Del pragmatismo
a la complicidad
Sin un mínimo de empatía por los deudos de
las víctimas y sin calzar las sandalias desgastadas del que atraviesa su
viacrucis, no pocos analistas incitan a la mansedumbre servil. Se nos dice, en
trinos muy ilustres, bien redactados, palabras más, palabras menos, que importa
un bledo la opinión de las mayorías, y que nos aborreguemos a la voluntad de
ellos, élite signada por la buena fortuna. Ajenos a las desgracias que millones
de ciudadanos aquejan cotidianamente, son ellos, el gran elector de antaño.
Más de siete millones y medio de
venezolanos han huido, y muchos lo han hecho en condiciones deplorables. Si se
prolonga esta tragedia que ya suma un cuarto de siglo, ese número crecerá más.
Mucho más. El resto, más que resilente, apaleado y exhausto, sobrevive entre
los escombros de una promesa. Desmantelado el Estado de derecho, del Estado
solo queda un terreno yermo, un lodazal plagado de espantajos. Sin embargo,
detrás del pragmatismo, subyace un discurso cobarde. Si son duras estas
palabras, mucho más lo es la mala vida de tantos, similar a la de los
personajes de las novelas distópicas.
Sin pudor, con la desvergüenza de las
rameras, se le pide a una población que ha dado tanto a cambio de tan poco aceptar
las infames e infamantes condiciones de quienes han sodomizado al país. Se nos
pide renunciar, de antemano, a la mejor oportunidad en años, y que nos
conformemos con aquel que el mandamás desee, con ese que, sin lugar a dudas, se
rendirá mansamente, en aras de una paz deforme como Calibos o el titán
Polifemo.
¿Son yerros los suyos pues, o, acaso, son sus
pecados aún más oscuros?
Los números de aquí y de allá nos revelan
una fuerza avasallante que, usada adecuadamente, podría ser ese deslave que
arrase los cimientos de la revolución. No crea que llamo yo a revueltas
callejeras y disturbios sangrientos, sino a una potente voz que, tronante, penetre
el ánimo de quienes han apuntalado este desvergonzado proceso revolucionario.
No crea que es esto, un delirio, porque, azuzados por ese caudal de reacciones
bioquímicas que determinan sus emociones, el miedo, la vergüenza e incluso, el
temor reverencial a la Muerte, que indefectiblemente nos besa a todos, han
lavado sus pecados a través de actos redentores.
Se desea una salida pacífica y, preferiblemente,
electoral. Ahora cuentan las fuerzas opositoras con un ariete, un torpedo que
golpee a la revolución por debajo de la línea de flotación. Sin embargo, las
mezquindades de unos y las trapisondas de otros podrían destruir esa ventaja
real que hoy se cimienta sobre el apoyo de una incuestionable mayoría. Cómplices,
ocultan detrás del pragmatismo, plagado de moscas zumbonas, su deseo
inconfesable de alentar una cohabitación repugnante. Sabrán ellos sus razones.
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