganador en las elecciones presidenciales venideras, mal
puede reducirse el discurso a lo políticamente
correcto, como parece hacerlo Kiko Bautista y su falsa postura de consenso
frente a las acciones intentadas por Diego Arria en La Haya. O a las frases
manidas – y tristemente aceptadas por la mayoría – sobre las formas de combatir
la pobreza. Urge decir las realidades estridentemente, a ver si los venezolanos
de una vez por todas escuchamos lo que de verdad nos atañe como pueblo, como
nación.
Reconstruir este país, diezmado por esta plaga
horrenda de socialistas y oportunistas, no será una tarea fácil ni indolora. Pero
hay que empezar, no con la idea tonta de refundar la república. Ya bastante
daño ha causado esa imbecilidad en estos doscientos años que llevamos de vida
republicana. Se requiere enmendar la infinidad de errores pasados con miras a
desarrollar eficazmente al país. Basta del discurso memo de ser la periferia y
que el primer mundo sojuzga al tercero, porque con complejos como ése no vamos
a salir de este atolladero. Eso han hecho algunas naciones del sudeste asiático
y por qué negarlo, otras más en este continente nuestro, y les ha resultado productivo.
El tema central para desarrollar este país
pivota sobre la idea de país que queremos. Si en verdad deseamos una nación de
rémoras, manganzones inútiles atentos a las dádivas del gobierno, o un país
productivo, capaz de generar prosperidad para la mayor cantidad de personas
posibles. Y precisamente por esto, me vienen a la memoria unas palabras de Nelson
Mandela. Como líder, a veces hay que hacerles ver a la gente que están erradas y
que sus convicciones, en vez de ayudar, entorpecen la consecución de metas. Los
líderes emergentes no pueden reducirse a esa retórica manida que el electorado
desea escuchar, sino que por el contrario, servir de faro. Advertir a esos
votantes sobre los difíciles tiempos por venir, no porque Estados Unidos – el
Imperio - así lo desee, sino por nuestra irresponsabilidad para asumir el
destino de nuestras vidas.
Una sociedad democrática no es lo que a
cualquier caudillo de turno se le antoje, sino lo que efectivamente es. Y una
sociedad en verdad democrática no puede contemplar una economía socialista
porque ésta le es antagónica desde un punto de vista conceptual. No se trata
pues, de crear una casta de pobres privilegiados a quienes el estado les regala
todo, sino de incluir en la clase media al mayor número posible de ciudadanos,
para que ellos responsablemente asuman las cargas y ejerzan sus derechos como
cualquiera otro sin importar si es más o menos próspero.
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