miércoles, 11 de febrero de 2009

La verdadera revolución

Cada vez me convenzo más: esto no es democrático. Dudo que llegue a ser un genuino modelo comunista. Mucho menos, uno socialista. Quizás esto se trate tan sólo de una dictadura africana. Si me preguntan, opino que Chávez recuerda a Mugabe o peor, a Idi Amín. Pero ésa es sólo mi opinión.
Supongo que en principio, cuando Chávez infiltró las FAN para perpetrar el golpe de Estado, sus intenciones podrían ser honestas (pero aquí mejor que nunca cabe recordar aquello de que el sendero al infierno está empedrado con buenas intenciones). Después de diez años ejerciendo el poder a su antojo, con resultados nimios en todo aquello que podamos calificar como positivo y descollando en errores y violaciones a las normas democráticas elementales, su revolución se ha desdibujado en un régimen personalista. Una dictadura de ésas que, despectivamente, mientan africanas.
Si algo sé es que la tizana ideológica que inunda la mente de Chávez es imposible de concretar, más allá de una dictadura vulgar y corriente, como la del señor Mugabe, la de Idi Amín o la de Fidel Castro. Él cree tener claro su norte, porque en sus delirios surgen ideas (vagas) de lo que él cree debería ser una sociedad justa. De ahí a que eso tenga forma y pueda materializarse hay más que un trecho… ¡hay una eternidad! Pero tristemente en ese trecho luengo son muchas las generaciones sacrificadas.
La propuesta del presidente no incluye logros concretos a la luz de los estándares, sino un debate necio entre quienes le apoyan y, por ello, se incluyen en las filas de los buenos; y quienes nos oponemos a su proyecto, que desde luego nos ubica en no sé cuál de los círculos infernales. Tal simplicidad mal puede ser más que un juego pueril. O más bien una imbecilidad. Obviamente, los logros efectivos en esas áreas críticas y ajenas al discurso ideológico serán cada vez menores. No sólo por la merma de los ingresos petroleros, que imposibilita la concreción de esos fines, sino también por el elevadísimo costo económico y humano que conlleva un régimen autocrático.
Las demás discusiones, a mi juicio, están subordinadas a ésta. Lo que Chávez persigue no es posible ni es democrático. Así de simple. La oposición a ese delirio desquiciante mal puede ser un acto de traición. Tampoco se limita al pleno ejercicio de mis derechos democráticos. Es la visión que cada uno de nosotros, oficialistas y opositores, debemos tener presente siempre.
No se trata de oponerse a Chávez o apoyar a la oposición. Se trata de construir un país mejor para cada uno de nosotros. Basta de discusiones ideológicas, tan necias como tratar de convencer a un ateo de la existencia de Dios. Venezuela urge de obras concretas, de mejores empleos, de una calidad de vida decente para la mayor suma de ciudadanos posibles. Eso, sencillamente, trasciende al campo estéril de las ideologías.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado

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