lunes, 23 de enero de 2017

Qué celebramos hoy


El 23 de enero de 1958, las Fuerzas Armadas depusieron al general Marcos Pérez Jiménez (en realidad a la dictadura militar que él encabezaba). Muchos imaginan que el golpe fue violento. Sin embargo, el acto de desconocimiento de su autoridad no lo fue. No hubo, de hecho, un solo tiro. Otra cosa fueron los saqueos posteriores, el asalto a la Seguridad Nacional y linchamiento de esbirros. Pero ese es otro tema. Volvamos a lo nuestro.
A partir de la Carta Pastoral de monseñor Arias Blanco, se iniciaron los encuentros entre los líderes políticos y los hombres de armas. Una realidad trágica había sido desnudada. Los diversos sectores de la nación comenzaron a considerar la necesidad de un cambio drástico de rumbo. Y si bien es cierto que soldados hurtaron las urnas el 30 de noviembre de 1957, también lo es que el 1° de enero siguiente hubo un alzamiento militar, otro el 11 de ese mismo mes y, por último, el golpe de Estado del 23, que puso fin a diez años de dictadura (de los cuales, solo cinco fueron dirigidos por Pérez Jiménez).
Hubo pues, un golpe de Estado militar, que, al igual que otras veces, convocó a los civiles para asumir la conducción nacional. La Junta de gobierno inicial devino en otra cívico-militar por objeciones del liderazgo político a dos de sus integrantes (Abel Romero Villate y Roberto Casanova), hombres muy vinculados al régimen depuesto. En octubre, vista imposibilidad de un candidato unitario, AD, Copei y URD suscribieron un acuerdo que todos conocimos como el Pacto de Puntofijo (llamado así porque ese era el nombre de la casa donde se firmó, la de Rafael Caldera), acuerdo que permitió no solo crear un programa común de gobierno, sino además, y acaso más importante, ofrecer un mínimo de gobernabilidad a la naciente democracia. En diciembre de ese mismo año, hubo elecciones directas, secretas y universales, que, como bien sabemos, ganó Rómulo Betancourt. Se daba inicio a nuestra democracia, celebrada en su tercer aniversario con la sanción de la Constitución de 1961, uno de las mejores que hayan regido en este país. Eso es lo que hoy celebramos: el avenimiento de la democracia en Venezuela.
El 4 de febrero de 1992, un grupo de militares se alzó en armas con el único propósito de adelantar una revolución socialista a espaldas del sentimiento popular de rechazo de los venezolanos, expresado claramente en las votaciones logradas por la izquierda radical y los grupos perezjimenistas desde 1958 hasta 1993. Herederos de otras sediciones anteriores, que sin  fundamentos de hecho comprobables que en efecto demostrasen la existencia de un régimen esencialmente injusto y contrario a los principios democráticos, intentaron deponer el régimen instituido en 1958. El golpe fracasó, y aunque Chávez venció en las elecciones de 1998, la nación no deseaba abandonar el modelo democrático, y mucho menos la involución de todo tipo que ha significado esta malhadada revolución. Otra cosa que es que demandaran transformaciones  para corregir vicios y errores. . Quería otro tipo de cambios. Cambios que sin dudas se estaban desarrollando desde el propio poder, como la elección directa de las autoridades regionales y locales, a pesar del profundo rechazo de AD (entonces partido de gobierno), aunque el discurso del establishment no los reconociese.

Hoy por hoy, plantear el desconocimiento de la autoridad es prácticamente un sacrilegio para los sectores opositores; y para el gobierno, un delito. Cabe señalar, no obstante, que sin las acciones del 23 de enero, no hubiese sido posible la transición hacia la democracia que en esta fecha celebramos. No se trató entonces del desconocimiento en sí mismo, sino de los hechos que lo justificaron moralmente, y que en efecto, desnudó en su momento la Carta Pastoral de monseñor Arias. Y si hoy volviesen a darse esas mismas condiciones, de nuevo la moral justificaría una acción semejante.  

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