miércoles, 27 de septiembre de 2023

 

                Del pragmatismo a la complicidad

 

     Sin un mínimo de empatía por los deudos de las víctimas y sin calzar las sandalias desgastadas del que atraviesa su viacrucis, no pocos analistas incitan a la mansedumbre servil. Se nos dice, en trinos muy ilustres, bien redactados, palabras más, palabras menos, que importa un bledo la opinión de las mayorías, y que nos aborreguemos a la voluntad de ellos, élite signada por la buena fortuna. Ajenos a las desgracias que millones de ciudadanos aquejan cotidianamente, son ellos, el gran elector de antaño.

     Más de siete millones y medio de venezolanos han huido, y muchos lo han hecho en condiciones deplorables. Si se prolonga esta tragedia que ya suma un cuarto de siglo, ese número crecerá más. Mucho más. El resto, más que resilente, apaleado y exhausto, sobrevive entre los escombros de una promesa. Desmantelado el Estado de derecho, del Estado solo queda un terreno yermo, un lodazal plagado de espantajos. Sin embargo, detrás del pragmatismo, subyace un discurso cobarde. Si son duras estas palabras, mucho más lo es la mala vida de tantos, similar a la de los personajes de las novelas distópicas.

     Sin pudor, con la desvergüenza de las rameras, se le pide a una población que ha dado tanto a cambio de tan poco aceptar las infames e infamantes condiciones de quienes han sodomizado al país. Se nos pide renunciar, de antemano, a la mejor oportunidad en años, y que nos conformemos con aquel que el mandamás desee, con ese que, sin lugar a dudas, se rendirá mansamente, en aras de una paz deforme como Calibos o el titán Polifemo.

     ¿Son yerros los suyos pues, o, acaso, son sus pecados aún más oscuros?

     Los números de aquí y de allá nos revelan una fuerza avasallante que, usada adecuadamente, podría ser ese deslave que arrase los cimientos de la revolución. No crea que llamo yo a revueltas callejeras y disturbios sangrientos, sino a una potente voz que, tronante, penetre el ánimo de quienes han apuntalado este desvergonzado proceso revolucionario. No crea que es esto, un delirio, porque, azuzados por ese caudal de reacciones bioquímicas que determinan sus emociones, el miedo, la vergüenza e incluso, el temor reverencial a la Muerte, que indefectiblemente nos besa a todos, han lavado sus pecados a través de actos redentores.

     Se desea una salida pacífica y, preferiblemente, electoral. Ahora cuentan las fuerzas opositoras con un ariete, un torpedo que golpee a la revolución por debajo de la línea de flotación. Sin embargo, las mezquindades de unos y las trapisondas de otros podrían destruir esa ventaja real que hoy se cimienta sobre el apoyo de una incuestionable mayoría. Cómplices, ocultan detrás del pragmatismo, plagado de moscas zumbonas, su deseo inconfesable de alentar una cohabitación repugnante. Sabrán ellos sus razones.

 

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