viernes, 8 de septiembre de 2023

 

    


Los titanes de nuestra política

Raza de monstruos anteriores a los dioses olímpicos, estaban condenados al fracaso, y, tras la derrota en las guerras lideradas por Zeus, fueron encerrados en el tártaro.

La verdad y la realidad no son lo mismo, aunque usualmente confundamos los términos. La realidad se construye de hechos, no de opiniones. Por ello, inmersos en nuestra crisis, tendemos a ampararnos en lo que creemos, no lo que vemos. El colapso, la inexistencia de instituciones, la censura y las prácticas contrarias a derecho no son opiniones, sino hechos concretos, visibles, mesurables, tangibles. En cambio, no así las vías para superar la crisis, que, en todo caso, se deben a la realidad.

     Si bien antes, las elecciones eran incapaces de generar los cambios que anhelan los ciudadanos, aun cuando hoy siguen vigentes las mismas falencias, un fenómeno emerge como respuesta ciudadana al hartazgo general. Sin embargo, por razones que podrían ir desde la pusilanimidad hasta la complicidad con el gobierno, el ataque desde los grupos políticos a ese caudal de votos que arrastra la ingeniera María Corina Machado supera al que, desde todas las trincheras posibles, debería emprenderse contra la causa del colapso, la revolución bolivariana.

     Analistas muy sesudos, y ciertamente respetados, desde la comodidad de sus oficinas y estudios, trazan matrices de opinión apartadas de la realidad y del interminable viacrucis de los venezolanos. Casi todas las encuestas no solo muestran el franco respaldo a la dirigente de Vente Venezuela, sino que, y esto es sumamente importante, no cualquiera derrotaría a Maduro en las presidenciales del 2024. El gobierno lo sabe, y, aunque existen razones éticas para rechazar la candidatura de quién encabeza el origen del colapso, posee la revolución un voto duro, terco, ciego, que, sin dudas y lamentablemente, supera al de otros candidatos, percibidos como torpes o cómplices, sea este juicio popular justo o no.

     El respaldo a Machado es real (mesurable, como lo demuestran la mayoría de las encuestas), como lo es, asimismo, el desprestigio y rechazo que buena parte del liderazgo, responsable del fracaso de las estrategias que ha desarrollado, indistintamente de las causas. Por su parte, los procesos previos han demostrado suficientemente que el gobierno revolucionario, como Jalisco, cuando pierde, arrebata. La pérdida del poder es un lujo que ciertamente no puede pagar. Si bien las primarias podrían representar un verdadero ariete para reventar la fortaleza del gobierno, justamente por ello, su realización soporta la posibilidad real de su cancelación. Por ello, contra viento y marea y pese a los torpedos lanzados aun por correligionarios de la ingeniera Machado, deben realizarse.

     Se sabe, el triunfo, si las encuestas no mienten, lo tiene María Corina Machado en su mano. La brecha entre ella y sus contendores más cercanos es, por decir lo menos, abismal. El gobierno, que siempre hace la tarea (de prepararse ante cualquier contingencia que amenace su hegemonía), sabe que ella es su némesis, un portento que, como lo fue Chávez en su momento, atrae millones de votantes (salvando las diferencias esenciales entre el líder de un golpe de Estado y la dirigente de Vente Venezuela). Por ello, no puede permitirse lo que podría ser un misil nuclear contra su poder hegemónico. Lo sé yo y lo saben ellos, los mandamases, de obtener ella una votación masiva en las primarias, como prometen todas las encuestas, ese capital político detonaría los muros de contención con tal magnitud que se le haría al gobierno muy difícil de detener esa riada. Por ello, mejor prevenir y no permitirles contarse.

     Creo yo, sin creerme amo de la verdad ni autor de las estrategias más esclarecidas, que la celebración de las primarias, más que una exaltación a una herramienta que como cualquiera otra puede ser útil o no, es una oportunidad para minar la robustez del gobierno. Sin embargo, ese caudal de votos, que son reales, y como dije, medibles matemáticamente, se originan en un profundo descontento hacia el liderazgo, lo cual ha sido igualmente cuantificado, y, por ello, toda estrategia que desconozca este hecho estaría destinada al fracaso.

     No seamos ingenuos, los ataques a las primarias, desde la acusación falsa de usar una data que es, y debe ser, del dominio público, hasta las recientes declaraciones de quien fuese parte integrante de la Comisión Nacional de Primarias, persiguen un solo objetivo: evitar que se demuestre interna y externamente del genuino deseo de una nación.

     Desde tiempos coloniales, el poder en estas tierras ha sido más que una vocación de servicio, un vehículo para medrar social y económicamente. La sucesión de rupturas que dieron origen a las nuevas élites, acompañadas por los residuos menos melindrosos de sus predecesoras, demuestra la lasitud del liderazgo frente a las ataduras constitucionales y legales, y aun las éticas. Nada más común en estas tierras que un caudillo redentor llamando a la revolución (como lo hizo Chávez desde su irrupción desde el anonimato el 4 de febrero de 1992). Dudo yo, por estas razones tan nuestras, que haya verdadera unidad. Sospecho pues, de voces que, trasladando sus temores y mezquindades, acusan de desunir a quien reúne hoy a la mayoría de los electores y ofrece, por primera vez en mucho tiempo, una posibilidad cierta de alterar el statu quo.

     El divorcio del liderazgo con la realidad no abarca solo su alienación del contexto, sino su ruptura con la gente, que, desde sus trincheras cotidianas, exige cambios, y no, como parece ser la consigna de los más notorios apaciguadores, la cohabitación.

     Creen algunos que los ciudadanos son bobos, y que, con engañifas y una soberbia pasmosa, van a imponerle rutas que no quieren, como si las personas no supiesen bien que el colapso tiene su epicentro en una revolución que no satisface los fines de un gobierno, sino los de una agenda que, a nosotros, los venezolanos, no nos interesa.

     Son estos pues, momentos para escuchar la voz quejosa de la gente. De no hacerlo, nos guste o no, sea beneficioso o no, ese lamento se hará estridente, y como los toros en los sanfermines, arrasará con todo a su paso.    

    

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