Puedo
decir, sin querer ofender a nadie, que en el pasado, muchos clamaron por una
bota militar, creyendo en pajaritos preñados, o aun peor, añorando mentiras, y vino.
Como el refranero popular sabe, sin embargo, no es lo mismo llamar al diablo,
que verlo llegar. Y lo llamarón sí, y apareció, con su tufo, sus trampas. Lo
llamaron, sí, y llegó. Pero dice el refranero popular, no es lo mismo llamar al
diablo que verlo llegar.
Acusaron
a quién no debían de los errores, y hoy, esos errores han crecido como el monte
en los terrenos baldíos, que es lo que somos ahora. Uno montaraz, al que de
paso, le cayó bachaco. Más por ego, por soberbia y afán de figurar, muchos
ayer, vendieron su alma al diablo, porque ese es su pecado favorito, la soberbia.
Y hoy, el diablo, que jamás olvida sus acreencias, cobra. Y nos cobra con saña.
Le
creyeron a un felón. O lo que es más reprochable, quisieron creer en él o
acaso, mucho más feo, que cual monigote, lo manejarían a su antojo. Y a un
hombre con su poder, no lo mangonea nadie. Y el felón se rodeó de felones. Y aun
así, les creyeron a todos y les siguen creyendo. Porque creer lo increíble a
veces duele menos.
Nos
quejamos, pero en lugar de actuar, nos quejamos. Y todos, creyéndose mesías de
una nación depauperada espiritualmente, solo escuchan el ruido sordo de sus
propias voces. Mientras, los demás, usted y yo, solo escuchamos el ruido del
hambre, que como las trompetas de Jericó, puede que su estruendo derribe los
muros de la tiranía. Pero, vista la idiotez reinante, no dudo que caigan para
que en su lugar crezca hierba mala y monte, y en sus escondrijos, las alimañas
aniden a sus críos.
No
quiero ofender, pero llamaron al diablo, y el diablo vino. Ahora toca ver quién
exorcizará a los demonches, que emergidos de sus sentinas malolientes,
deambulan por nuestras calles y nuestras vidas, haciendo lo que hacer saben los
demonches.
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