Palabras desgastadas
Estoy cansado. Pronto
seré sexagenario y, luego de haber disfrutado de una vida medianamente cómoda,
enfrento la vejez con temor. Mi país colapsó y mientras unos pensamos en la
cuota de sacrifico que nos corresponderá pagar, otros, acaso necios, disertan
sobre como transitar hacia un modelo democrático, aunque, amodorrados en sus
coloquios, tesis y argumentaciones elaboradas, sus acciones son lentas,
pesadas, y, en muchos casos, frustrantes. Nuestro liderazgo se hunde en un
lodazal sin que advierta siquiera que su ruina nace de su propia monstruosidad.
Ante una deuda de 170 mil
millones de dólares, sin tener cómo pagarla, el tiempo empieza a cobrar una
dimensión que tal vez nuestros dirigentes, encerrados en sus cómodas oficinas,
no advierten en su exacta magnitud. Quizás, el excesivo academismo de algunos,
más atentos a demostrar su erudición que a encontrar soluciones, les haya
apartado de la realidad tanto como lo puede estar una galaxia de otra en el
vasto universo. Mientras discuten sus posturas, y las bondades que en los
libros solo ilustran la mente para poder darle rienda suelta al ingenio,
millones de ciudadanos desesperados buscan formas de resolver su cotidianidad.
A la fecha, 7.7 millones de compatriotas han huido, muchos de ellos por ese viaje
infernal a través del Tapón del Darién.
Más allá del nombre, y de
los epítetos y acusaciones que sobre ella han esputado tanto tirios como
troyanos, justos unos y otros no tanto, hay una ciudadanía exhausta que del
liderazgo espera más que arreglos, acuerdos y concilios atentos a cuidar sus
cuotas de poder (y prebendas) mas no a solucionar la crisis, una de las más
terribles de cuantas hayamos padecido. No es casual que su liderazgo esté
creciendo como un alud indetenible, como un tsunami. Sea o no del agrado de algunos,
esos vicios que tanto le critican son justamente la causa de su innegable
popularidad. No se trata de ella pues, sino del inmenso caudal de votos que
acompañan su supuesto radicalismo.
Hay una ventaja real
pues, que, bien encausada, puede ser ese ariete que, con vigor, derribe los
muros tras los cuales se ampara la élite. Indago, empero, las razones para que
despierte tanto recelo entre sus pares y solo me vienen a la mente dos nombres:
Rómulo Betancourt y Hugo Chávez. Cada uno, desde visiones distintas, y desde
una formación política radicalmente diferente e incomparable, cosechó ese amor
y ese odio incondicionales que los líderes carismáticos azuzan. Su inmenso
carisma contrasta pues, con el desdén que siente la mayoría por un liderazgo
anodino. Eso es un hecho, y las encuestas son elocuentes. Quizá la envidia y
otras emociones mezquinas, que también son reales, excedan a la razón y nublen
el entendimiento de algunos.
Los venezolanos entienden
bien que de la mano del gobierno revolucionario no van a encontrar caminos
hacia mejores pastos, y que permanecerán vagando en un lodazal fétido, plagado
de moscas zumbonas y un vaho irrespirable. No fue casual que aquel slogan del
2019 calara hondo. Bien sabe la gente, el cese de este gobierno es prioritario
para avanzar hacia derroteros más prósperos, y que, sin uno transitorio que
reacomode las relaciones entre las distintas facciones de poder, un gobierno
resultante de elecciones libres será tan solo una quimera más en un mar de
frustraciones, que en oleadas se lleva a los venezolanos de su tierra. Otra
cosa es, sin embargo, cómo construir ese nuevo escenario sin recurrir a los
indeseables saltos al vacío (que son eso, dados en una mesa de apuestas), pero
hoy, gracias a ese fenómeno político que encarna Machado, existe una
posibilidad real de hacerlo electoralmente.
No nos engañemos, desde
luego. No será fácil ni incruento. El sufragio no es un conjuro capaz de alterar
una realidad marcada por intereses opacos, y embriagarnos en un santiamén con
un espíritu armónico. Es, sin lugar a dudas, una herramienta que podría ser muy
útil si y solo si se asume con coraje la defensa nacional de una decisión que
los ciudadanos evidentemente ya tomaron: cambiar de gobierno, de renovar un linaje
plagado de taras. Aceptar de antemano las condiciones infames del gobierno
envuelve la rendición anticipada de las fuerzas opositoras y la traición a una
ciudadanía que de ellos espera más, o, tal vez, suponga otras causas, más obscuras,
más vergonzosas, y por ello, ocultas detrás de un discurso maniqueo.
Pronto seré un sesentón.
Y al ver atrás, entre errores y aciertos, propios y ajenos, solo alcanzo a ver
lo que pudimos ser y no fuimos, y que, para algunos, ya no será.
Tic tac, tic tac...
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