miércoles, 30 de septiembre de 2009

Populismo mediático[1]

Chávez ha anunciado, una vez más, su deseo de avanzar hacia el socialismo. No obstante, su oferta dista mucho de ser socialista. La forma de gobierno que propone no es otra cosa que el populismo atávico, ése que se advierte en las dictaduras africanas y que en tiempos pasados, empobreció a América Latina. Por eso, apela al pueblo como expresión de voluntad única y sentimientos iguales. Sin embargo, esa fuerza natural que encarna la moral y la historia – ese pueblo al que recurre Chávez - no existe.
El gobierno se dice democrático, el más democrático de todos, pero no lo es realmente. Y no lo es porque en una democracia existen ciudadanos con ideas diferentes y se gobierna gracias al consenso de la mayoría, respetando a las minorías. Apelar al pueblo significa entonces crear una ficción de la voluntad popular a través de un circo: Se reúne a un número importante de personas en un lugar público para que aclamen al líder y, ejerciendo el rol de actores en un tinglado, esas personas desempeñen el papel de “pueblo”, aunque en verdad sean sólo una parte de éste. De ese modo, Chávez, arengando a una masa aun considerable (aunque a veces trasteada a juro), identifica sus proyectos personales con la voluntad del pueblo y, luego, transforma a esa masa que pudiera estar fascinada por su carisma en la encarnación de ese pueblo que se ha inventado. Se trata pues de un sofisma.
Este gobierno es populista y militarista. Esto último porque abundan los jefes militares y porque el comportamiento de éstos hace del país un cuartel y del caudillo, su comandante. Pero es, sobre todo, populista; porque en vez de gobernar a través de las instituciones, lo hace de un modo plebiscitario, estableciendo una relación directa entre el líder carismático y las masas, aunque ésta termine siendo un ente virtual. Pero además un populismo mediático, porque esa masa acaba existiendo únicamente en los medios y gracias a éstos, en la mente de las personas.
Chávez ha recurrido siempre a la técnica del vendedor. En sus discursos arenga de todo, despreocupado de que luzca coherente. Le preocupa no obstante que en medio de su listado de promesas y ofertas, la gente oiga ésas que les interesan particularmente y, entonces, hacerlos reaccionar ante los estímulos que les sensibiliza y, una vez que se han fijado en éstos, olvidan el resto de la perorata. Claro, él no vende autos, sino un supuesto consenso. Sabe que en su tránsito hacia el socialismo, debe vérselas forzosamente con la opinión pública no sólo interna – que ya parece importarle muy poco -, sino también internacional (que es hipócrita pero, por eso mismo, puede echarle vaina). También con los medios de comunicación domésticos y extranjeros, que bien se sabe construyen matices de opinión. Por eso, usa la crítica en beneficio propio.
Ésa es la razón de sus provocaciones constantes.
A diario provoca a la oposición. Y mejor si sus desafíos son inaceptables. Esto le permite ocupar las primeras páginas de los periódicos, encabezar los noticieros y ser el centro de toda la atención nacional. Además, la desfachatez de sus lances obliga a la oposición a responderle, aunque con ello caiga – aun a sabiendas - en la trampa que se le tiende constantemente, porque, provocando a diario, consigue hacerse la víctima. Una vez que se ha transformado en la víctima de sus adversarios, puede prevaricar. Y eso lo hace a diario, junto con sus bravatas, para crear una verdad tan virtual como ese pueblo que se ha inventado.
La provocación surge de inventos y propuestas más allá de lo razonable y, por supuesto, lo aceptable. La técnica obliga pues a provocar primero, para luego desmentir, y, entonces, volver a provocar, renovando el interés de la opinión pública sobre lo que se quiere y no sobre lo que importa. Todos olvidan rápidamente que la provocación anterior fue tan sólo flatus vocis.
El carácter inaceptable de las provocaciones le permite además alcanzar otros dos objetivos: a) ensayar la aceptación/rechazo de la oferta usada para provocar y b) crear potes de humo. En el primer caso, la respuesta general hacia la provocación le permite avanzar, por lo que la oposición está necesariamente obligada a reaccionar para cercenar otros intentos que avanzarían de comportarse la oposición apáticamente. En el segundo, ayuda bien a pasar otras propuestas sin cobertura mediática y minimizar todo aquello que pueda hacer fuerte a la oposición.
A Chávez le urge por ello dominar a los medios. Su gobierno se cimienta sobre los “mass media”. No es casual que abuse de las cadenas, lleve diez años al frente de un show, semejante a “Sábado Sensacional”, y ahora aburra a tantos con clases televisadas de socialismo. Chávez está al tanto de que CNN convence más que una disertación de Umberto Eco, cuya voz parece reservada a un selecto grupo.
La oposición por ahora se encuentra entrampada en el juego del gobierno. Si no actúa, Chávez avanza en su (des)propósito; si en cambio lo hace, le fortalece. Cabe la pregunta: ¿Qué puede hacer entonces la oposición?
Chávez no sólo controla el juego en estos momentos, sino que de paso, impone las reglas y la oposición debe seguirlas. Los sectores opositores fueron descabezados por un caudillo que es eficiente sólo en eso de ser caudillo. Por ello – y otras razones que le son propias - ha degenerado en un club, al cual pertenecen quienes ya están de acuerdo en sus críticas al gobierno. Su crítica parece entonces orientada únicamente a los que no necesitan escucharla.
La democracia venezolana comenzó a morir cuando la política degeneró en un show, en el mero – e irresponsable hecho – de ganar votos sólo porque se es simpático.
Cabe preguntarse, ¿estamos fritos? Creo que no.
La oposición – me refiero al liderazgo organizado que representa al creciente número de personas que rechazan este gobierno – debe asumir inteligentemente la única estrategia que por ahora luce posible: De un modo positivo, adoptar las mismas técnicas que Chávez usa. Un sector de la oposición debe dedicarse a tiempo completo a provocar al gobierno en esas áreas que no quiere o no puede discutir. Otro sector debe invadir los medios con provocaciones propias, ésas que no sean meras reacciones a las lanzadas desde el gobierno, sino que ofrezcan propuestas a las que sea sensible la opinión pública y sobre todo, la base popular, que sostiene al gobierno de Chávez y, por ende, a su proyecto revolucionario, aunque, encuestas en mano, mucho más de la mitad del país lo rechace.
Supone esto lanzar propuestas alternativas que le hagan a la opinión pública comprender y aceptar otra forma de gobernar y, de ese modo, forzar el debate en esos temas que el gobierno no desea discutir, porque lleva las de perder. Si la oposición dice que el gobierno se ha equivocado, puede que la gente ignore si tiene razón o no. En cambio, si la oposición propone lo que quiere hacer sobre temas específicos, la idea podría interesar en la gente y suscitar la pregunta de por qué no se hace.
Si Chávez juega al olvido, a decir y desdecirse, porque lo que dice hoy borra lo dicho ayer, la oposición debe entonces pegar primero, por aquello de que aquél que pega primero, lo hace dos veces. Los artículos de opinión los leen unos pocos, muy pocos si se comparan con los que sólo ven – y creen a pie juntillas – todo aquello que la televisión dice.
La oposición debe recordar a diario que el electorado no tiene nada que ver con la “voluntad popular” a la que apela Chávez. Su gobierno populista invoca a ese pueblo virtual desde arriba mientras que la oposición expresa en las calles, muchas veces bajo la represión implacable, la opinión de grupos, partidos y asociaciones, sobre las que han caído toda clase de infamias, precisamente para descalificarlas frente a una masa que en verdad no existe. Pero en las urnas, no ganan los medios, por brutales que puedan ser éstos, sino los votos del electorado.


Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado
[1] Estas ideas surgen como respuesta a la similitud entre las apreciaciones de Umberto Eco respecto del gobierno de Berlusconi y este proceso revolucionario venezolano. Por eso, tomo prestado el título de esas disertaciones.

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