miércoles, 30 de septiembre de 2009

Castrarse para desairar a la mujer

Esta frase se la leí a Umberto Eco. Hablaba el filósofo italiano de las razones por las que ganaría – como en efecto ganó – el Polo y su candidato, el empresario Silvio Berlusconi. Pero, por eso de que la política es igual en Caracas que en Roma y Ulan Bator, las mismas razones que animan su crítica sobre el electorado italiano, animan la mía sobre los votantes venezolanos.
Datanalisis y otras encuestadoras aseguran que Chávez goza de una popularidad que, en el peor de los casos, ronda el 40%. No importa que los hospitales no funcionen y que la seguridad personal sea una utopía. Importa la revolución de Chávez. Importa pues, el circo que en realidad es este proyecto revolucionario. Y cuando digo circo, me refiero al discurso mediático – mediático, sí – organizado desde las altas instancias del poder para mitificar. Desde la negación de la crisis del Estado, incapaz de solucionar los problemas reales de los venezolanos, hasta la desnaturalización de los principios democráticos.
Al populacho, no obstante, parece importarle poco que este gobierno cercene sus libertades, sólo porque hay que castigar a los adecos y a los copeyanos. Porque los idiotas, que también los hay ilustrados, olvidan que ellos, ayer, también votaron por AD y COPEI. Olvidan que, en 1988, con el mismo furor que hoy expresan por Chávez, gritaban a voz en cuello que con los adecos se vivía mejor.
El show sigue. Chávez abre el telón cada mañana y divierte a tiros y troyanos con su circo. Mientras tanto, nos castramos sólo para desairar a la mujer.

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