viernes, 13 de enero de 2017

Llamar al diablo

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Puedo decir, sin querer ofender a nadie, que en el pasado, muchos clamaron por una bota militar, creyendo en pajaritos preñados, o aun peor, añorando mentiras, y vino. Como el refranero popular sabe, sin embargo, no es lo mismo llamar al diablo, que verlo llegar. Y lo llamarón sí, y apareció, con su tufo, sus trampas. Lo llamaron, sí, y llegó. Pero dice el refranero popular, no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar.
Acusaron a quién no debían de los errores, y hoy, esos errores han crecido como el monte en los terrenos baldíos, que es lo que somos ahora. Uno montaraz, al que de paso, le cayó bachaco. Más por ego, por soberbia y afán de figurar, muchos ayer, vendieron su alma al diablo, porque ese es su pecado favorito, la soberbia. Y hoy, el diablo, que jamás olvida sus acreencias, cobra. Y nos cobra con saña.
Le creyeron a un felón. O lo que es más reprochable, quisieron creer en él o acaso, mucho más feo, que cual monigote, lo manejarían a su antojo. Y a un hombre con su poder, no lo mangonea nadie. Y el felón se rodeó de felones. Y aun así, les creyeron a todos y les siguen creyendo. Porque creer lo increíble a veces duele menos.
Nos quejamos, pero en lugar de actuar, nos quejamos. Y todos, creyéndose mesías de una nación depauperada espiritualmente, solo escuchan el ruido sordo de sus propias voces. Mientras, los demás, usted y yo, solo escuchamos el ruido del hambre, que como las trompetas de Jericó, puede que su estruendo derribe los muros de la tiranía. Pero, vista la idiotez reinante, no dudo que caigan para que en su lugar crezca hierba mala y monte, y en sus escondrijos, las alimañas aniden a sus críos.
No quiero ofender, pero llamaron al diablo, y el diablo vino. Ahora toca ver quién exorcizará a los demonches, que emergidos de sus sentinas malolientes, deambulan por nuestras calles y nuestras vidas, haciendo lo que hacer saben los demonches.


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