Mientras el régimen miente, millones de venezolanos
sufren a diario los rigores de una vida hostilizada. Tal vez la élite, que come
bien y poco se preocupa por esas menudencias mundanas, desee que en efecto,
cada quien pase sus días andando su propio calvario. Así se aquietan las
rabias. Así se amansa al caballo más brioso. Y sí, hasta ahora han domeñado a
la gente. No nos mintamos, deambulamos quedos por las calle, soportando
miserias a ver si pasamos agachados, y, aunque solo sea cosa de tiempo que
terminemos hurgando basureros, nos engañamos; porque quizá la suerte nos sonría
y aparezca pasta de diente, leche o papel para limpiarse el culo.
Unos y otros conversan. Unos y otros analizan
números y cifras. Todos creen que hay tiempo, que se puede esperar. Unos para
correr la arruga otro tanto más, otros para decidir qué hacer. Pero ocho de
cada diez venezolanos somos pobres. Cinco de esos diez son más que pobres. Las
respuestas no surgen. La gente va decepcionándose cada vez más. Y puede que se
resigne a la miseria o, lo más probable, que compre espejismos.
La academia se aparta del hombre, de la mujer, de la
persona que a diario batalla para sobrevivir no solo la inseguridad y las
carencias, sino al murmullo seductor del mugido, que le tienta a rendirse o,
acaso, a arremeter, como un toro frenético, que sin importar contra qué, embiste.
La élite prefiere creer. Solo así exculpa sus propias miserias. Solo así soporta
su tinglado barato. Solo así cree conservar sus prebendas. Pero no dudo que la
verdad los asalte cuando la soledad taña como un campanario. Porque la verdad
no duerme, no descansa. Siempre agobia.
El tiempo se agotó. La ciudadanía languidece y estertóreo
se debate entre la lucha irracional o la transformación en un bicho repulsivo
que apenas se toca con un palo. Pero una parte de la élite sigue sorda. Y la
otra hace bufonadas que ya no provocan risas sino lágrimas… cuando no rabia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario