martes, 19 de septiembre de 2023

 

Palabras desgastadas

Estoy cansado. Pronto seré sexagenario y, luego de haber disfrutado de una vida medianamente cómoda, enfrento la vejez con temor. Mi país colapsó y mientras unos pensamos en la cuota de sacrifico que nos corresponderá pagar, otros, acaso necios, disertan sobre como transitar hacia un modelo democrático, aunque, amodorrados en sus coloquios, tesis y argumentaciones elaboradas, sus acciones son lentas, pesadas, y, en muchos casos, frustrantes. Nuestro liderazgo se hunde en un lodazal sin que advierta siquiera que su ruina nace de su propia monstruosidad.

Ante una deuda de 170 mil millones de dólares, sin tener cómo pagarla, el tiempo empieza a cobrar una dimensión que tal vez nuestros dirigentes, encerrados en sus cómodas oficinas, no advierten en su exacta magnitud. Quizás, el excesivo academismo de algunos, más atentos a demostrar su erudición que a encontrar soluciones, les haya apartado de la realidad tanto como lo puede estar una galaxia de otra en el vasto universo. Mientras discuten sus posturas, y las bondades que en los libros solo ilustran la mente para poder darle rienda suelta al ingenio, millones de ciudadanos desesperados buscan formas de resolver su cotidianidad. A la fecha, 7.7 millones de compatriotas han huido, muchos de ellos por ese viaje infernal a través del Tapón del Darién.

Más allá del nombre, y de los epítetos y acusaciones que sobre ella han esputado tanto tirios como troyanos, justos unos y otros no tanto, hay una ciudadanía exhausta que del liderazgo espera más que arreglos, acuerdos y concilios atentos a cuidar sus cuotas de poder (y prebendas) mas no a solucionar la crisis, una de las más terribles de cuantas hayamos padecido. No es casual que su liderazgo esté creciendo como un alud indetenible, como un tsunami. Sea o no del agrado de algunos, esos vicios que tanto le critican son justamente la causa de su innegable popularidad. No se trata de ella pues, sino del inmenso caudal de votos que acompañan su supuesto radicalismo.

Hay una ventaja real pues, que, bien encausada, puede ser ese ariete que, con vigor, derribe los muros tras los cuales se ampara la élite. Indago, empero, las razones para que despierte tanto recelo entre sus pares y solo me vienen a la mente dos nombres: Rómulo Betancourt y Hugo Chávez. Cada uno, desde visiones distintas, y desde una formación política radicalmente diferente e incomparable, cosechó ese amor y ese odio incondicionales que los líderes carismáticos azuzan. Su inmenso carisma contrasta pues, con el desdén que siente la mayoría por un liderazgo anodino. Eso es un hecho, y las encuestas son elocuentes. Quizá la envidia y otras emociones mezquinas, que también son reales, excedan a la razón y nublen el entendimiento de algunos.

Los venezolanos entienden bien que de la mano del gobierno revolucionario no van a encontrar caminos hacia mejores pastos, y que permanecerán vagando en un lodazal fétido, plagado de moscas zumbonas y un vaho irrespirable. No fue casual que aquel slogan del 2019 calara hondo. Bien sabe la gente, el cese de este gobierno es prioritario para avanzar hacia derroteros más prósperos, y que, sin uno transitorio que reacomode las relaciones entre las distintas facciones de poder, un gobierno resultante de elecciones libres será tan solo una quimera más en un mar de frustraciones, que en oleadas se lleva a los venezolanos de su tierra. Otra cosa es, sin embargo, cómo construir ese nuevo escenario sin recurrir a los indeseables saltos al vacío (que son eso, dados en una mesa de apuestas), pero hoy, gracias a ese fenómeno político que encarna Machado, existe una posibilidad real de hacerlo electoralmente.

No nos engañemos, desde luego. No será fácil ni incruento. El sufragio no es un conjuro capaz de alterar una realidad marcada por intereses opacos, y embriagarnos en un santiamén con un espíritu armónico. Es, sin lugar a dudas, una herramienta que podría ser muy útil si y solo si se asume con coraje la defensa nacional de una decisión que los ciudadanos evidentemente ya tomaron: cambiar de gobierno, de renovar un linaje plagado de taras. Aceptar de antemano las condiciones infames del gobierno envuelve la rendición anticipada de las fuerzas opositoras y la traición a una ciudadanía que de ellos espera más, o, tal vez, suponga otras causas, más obscuras, más vergonzosas, y por ello, ocultas detrás de un discurso maniqueo. 

Pronto seré un sesentón. Y al ver atrás, entre errores y aciertos, propios y ajenos, solo alcanzo a ver lo que pudimos ser y no fuimos, y que, para algunos, ya no será.

Tic tac, tic tac...

 

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