martes, 12 de septiembre de 2023

 


     En foco

¿Abordamos el problema o sus aristas? El colapso nacional no es el origen de la crisis, sino la secuela de hechos concretos, de medidas y políticas específicas. Su diferenciación constituye esencial para el desarrollo de estrategias viables. Si bien algunos analistas, refiriendo encuestas, se centran en el caos económico, que es indiscutible, y que este deber ser el tema de la agenda opositora, obvian que se fundamenta en causas políticas, no económicas.

     Chávez politizó todo, y aún más, de todo hizo una medición de fuerzas entre su carisma y las ofertas de los opositores, que, formados bajo la égida democrática (1958-1998), son diversos y, por ello, frágiles frente a la unidad monolítica de un proyecto carismático tanto como personalista. La economía es un tema para expertos, que saben aplicar sus conocimientos. Sin embargo, las medidas económicas del gobierno respondieron más a una visión dogmática (una supuesta deuda social) y a necesidades populistas, y, por ello, su inevitable colapso. Hablar de economía en Venezuela parece, y es, absurdo.

     Por otro lado, la concepción vertical del poder y la aplicación de una estructura castrense dentro de un movimiento caudillista arrasó con las instituciones. Los distintos mecanismos de contrapeso para regular y contener al poder fueron desmantelados y, como corolario, el Estado de derecho, derogado. La institucionalidad en Venezuela es solo un espejismo.

     Estos dos condicionantes han conducido a tal deterioro, que la anormalidad se ha enraizado. Todo cuanto se espera de un gobierno, de un Estado, de unos gobernantes, no ocurre. La politización de todas las actividades y la falta de instituciones son pues, génesis de infinidad de aristas, las cuales se traducen en la concentración de poder en manos de una élite, una actitud revanchista (motivada en la lucha de clases y el pago de una deuda social), el latrocinio descarado e impune, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos, así como el hambre y el desamparo de una nación que ya suma 7,7 millones de emigrantes (más de una cuarta parte de su población).

     La oferta de un grupo, sobre todo empresarios, cuyo principal vocero es Luis Vicente León, limita el problema al colapso económico y desdeña sus causas políticas. Refugiados en encuestas, cuya credibilidad no me corresponde calificar, versan sus soluciones en un conjunto de medidas económicas, cuya aplicación requeriría o bien de un giro trascendental de las políticas económicas, las cuales el gobierno no parece dispuesto a hacer, o bien se le sustituye por otro que sí lo esté. Su propuesta ataca los síntomas, mas no la enfermedad.

     Otros, que sí abordan el tema político, como el politólogo John Magdaleno, cuyas calificaciones académicas no cuestiono, igualmente reflotan sobre la superficie. Sin una alteración del statu quo, no se podrían fortalecer algunas instituciones, de modo que el diálogo razonado entre las partes pueda traducirse no solo en la realización de unas elecciones libres y competitivas, sino que estas se respeten cabalmente, así como al gobierno resultante.

     Esto nos conduce al ineludible análisis del contexto. A grandes rasgos, la revolución luce más fuerte que la oposición. El gobierno se estructura sobre una organización castrense, en la que, pese a sus diferencias, se concentran monolíticamente alrededor del líder, quien ordena y los demás acatan (forma de partido estalinista). En la oposición no ocurre por variadas razones, que abarcan desde la natural variedad de ideas y puntos de vista hasta mezquindades y apetencias personales opacas.

No obstante, el gobierno también tiene aqueja debilidades que podrían representar grietas dentro de su organización monolítica. No es un secreto que para un gobierno populista como este, cuya fortaleza electoral ya no depende del carisma de un líder sino de la apariencia de bienestar (pan y circo), la escasez de recursos constituye un problema considerable. Adicionalmente, las maniobras internas, para fortalecerse unos y debilitar a otros, empiezan a mostrar la fractura interna.  

     Si vamos a emular procesos transitorios previos, como proponen unos miopemente, debemos tomar en cuenta pues, el contexto. Si hablamos del caso sudafricano, no veo en las filas revolucionarias un líder que, como Frederik De Klerk, reme en la misma dirección. Si nos centramos en cambio en las transiciones de los países integrantes del ámbito soviético, no se cuenta en Venezuela con ese hecho capaz de alterar el statu quo, como sí allá (la cesación de la doctrina Brezhnev). En todo caso, la resolución de la crisis no solo abarca el cambio de nombres en los altos despachos gubernamentales, sino la viabilidad del gobierno resultante en unas elecciones medianamente competitivas. Urge pues, alterar el statu quo. Ese debe ser, y ciertamente es, el propósito de la estrategia.

     No puede obviar la oposición que, de ganar las elecciones del año entrante y tomar el poder en el 2025, la actual Asamblea Nacional está dominada por los revolucionarios y la mayoría de las gobernaciones y alcaldías se encuentran en sus manos. O bien se hace caída y mesa limpia, lo que luce improbable (e incluso indeseable), o bien se logran los acuerdos para la gobernabilidad. Urge pues, atraer a las filas opositoras a sectores del chavismo, conscientes del colapso y de sus causas, y de la necesidad de cambio como medio de supervivencia.

     Otro factor que no puede obviarse es el tiempo. No solo porque incrementa el sacrificio de los ciudadanos, y con este, la volatilidad de un gobierno alterno, sino porque es un error reducir el espectro político a solo dos facciones (aunque en principio sea un grupo seguidor del gobierno y otro opositor). En estas tierras, la tentación del atajo, del caudillo redentor y de los saltos al vacío no nos es ajena, y no dudo yo, habrá ocultos entre las sombras, espantajos dispuestos a tirarse una aventura. En 1973, la tozudez y el sectarismo de Allende resultaron en una dictadura atroz.  

     No pueden las partes dar la espalda a los ciudadanos que esperan cambios, y que, según las encuestas, alrededor del 80 % rechaza al gobierno. Sin embargo, la maquinaria de este, aunada a las alianzas con otras formas de gobierno autocráticas, al parecer pueden contener las posibilidades de cambio. Por ello, la estrategia debe orientarse hacia la alteración del statu quo, de modo que a sectores fuertes dentro de la revolución se les haga atractiva la negociación y que, asumiendo el cambio como la única forma de su propia supervivencia, todos distintos grupos interesados en el cambio se reúnan primero alrededor de las transformaciones y no de sus apetencias. 

     Sin un quiebre, sin esas fuerzas internas y externas que inciten una genuina transformación del contexto, toda estrategia sería tan solo una quimera.


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